EDITORIAL VIDA NUEVA | Finaliza el Año de la Vida Consagrada, un tiempo en el que los religiosos y religiosas de los cinco continentes han radiografiado cómo responden hoy a los desafíos que plantean el Evangelio y el mundo. Es cierto que, hasta hace poco tiempo, la Iglesia ha mirado con recelo e incluso con desconfianza a los institutos y congregaciones con más canas y experiencia.
Aunque con diferentes carismas y obras, su implicación común en lo social y las reivindicaciones que emanan tras cotejar las Bienaventuranzas con la realidad de los descartados, incomodan y cuestionan todavía hoy a más de un curial. Tanto es así que se ha llegado a vincular su presencia en la frontera con un catolicismo descafeinado y, desde esta mirada simplista, se ha unido su labor con las heridas del mundo a la crisis vocacional frente a la primavera de otros nuevos movimientos y realidades de Vida Consagrada. Se les olvida a quienes recelan de estas órdenes que esa misma falta de respuesta a un proyecto vital sólido asola a los seminarios y al matrimonio, a toda forma de vida cristiana.
Para que el tiempo de gracia que ahora se clausura dé fruto,
urge mirar con agradecimiento el pasado,
vivir con celo apostólico el presente
y abordar el futuro con valentía profética
La llegada de Jorge Mario Bergoglio a la sede de Pedro ha supuesto un cambio de inflexión. El Papa jesuita no ha encumbrado a los consagrados frente a otras realidades eclesiales, pero sí ha reconocido su indispensable aportación a la Iglesia. Precisamente por ser religioso, ha amonestado y amonesta con más dureza y conocimiento de causa las tentaciones y pecados que pueden acechar a la vida en comunidad, a la caridad y a la obediencia.
Todo para encaminarse hacia esa conversión desde la misericordia y la alegría que encarna. Por ello, en estos días, les ha animado a fomentar ese encuentro, siguiendo el ejemplo de los fundadores “movidos por el Espíritu y sin miedo a ensuciarse las manos con la vida de cada día, con los problemas de la gente recorriendo con coraje las periferias”, sin miedo “a los obstáculos y a las incomprensiones”.
En esta clausura del Año dedicado a los religiosos, Vida Nueva ha querido aplaudir este ser y hacer de la Vida Consagrada. Para ello, hemos establecido un sano diálogo entre los religiosos y quienes comparten con ellos su tarea, sus inquietudes…, fieles a la llamada a hacer presente a Jesús en medio de un mundo que necesita de samaritanos que acojan al desahuciado, de maestros que tengan vocación de enseñar y aprender, de hombres y mujeres de Dios dialogantes con el otro.
También hemos dado voz a quienes llevan el timón de las congregaciones para que analicen con una mirada misericordiosa hacia dónde caminar. Todo para que verdaderamente este Año dé fruto al mirar con agradecimiento el pasado, vivir con celo apostólico en el presente y abordar el futuro con valentía profética.
En el nº 2.975 de Vida Nueva. Del 6 al 12 de febrero de 2016
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