Silencio

Me escapo al cine. Me quedo con el anuncio previo. Una compañía telefónica. Una chica en el asiento de un autocar de larga distancia. Música reflexiva. Leemos los pensamientos de la joven: “¡Qué bien! Siete horitas de viaje para mí, para pensar en mis cosas, meditar sobre la vida…”. Un segundo después, la sintonía se esfuma. Coge su celular, se pone a mirar sus mensajes, a visionar una película, a hablar por teléfono. Publicidad. Pero también realidad. Hemos eliminado el silencio. No hay tiempo para hacer tiempo. Cocinamos una vida de microondas, donde hasta los platos fuertes de nuestra vida nos vienen prácticamente preparados. Basta con que todo tenga apariencia de elaboración para que nos transmita la sensación de plenitud. Pero sólo apariencia. En el fondo, todo crudo.

Hemos borrado los silencios. Y las esperas. Nos irrita esperar la fila para comprar unas entradas, para pagar un regalo, para reclamar. No hay lugar para la paciencia. Como si fuera una pérdida de tiempo. Sólo el resultado inmediato, que suele ser efímero en resultados. ¿Para qué esperar?

Echemos mano de los santos. Hombres y mujeres que saben lo que implica la espera activa, lo que implica dar pasos algo desorientados por el desierto.

Cuando muchos de ellos vieron que sus obras eran perseguidas y calumniadas sin sentido, soportaron y esperaron con paciencia. Confiaron. Desde la oración. En el silencio. Apagaron los ruidos de alrededor, mantuvieron a raya los celulares de su tiempo para conectar consigo mismos y con Aquel que da verdadera cobertura.

José Beltrán

Director de Vida Nueva España

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