Camaldulenses de Monte Corona: lista de espera para vivir solo con Dios

La comunidad ha vivido un repunte vocacional pese a su aislamiento

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Cada hermano dispone de su casita con habitación, baño, capilla y cuarto de estudio

Camaldulenses de Monte Corona: lista de espera para vivir solo con Dios [extracto]

VICENTE L. GARCÍA | Es difícil imaginar en un mundo como el de hoy que alguien opte por dedicar su vida al silencio, a la oración y a la soledad en grado superlativo. Pues más difícil es imaginar que para esta opción haya lista de espera. En este punto se encuentra la comunidad camandulense de Monte Corona, ubicada en el Yermo de Nuestra Señora de Herrera, un recóndito lugar (en invierno es misión casi imposible llegar al monasterio) a escasos kilómetros de Miranda de Ebro (Burgos) y de Haro (La Rioja).

Cuesta explicar el repunte de vocaciones en este lugar “perdido” en los Montes Obarenes. Algo, además, buscado por los propios monjes: si bien las lluvias dificultan el acceso hasta el monasterio, ellos nunca han querido que las instituciones arreglen el único camino de acceso. Es su “foso” natural a este recinto amurallado, que les permite estar aislados y evitar un turismo que pueda romper la paz y la soledad por la que han optado.

La vida del monasterio se remonta al siglo XII. Tras una larga historia de ocupación por órdenes diversas, en 1923 lo adquieren los Eremitas Camaldulenses de Monte Corona, para practicar el eremitismo romualdino. Es el único centro de esta congregación en España. En el mundo hay nueve monasterios vinculados a esta orden que nace de la reforma llevada a cabo en el siglo XVI: tres en Italia, dos en Polonia y uno en Colombia, Venezuela, Estados Unidos y España. Además, hay tres centros afiliados, dos comunidades de varones en Italia y uno femenino en Colombia.

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Cementerio en la comunidad de Camaldulenses de Monte Corona

Hace ocho años, el amplio recinto, con capacidad para doce personas, ya que solo dispone de doce casitas donde cada eremita hace su vida retirada, estaba ocupado por tres hombres ancianos. El padre Iván, colombiano, fue enviado a este cenobio con el encargo de esperar a dar cristiana sepultura a los tres hermanos mayores cuando falleciesen y cerrar la casa tras ello. Pero, el pasado 18 de octubre, el religioso partía para Colombia sin haber llevado a cabo esa encomienda. A cambio, deja “hueco” para que la actual comunidad de diez camandulenses acepten en breve el ingreso de uno de los cuatro postulantes a esta vida eremítica que están esperando. La comunidad actual está compuesta por siete españoles, un portugués, un coreano y el padre superior, que es italiano.

Como vemos, una vida en silencio y soledad no es obstáculo para que convivan personas de diferentes nacionalidades. Podemos decir que esta es una comunidad joven, si tenemos en cuenta que el menor tiene 35 y ninguno supera los 60 años. En la visita de Vida Nueva al monasterio, estuvimos acompañados por Juan Eduardo, un profesor de instituto en Vitoria que pertenece a la Fraternidad de laicos camandulenses de Monte Corona, por el hermano Pablo y por el nuevo superior de la comunidad, el padre Roberto. Pablo explica el porqué de su opción: “Quería una vida centrada en la búsqueda de Dios. Por eso opto por esta vía, más radical y simple. Aquí he encontrado una fórmula muy pura, sin distracciones”.

El horario

  • 3:40. Suena la campana.
  • 4:00. Oficio de vigilias.
  • 5:00/6.00. Lectio Divina, cada uno en su celda.
  • 6:00. Laudes, Eucaristía y el oficio divino de tercias.Desayuno y tres horas de trabajo, tareas de la huerta y en los paneles.
  • 12:00. Oficio de sexta. Come cada uno en su celda y disponen de un tiempo libre.
  • 14:30. Oficio de nona y tiempo dedicado a la lectura y la oración, a libre disposición.
  • 18:00. Vísperas, otra hora de Lectio Divina, cena y reunión capitular (no más de quince minutos).
  • Por último, completas y, a eso de las 21:00, cada uno se retira a dormir.

¿Una causa? La providencia

Al hablar del repunte vocacional que ha experimentado este monasterio no existe una explicación sencilla. “La providencia divina”, dicen todos. No han hecho propaganda ni proselitismo de ningún tipo. Haciendo un esfuerzo por buscar una justificación humana, apuntan que, “quizá, el hecho de que se hayan ido agrupando cada vez más españoles ha podido animar a otros a dar el paso. Ya que, durante años, esta comunidad estaba íntegramente compuesta por personas llegadas de otros países”.

Juan eduardo Camalduenses de Monte Corona

Juan Eduardo, uno de los miembros que reside más cerca del monasterio

Es una comunidad viva que crece y tiene su extensión en el mundo exterior a través de una Fraternidad de Laicos Camandulenses con quienes hacen la opción más radical al introducir en sus vidas pequeños tiempos de oración, meditación, lectura de la Biblia, silencio y soledad. Se definen como “contemplativos en la vida cotidiana”. Esta Fraternidad nació en 2008, y sus miembros acompañan a los hermanos en retiros y en ocasiones especiales, como la ordenación sacerdotal del hermano Bernardo, recientemente.

Juan Eduardo vive en Orduña (Vizcaya) y es uno de los miembros que reside más cerca del monasterio. Un gran grupo se encuentra en Madrid y el resto está esparcido por diversos países. En Madrid se encuentra Javier, uno de los fundadores, que explica: “En la comunidad hay de todo: hombres, mujeres, jóvenes y no tan jóvenes, casados con hijos, solteras, trabajadores, pensionistas, parados y estudiantes. Hay gente comprometida en la política o en el mundo sindical, miembros de comunidades cristianas, organismos de defensa de los derechos humanos, grupos contra la violencia de género, de acompañamiento a los sin techo, ecologistas… Esto nos hace, como Fraternidad, tener una amplia visión de conjunto de la sociedad en la que vivimos y sus problemas. A todos nos une el propósito de luchar por una nueva tierra, pero también el vivir nuestra experiencia en clave contemplativa”.

Cada uno desde su realidad colabora con los monjes. Así lo hace Juan Eduardo: “Suelo visitarlos con frecuencia y, si tienen que ir a un hospital, van a Vitoria y yo les acompaño. También les ayudo a vender la miel y a recoger estipendios para las misas que celebran con las intenciones que muchas personas les trasladan”. Otro miembro de la Fraternidad, dueño de una constructora, les ayudó a modernizar las instalaciones eléctricas del monasterio.

El superior, el padre Roberto, recién llegado de Italia, ha sido maestro de novicios y, ante la pregunta de qué es lo más duro de esta opción de vida monástica, responde con un apotegma: “En la vida de oración lo más difícil es la oración… Lo difícil no es el silencio, la soledad, la comida, el frío o las tentaciones. Lo difícil es asumir una vida dedicada exclusivamente a la oración y ser feliz en esa opción”. Por eso, su labor como maestro ha sido siempre muy importante para “ayudar a discernir una verdadera vocación”.

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Uno de los hermanos Camalduenses, leyendo ‘Vida Nueva’

Una vida de oración

La vida en el monasterio de Santa María de Herrera es austera y exigente. Se levantan a las cuatro menos veinte de la mañana para orar, trabajan cada uno su porción de tierra y la zona de huerto comunitario, y comen de los productos de la tierra que trabajan. Son vegetarianos, aunque sí comen el pescado que les proporciona una sencilla piscifactoría que tienen en los lindes del convento. Además, disponen de 50 colmenas que les permiten elaborar miel para su posterior venta y obtención de recursos para la casa. Cada hermano dispone de su casita con habitación, baño, capilla y cuarto de estudio. Su soledad llega incluso a optar por comer cada uno en su casa el puchero elaborado para todos por uno de los hermanos. Viven en primera persona el espíritu del salmo 54, 8: “Te ofreceré de buen grado un sacrificio”.

En el nº 2.973 de Vida Nueva

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