La justicia y la paz se besan

Santos y Timochenko se dan la mano

Santos y Timochenko se dan la mano

Sin aplicación de la justicia, sin el respeto a la autoridad y a los derechos humanos, sin procesos sostenibles de desarrollo humano y social, y sin equidad, la paz es una quimera.

La paz firme y estable, en toda Colombia, en cada ciudad, cada hogar, oficina y escuela, en las calles y en los parques, es un bien que está por ser construido.

Las Farc son apenas una de las milicias armadas que operan en Colombia; la negociación con ellas parece inspirarse en concesiones y sofismas, paz o guerra, por ejemplo. No hay transparencia, no se conoce toda la verdad; surgen las dudas y la gente empieza a hacer preguntas: ¿cuál paz?, ¿a qué precio?, ¿y la Iglesia qué piensa?

El preámbulo de nuestra Constitución establece como fines del Estado fortalecer y asegurar a los ciudadanos la paz. El artículo 22 reza: “la paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento”. Según esto, el Estado tiene la obligación de trabajar por la paz, mantenerla, defenderla y someter a la justicia a quienes, con su accionar criminal, violan el derecho del ciudadano y de la sociedad a vivir en paz.

Cumplir esta tarea constitucional no significa ceder a pedazos nuestra soberanía ni sacrificar el derecho y renunciar a la aplicación de la justicia a quienes por varias décadas le han negado al Estado mismo y a la sociedad su derecho, su aspiración, su anhelo de vivir y trabajar en paz.

Jugársela por la paz es, ante todo, aplicar la ley, salvaguardar la institucionalidad. Una Constitución Política no es plastilina. Paz es construcción de humanidad; es vivir y trabajar, es hacer política y también negocios, no como fieras, sino como humanos.

Todos los colombianos de buena voluntad y, en particular, quienes tenemos fe en Dios y nos sentimos hijos de la Iglesia de Jesucristo queremos ser, y de hecho lo somos, artífices incansables de una paz fundada en la justicia. Nuestra actitud no es la de reclamar y, menos, justificar venganzas, ni represalias. En nuestros corazones no tiene cabida el odio ni siquiera al peor de los criminales.

Todos tenemos la mente y el corazón puestos en la justicia, en el amor y en la misericordia como garantía de una paz auténtica y duradera. Dios nos da la fuerza y la lucidez de mente para transformar el odio en amor, la venganza en oración; Él nos convierte en testigos vivos de su infinita misericordia y de esa manera aplicamos el mandato evangélico de amar al prójimo y orar por los enemigos. Así trabajamos por la paz en Colombia.

Y algo más. Oración y misericordia son un acto de fe y una ferviente petición a Dios que conceda a quienes tanto mal han hecho la gracia de una verdadera conversión y el reconocimiento sincero de la ofensa a Dios, del daño causado a los hermanos, especialmente a los más pobres, y el causado a nuestra oikos, obra de Dios. Si hay reconocimiento de la culpa, voluntad sincera de NUNCA MÁS, y verdadera reparación, habrá reconciliación, habrá perdón, habrá amor visceral de Dios para todos, porque Dios perdona a quienes se arrepienten de corazón: la justicia y la paz se besarán.

P. Carlos Marín

Presbítero

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