Ricardo Blázquez: “Si nos fragmentamos, perderemos todos”

Presidente de la Conferencia Episcopal Española

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Ricardo Blázquez: “Si nos fragmentamos, perderemos todos” [extracto]

JOSÉ BELTRÁN | Solo han pasado unas horas desde que se ha hecho el recuento de todos los votos de los colegios electorales y el presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE), Ricardo Blázquez, conversa con Vida Nueva. Con la serenidad y templanza que acostumbra, el cardenal arzobispo de Valladolid reflexiona sobre los retos más inmediatos a los que se enfrenta el país, desde la incertidumbre de no conocer quién será el próximo presidente del Gobierno. Ni un mensaje combativo. Tampoco decepción o desconfianza en sus palabras o en su tono. Consciente de que los comicios han dejado un escenario que calificad de “delicado”, invita a todos, desde los políticos a los cristianos de a pie, a buscar el punto de encuentro en aras del bien común.

PREGUNTA.- A la luz de los resultados, ¿qué sensación le dejan estas elecciones generales?

RESPUESTA.- Al escuchar los resultados finales y al ver que los ecos que nos habían anunciado las encuestas sociológicas se han cumplido, me quedó una primera sensación: estamos ante una situación delicada, una situación realmente nueva. Esto lleva consigo un alto grado de incertidumbre. Confío en que todos estaremos a la altura de la situación. Estoy seguro de que primará la generosidad sobre la mezquindad. Confío en que de esta situación, como otras delicadas que hemos pasado, podremos salir uniendo las manos, el corazón y la esperanza unos y otros.

P.- Esta novedad de la que habla se traduce en un escenario sociopolítico sin mayorías absolutas que exige acuerdos. Ante esto, se puede mirar esta realidad desde el pesimismo de la imposibilidad de tener un Gobierno o con una mirada optimista de una nueva forma de legislar desde los acuerdos puntuales. ¿Hacia dónde ve que se inclina la balanza?

R.- Nos inclinaremos todos hacia una solución concertada. Esto es lo que deseo. Una vez que se sosieguen los ánimos y se analicen pormenorizadamente los resultados, con unas interpretaciones que se extralimiten de lo que realmente son y de lo que nos dicen, creo que se va a imponer que todos juntos miremos al futuro con el esfuerzo de la esperanza. Es la hora de las grandes perspectivas de futuro, no es la hora de fragmentarnos en diversas opciones. Hay que tener en cuenta la situación del entorno europeo y mundial, así como los problemas que tenemos todavía por delante en nuestro país, que son duros, con una crisis que ha gravitado sobre determinados colectivos de forma muy pesada. Si leemos los resultados con profundidad, nos dicen mucho. Seguramente hacen un correctivo a los años que han precedido, pero al mismo tiempo nos reclaman la colaboración y la escucha de todos. Con estas dificultades sobre la mesa, estamos llamados a unir todos nuestros esfuerzos. Así es como tendremos una perspectiva más clara para poder vencer las inquietudes y zozobras. No es la hora del temor, sino la de la actuación convencida y eficaz.

P.- Menciona la palabra temor. La presencia de formaciones emergentes con un dicurso diferente puede generar, fuera y dentro de la Iglesia, cierto miedo, sensación de amenaza… ¿Son temores reales o infundados? ¿Cómo enfrentarlo?

R.- Como Iglesia, estamos dispuestos a colaborar en todo lo que podamos. Así venimos haciéndolo desde hace tiempo. Al terminar la peregrinación que hicimos como Conferencia Episcopal para concluir el V Centenario del nacimiento de santa Teresa, desde Ávila hicimos público el documento Iglesia, servidora de los pobres. El texto fue bien recibido y acogido por la sociedad, ha sido traducido en otras lenguas y nos han felicitado por lo bien redactado y serio que es. La Iglesia quiere seguir trabajando en esta línea y, desde ahí, tenemos una tarea bien importante: favorecer la voluntad de consenso. No cultivemos lo contrario. Favoreciendo el concierto y la búsqueda del diálogo podemos dar una respuesta a la sociedad. Unidos podemos afrontar el futuro. Fragmentados, nos perdemos todos. No tendríamos la capacidad para responder a la altura de las exigencias, y también nos pedirían cuentas las generaciones que van llegando. Afrontemos este momento delicado con esta conciencia. Favoreciendo el consenso, confío en que podamos salir de esta situación. Así, una abstención en un momento oportuno es una forma preciosa de colaboración.

Inquietud y esperanza

P.- En el marco de todo este maremágnum político, y a la espera de una nueva legislatura, los obispos presentan su hoja de ruta para estos años: el nuevo plan pastoral. ¿Cómo se integra uno en lo otro?

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Ricardo Blázquez, presidente de la CEE, junto al papa Francisco

R.- En una primera aproximación, este plan pastoral es para la Conferencia Episcopal, no para las diócesis. Así, en la primera parte hemos hecho un gran esfuerzo para comprender nuestra situación, con sus luces y sus sombras. Hay motivos para la esperanza y motivos para la inquietud. Estamos a gusto en el sistema democrático y nos sentimos en medio de la sociedad bien insertados. Pedimos respeto para todos y ofrecemos respeto para todos. Queremos que nuestra historia sea también considerada de una manera cercana y con afecto para aprender de nuestros errores y de nuestros aciertos. En muchos momentos, la historia de España ha sido muy brillante, con unos servicios a la humanidad entera impagables. Pero también tenemos motivos para arrepentirnos y cambiar la orientación que en algunos momentos se tuvo. Cabe aquí por tanto un orgullo sano y una humildad sincera. Trabajemos entre todos y vayamos juntos a la prestación de nuestro servicio a la sociedad. Esto es lo que también hemos querido ver en esa primera parte en la que se escrutan los signos preocupantes y los vientos favorables. ¡Cómo no vamos a sumarnos a esa preocupación compartida por la solidaridad, que no es sino un nombre de la fraternidad cristiana y del servicio en el Señor! Ahí estamos también nosotros como Iglesia y queremos estar. Queremos libertad para exponer lo que del Señor hemos recibido y estamos convencidos de que se presta un buen servicio a los ciudadanos. En la segunda parte –sin mucha concreción porque no podemos adelantarnos a tantos años vista– se alude a los cauces de la acción pastoral de la Iglesia centrándonos en la Palabra, en la celebración de los sacramentos, nuestra vivencia con los demás… Yo pido: no se tenga miedo a la Iglesia. Si cercenamos su tarea, nos empobrecemos más.

P.- En esa mirada humilde a la realidad, el documento sorprende por una valiente autocrítica de la propia Iglesia. A lo mejor nosotros nos hemos alejado de la gente, nos hemos acomodado…

R.- ¡Cómo no vamos a felicitarnos de la Transición que hicimos en lo social, lo político y lo cultural cuando comenzó este período democrático! Para nosotros, como Iglesia, es motivo de satisfacción y en muchos lugares ha sido motivo de admiración. A la hora de revisar nuestra historia también tenemos motivos para arrepentirnos. Juan Pablo II, en aquel primer viernes de Cuaresma del Jubileo del 2000, en una celebración impresionante en la Basílica de San Pedro, pidió perdón por los pecados de la Iglesia a lo largo de su historia. También nosotros tenemos motivos para arrepentirnos y dar gracias a Dios. La confrontación con el Evangelio, que es nuestra luz, nuestro correctivo y nuestra esperanza, nos ayuda a ser cada vez más fieles, a aclararnos sobre las exigencias que los tiempos presentes nos plantean, a poder responder, como apuntó Juan XXIII en la convocatoria del Vaticano II, a la hora presente con sus oscuridades y sus logros para “inyectar el Evangelio en las venas de la humanidad”. Vivir del Evangelio nos viene bien a todos; creer en Dios nos viene muy bien a todos. Al margen del respeto y de la fe en Dios, andamos como vagando, nos falta el norte. Como cristianos, profesando la fe en Dios, anunciando el Evangelio, estamos prestando un servicio precioso a cada hombre y a la sociedad.

P.- Precisamente, desde esa llamada que hace a poner la mirada en los últimos de la sociedad, la Iglesia viene reclamando un pacto de Estado contra la pobreza, al que se une un pacto educativo. Ante la amalgama de partidos, ¿será posible sacarlo adelante?

R.- Al final de Iglesia, servidora de los pobres nos referimos a ese pacto contra la pobreza para que estemos todos implicados: la sociedad, las instituciones, los gobernantes, los empresarios, los trabajadores… Y en relación con la educación, se trata también de una cuestión fundamental. Llevamos demasiadas leyes orgánicas durante el tiempo de nuestra vida democrática. Es impensable que cada cambio de Gobierno traiga una nueva ley educativa. Todos los gobernantes, partidos políticos, fuerzas sociales, profesores, padres de familia… tenemos que unirnos para un pacto de largo respiro en el que se escuchen las perspectivas de otros. A veces, el problema que podemos tener es contemplar o ponernos exclusivamente en nuestro propio punto de vista. Tenemos que escucharnos porque todos seguramente tenemos cosas que decir. La unión y la concertación son imprescindibles ante estas grandes realidades que forman parte del entramado fundamental de la vida de la sociedad.

“Tenemos que hacernos eco de los que sufren”

¿Cómo puede contribuir el cristiano de a pie, haya votado a una formación o a otra, a sumar y no restar en tiempo postelectoral? La Iglesia como conjunto, y después cada cristiano, según la responsabilidad que en la Iglesia y en la sociedad tenga, tenemos que hacernos cargo de nuestra sociedad, de nuestro presente y de nuestro futuro, teniendo en cuenta de forma particular a los que sufren más y a los que han quedado más al margen. En el Evangelio aprendemos que los pobres están en el centro de nuestras tareas y nuestras esperanzas. Yo pediría que nos hagamos eco de las personas que más sufren para poder, entre todos, buscar el remedio poco a poco. Las grandes respuestas nunca se pueden dar ni ofrecer al momento, sino con la paciencia que necesitamos unos y otros. Los sacrificios han de repartirse equitativamente.

En el nº 2.970 de Vida Nueva

 

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