La Iglesia tras el 20-D: otra Transición llama a la puerta

Diversos expertos analizan para ‘Vida Nueva’ el complejo escenario político postelectoral

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Los cuatro candidatos que aglutinaron 322 de los 350 escaños en juego, votando en sus respectivos colegios electorales

La Iglesia tras el 20-D, ante la otra Transición [extracto]

RUBÉN CRUZ | Resaca electoral. Las nuevas formaciones ya están aquí. 38 años después, el bipartidismo ha muerto. Y es que, en esta ocasión, PP (123 escaños) y PSOE (90 escaños) apenas superan el 50% de los votos. Podemos (69 escaños) y Ciudadanos (40 escaños) irrumpen de lleno en el Congreso, aunque la formación de Albert Rivera obtiene menos representantes de los que vaticinaban las encuestas. El PSOE toca suelo y el PP pierde 63 diputados con respecto a la última legislatura de mayoría absoluta.

En este escenario de incertidumbre, España da ahora la bienvenida a un largo período de negociaciones para conseguir formar gobierno. La primera cita: el 13 de enero, cuando se abre la sesión constitutiva del nuevo Parlamento. Muchas posibilidades matemáticas, pero pocas reales, o al menos cercanas a la realidad que hasta ahora ha vivido nuestro país. Hoy, la otra Transición llama a la puerta.

“Estar ante un escenario de ingobernabilidad depende de cómo establezcan relaciones los partidos”, indica Rafael Díaz-Salazar, profesor de Sociología de la Universidad Complutense. La situación es tan incierta que ya incluso se habla de una repetición de las elecciones. Si se produce un intento fallido de investidura, las fuerzas tendrán dos meses para formar gobierno antes de la convocatoria de nuevas elecciones. Sobre el tablero, se repite la situación que vive el Parlament catalán.

Raúl González Fabre, profesor de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad Pontificia Comillas, no tiene dudas y advierte de que el año nuevo nos va a traer una nueva llamada a las urnas. Por su parte, Pablo Gutiérrez de Cabiedes, catedrático de Derecho Procesal de la Universidad CEU San Pablo, mantiene que “los resultados electorales abren un tiempo nuevo que puede ser positivo si es ocasión para una mejora institucional, ética, socio-económica, política, educativa…”.

Mientras, Juan Pablo García Maestro, profesor del Instituto Superior de Teología Pastoral de la Universidad Pontificia de Salamanca, sostiene que en España sí se puede gobernar, pero “hay que admitir que nos encontramos en una situación muy diferente a la de estos últimos años”. En este sentido, José Ramón Villar Saldaña, profesor de Teología Dogmática de la Universidad de Navarra, señala que “no somos un país ingobernable, porque si los partidos no alcanzan los acuerdos para formar gobierno estable, el sistema mismo ofrece la solución de convocar nuevas elecciones”.

Para Luis Ángel de las Heras, presidente de CONFER, “estamos ante una España que ha expresado, a través de las urnas, una amplia diversidad de opciones políticas, quizá con hartazgo, y propone un escenario parlamentario de mucho diálogo, de necesidad de negociación, de acuerdos y entendimientos sobre asuntos y propuestas concretas”.

En clave eclesial

Y ante el nuevo período que se abre camino en España, ¿cuál es el papel de la Iglesia? La realidad es que la secularización que ha experimentado la sociedad española en los últimos años se hace cada vez más patente en ambos parlamentos. Así, valores defendidos por cristianos de base, como el derecho a la vida, se han esfumado de las cámaras. De hecho, todos los parlamentarios populares que votaron en contra de la matización de la Ley Aído desaparecieron de las listas del partido para esta nueva legislatura.

Además, varios partidos se han presentado ante los ciudadanos con la promesa de romper los Acuerdos con la Santa Sede, eliminar la enseñanza concertada o sacar del aula la asignatura de Religión. “Se abre un escenario en donde esta posibilidades se van a replantear –argumenta Díaz-Salazar–. ¿Hacia dónde? No se sabe, pero por primera vez tenemos la posibilidad de un desenganche fuerte entre la Iglesia y el poder político, sea del signo que sea. En clave evangélica es positivo. La Iglesia tiene que ser capaz de desarrollar su misión sin apoyo del poder de ningún tipo. Cuando lo ha hecho, evangélicamente le ha ido mal. Lo que sí podemos hacer como Iglesia es trabajar en la creación de una cultura política en la sociedad civil, poner por encima de los intereses de los partidos a las personas que más sufren. Aquí la Iglesia desarrolla un buen papel y puede hacerlo todavía mejor”.

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Las papeletas que los ciudadanos se encontraron en los colegios electorales para elegir a sus representantes

La autonomía del poder que plantea el sociólogo pasa por no tratar con el Gobierno de tú a tú, sino “a través de plataformas que intervengan como interlocutores. Por ejemplo, para hablar sobre pobreza con el Ejecutivo puede hacerlo un representante de Cáritas (institución muy valorada por la sociedad), otro de CONFER (como ejemplo de quienes están ‘en el barro’) y otro de HOAC o Justicia y Paz (como representantes del laicado comprometido). De otra manera, sería una negociación de poder a poder –Gobierno y Conferencia Episcopal–, y eso hay que superarlo”, mantiene, porque “en la Iglesia no solo hay obispos. Mantener una relación de presidente a presidente es no entender por dónde va hoy el nuevo ciclo eclesial marcado por Francisco y que es inviable en un país tan secularizado”. Además, para Díaz-Salazar, la formación política de los católicos es básica.

Por otro lado, el máximo representante de los religiosos en España cree que “hay muchas cosas que cambiar. Siempre hay que mejorar y no hay que conformarse. Esto hay que hacerlo con una elemental prudencia, buscando consensos, escuchando, abriendo diálogos, debates, participación del mayor número posible. Hay que propiciar mecanismos de corresponsabilidad para realizar cambios cuyos beneficios perciban y afecten a la mayoría sin plantearlos contra nadie. Pero en política, sobre todo, hay que demostrar honestidad, generosidad, amplitud de miras y lucha a favor de los más necesitados, lo que incluye tanto unas condiciones socio-económicas favorables como una atención directa a quienes siguen en crisis en sus familias”.

Al mismo tiempo, De las Heras hace hincapié en que el papel de la Iglesia “ha de ser el que viene desempeñando a favor de una sociedad en continuo crecimiento y mejora para extender los derechos humanos que coinciden con los valores del Evangelio, y para que se favorezca a los más necesitados en nuestra nación y más allá de nuestras fronteras. Desde este papel, la Iglesia seguirá favoreciendo las vías democráticas y los debates bien fundamentados, con conocimiento de los temas, no con ignorancia, sobre cuestiones sociales relevantes a favor del bien común y de las personas, especialmente de las más desfavorecidas e indefensas”.

No obstante, este papel no pasa por ponerse en primera línea política, según De las Heras: “La Iglesia siempre está dispuesta a servir de mediadora y cauce de diálogo y búsqueda consenso. No tiene que tomar iniciativa en este tiempo político. El momento inicial que se abre ahora es de diálogo entre partidos con representación parlamentaria para formar gobierno. En otros momentos, la Iglesia, como otras instituciones y agentes sociales, seguro que servirá de puente”.

En los mismos términos se expresa Saldaña: “La agenda de la Iglesia, en rigor, no está marcada por los ritmos políticos y tiene su propia dinámica de misión, en orden a promover una identidad cristiana basada en la libre adhesión personal a la fe. Obviamente, esto no significa ignorar las circunstancias sociales y políticas en que vive la Iglesia. Pero lo importante, a la postre, no son los gobiernos, sino las personas”.

Asimismo, Saldaña considera que se tienen que llevar a cabo cambios en el país: “Las posiciones, ya conocidas, de los diversos partidos en materia religiosa hace urgente un ejercicio de pedagogía en la sociedad española (comenzando por los católicos mismos) sobre la valoración del hecho religioso, al menos con igual reconocimiento que merece cualquier otro hecho social, deportivo, cultural, etc”.

Así, para Fabre, “la Iglesia debe apoyar los cambios institucionales que saneen la estructura política de la sociedad española, para que esta, a su vez, produzca bienes sociales como empleo estable y apoyo a las familias”. No obstante, no cree que “sea una fuerza significativa de mediación política en este momento, como sí lo era en la Transición. Quizá tenga sentido que se ofrezca como elemento de mediación social entre quienes se sienten fracasados en este sistema y quienes han tenido éxito en él, para que estos últimos lo transformen en oportunidades para los primeros”.

Ante esta coyuntura histórica, Cabiedes señala que la Iglesia debe “orientar moralmente a los católicos y hacer ver, con inteligencia y con gracia, su esencial papel social, educativo, ético, moral, cultural…, que cumple desinteresadamente en beneficio de toda la sociedad y, especialmente, de los más débiles y necesitados: facilitando, entre otras cosas, medios de subsistencia humanamente digna (comida, techo…) a aquellos que han quedado sin trabajo y sin medios de subsistencia, precisamente como consecuencia de las políticas de quienes denigran a la Iglesia y pretenden tratarla con sectarismo beligerante”. Además, considera que hay mucho que cambiar, por lo que, “por coherencia y plenitud vital cristiana, los ciudadanos católicos y la Iglesia no solo no pueden ser ajenos, sino que están llamados a participar en la regeneración cultural, social y política”.

Los prelados españoles ofrecieron hace varios meses el documento Iglesia, servidora de los pobres a la sociedad. Y, en palabras de Juan Pablo García Maestro, este debe ser su papel y no “una Iglesia con perfil político, como si añorara una sociedad teocrática”, porque “no tiene una tercera vía de solución a los problemas que existen en nuestro país. Sin embargo, debe transmitir los valores del cristianismo. Pero, ante todo, debe ser la defensora de los más pobres y desfavorecidos. La Iglesia no puede mirar hacia otro lado ante el drama de muchos inmigrantes que vienen a nuestro país. Debe ser signo profético y denunciar las estructuras que solamente favorecen a aquellos que acumulan tantas riquezas”.

¿Hacia el gran pacto educativo?

Es el gran reto de la democracia: el ansiado gran pacto de Estado en materia educativa que no llega. Albert Rivera lo ha tenido muy presente en campaña. Ahora, con un Congreso multicolor, volverá a estar sobre la mesa. “En este gran acuerdo nacional, la Iglesia tiene muchísimo que aportar y no tiene que tener miedo a perder nada, porque no tener en cuenta la experiencia de la concertada por parte de los partidos sería un error”, comenta Rafael Díaz-Salazar, profesor de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid

No obstante, José Ramón Villar Saldaña, profesor de Teología Dogmática de la Universidad de Navarra, mantiene que, “aunque en una democracia donde se protegiera sinceramente la libertad religiosa de los ciudadanos, también en el sistema educativo, sería innecesario reclamar su reconocimiento, o apelar a presuntos privilegios, habrá que defender ese espacio, a la vista de la evolución de este tema en los últimos años”.

Por su parte, Luis Ángel de las Heras, presidente de CONFER, como representante de las cientos de congregaciones que aglutinan a 2.000 colegios con concierto en nuestro país, considera que “no se puede llegar a un pacto de educación solo entre partidos políticos. Hay que contar con agentes sociales, con expertos en educación, con escuelas pedagógicas y, desde luego, hay que contar con la Iglesia y particularmente con Escuelas Católicas, por el número de familias, alumnos (1,5 millones), docentes y centros educativos que integra, y por la experiencia y la vanguardia que demuestran en la educación”.

En el nº 2.970 de Vida Nueva

 

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