Navidad en la villa

Hablar de la villa sin conocer es correr el riesgo de decir muchos conceptos cargados de ignorancia y prejuicio. No se puede negar la dura realidad de vivir allí. Pero en Villa Itatí, como en tantas otras villas miseria, la Navidad “es uno de los festejos más lindos que hay”. Villa Itatí, un lugar en el que la fiesta de la vida es indispensable para contrarrestar el dolor de la marginación, del olvido, de la estigmatización y de la muerte.

Desde la parroquia San Juan Bosco a la entrada de la villa hay unos doscientos metros. Ni bien termina el asfalto, un montículo de ramas, botellas aplastadas, deteriorados neumáticos de automóvil y un televisor viejo roto es son parte del basural que da la bienvenida a la Villa Itatí, unos de los barrios más pobres del Gran Buenos Aires, ubicado en el primer cordón urbano (al sur de la Ciudad de Buenos Aires), en la ciudad de Don Bosco, partido de Quilmes.

“¡Hola, Coco!”, gritan unos niños que no superan los 10 años de edad, que improvisaban un partido de fútbol en una de las calles de la villa. Por supuesto, todos vestían la camiseta del FC Barcelona; todos competían entre sí por hacer el primer gol y sentirse, al menos por un rato, como Lionel Messi. Coco les devuelve el saludo extendiéndole el brazo y tocando cariñosamente sus cabezas con su mano.

Las calles son de tierra, muchas de ellas embarradas por las recientes lluvias. También hay angostos pasadizos, por donde solo una persona puede pasar caminando. Allí vive mucha gente, la mayoría estigmatizada socialmente por ser pobre. Sin embargo, muchos quieren trabajar, y lo hacen a través de changas o, simplemente, el cirujeo. Allí, a metros de la sede de la cooperativa de cartoneros, invade el aire un aroma a pan recién horneado. ¡Claro! Un joven se acerca con un gran canasto colgando de su brazo y ofrece panes caseros para acompañar el mate. Coco se acerca y lo saluda –parece que se conocieran de toda la vida– y le dice: “dame uno”. El joven le da un pan, recibe su pago y se va silbando luego de estrecharle la mano afectuosamente.

Ese pan ya tiene destino: la mesa que José, Vicente y Maxi, parte de la comisión directiva de la Asociación de Cartoneros de Villa Itatí, comparten con el equipo de Vida Nueva que los visita. Se huele un clima de familia excepcional, se perciben increíbles rostros y manos cargadas de trabajo.

Luego de la mesa compartida (porque no fue solo una charla periodística), se agradece por el grato recibimiento y por los mates compartidos. De nuevo transitando uno de los caminos llenos de barro, Mario “Coco” Romanín, un salesiano coadjutor que acompaña a la gente de la villa, describe: “Acá todo es así. Una de las cosas que aprendí en la villa es a festejar. Si un cartonero cumple años, haya o no dinero, acá se festeja. Siempre hay algo para compartir, el asado, la torta el brindis. Siempre se festeja”.

vitati1115-024 copiaPalpitando los festejos que se avecinan, el salesiano sostiene: “Aquí, en la villa, la Navidad es uno de los festejos más lindos que hay”. Y continúa su relato con una sonrisa en su rostro: “La gente tiene casas muy pequeñas, entonces la calle es el patio de todos. Generalmente nosotros, los salesianos, celebramos la misa en la capilla [que se encuentra dentro de Villa Itatí] y luego volvemos caminando [hacia la parroquia, donde se encuentra la casa de esta comunidad salesiana]: todo es fiesta”.

“Puede no haber comida –dice el hermano Coco–, pero la Navidad es la fiesta del pueblo. Todos se saludan, se desean felicidades, están alegres, bailan en la calle. Arriba, en el barrio, seguramente haya comida, pero todos están encerrados; en cada casa cada uno hace la suya sin saber dónde está su vecino. Es abismal la diferencia”.

 

Vivir en la villa

Coco Romanín está en Villa Itatí desde hace 12 años. Junto con sus hermanos salesianos y con la comunidad de hermanas franciscanas misioneras de María, acompaña el trabajo de los cartoneros, el centro de noche, el centro educativo de apoyo escolar, el centro de formación profesional, entre otras iniciativas que son una luz de esperanza en medio de tantas situaciones de dolor que suelen vivirse en la villa.

vitati1115-027 copiaVilla Itatí se encuentra a unos 20 minutos de la Ciudad de Buenos Aires. Está compuesta por 23 manzanas, de las cuales sólo 18 están habitadas por unas 60 mil personas, porque en las otras cinco se concentra una laguna. Un ejemplo gráfico para comprender la geografía del lugar: el área que ocupa la villa es como una especia de olla. En los bordes, es decir, en la parte más alta, están los terrenos menos inundables, aquellos que más se buscan para habitar y los que más cuesta conseguir.  A la parte más baja –podría decirse, el fondo de la olla– la llaman La Cava, y es donde confluyen las aguas servidas de todo ese barrio. Son terrenos que se inundan con frecuencia, pero que, aún en los alrededores de la laguna, albergan a varias familias.

Si bien la principal forma de subsistencia es a través de trabajos “golondrina” –ocupaciones transitorias, generalmente desarrolladas en el área de la construcción y el mantenimiento–, el trabajo de los cartoneros es la principal actividad económica de la villa.

Tal es así que desde hace 15 años está conformada la Asociación de Cartoneros de Villa Itatí, una cooperativa en la cual hoy trabajan 22 personas, recibiendo, clasificando y enfardando cartón, papel de diario, papel blanco, chapas, fierros y plástico. Cada día reciben a unos 70 carreros (gente que tira carros) que depositan en el galpón de la asociación lo recolectado por las calles desde muy temprano.

“Juntar cartones es trabajar, cirujear es trabajar… para poder comer, para poder mantener a la familia, para poder mandar a los niños a la escuela, para poder vivir un poquito mejor cada día, para que los chicos crezcan sanos”. Así define la tarea de los cartoneros Cecilia Lee, una franciscana misionera de María que vive con su comunidad, otras dos hermanas, y acompaña a los cartoneros desde los inicios de la asociación.

Esta consagrada vive en Villa Itatí hace casi 20 años y sobre la vida que allí viven, Lee sentencia: “Me duele que vivan matando a los jóvenes de la villa. Desde que nacen, ya de niños, están condenados a morir por este sistema que hace que nos matemos unos a otros”.

“Yo no quiero esta forma de vivir. Revisando la basura somos muchos. En la villa la gente quiere trabajar, quiere superarse y quiere que sus hijos vivan mejor”, asegura.

La Asociación de Cartonero ya no solo acopia, sino que poco a poco se ha ido organizando al punto tal de contar hoy con las máquinas necesarias para iniciar el proceso de reciclado del papel y del plástico. Por ejemplo, el plástico que recolectan los carreros y entregan en la asociación suele llegar como botella, bidón, u otro tipo de envoltorio o recipiente. En el galpón que tiene la asociación lo lavan y lo procesan de tal manera que esa botella de plástico queda convertida en la unidad más pequeña de plástico reciclado. De esta manera, desde la asociación comercializan ya no un montón de botellas, sino kilos de unidades de plástico reciclado, y así cotizan mejor su producto (y su trabajo) ante las fábricas que salen en busca de materia prima.

Esta industrialización para el reciclado va generando una especificidad diferencial para la tarea del cartonero y ofrece la posibilidad de ganar un lugar en el mercado que una década atrás era impensado.

“Antes éramos esclavos de los depósitos, porque ellos nos pagaban lo que querían y no lo que valía”, relata José, presidente de la Asociación de Cartoneros de Villa Itatí. Y prosigue: “Con la asociación sobrevivimos más y mejor, y ya no nos pagan lo que quieren, sino lo que tienen que pagar por el trabajo que hacemos”.

No hay duda de que el trabajo en equipo es más provechoso y da mejores resultados. Cuenta José: “Ir a una papelera a ofrecer nuestro papel para reciclar y pedir precio por 40 mil kilogramos de papel no es lo mismo que tratar de vender 3 o 4 kilos solamente. Ahora somos una asociación, no una persona sola que va a vender el papel que juntó durante el día”.

Conocer esta experiencia invita a reflexionar sobre todas las maneras en que se pueden hacer presentes espacios de vida. Como el pesebre albergó el nacimiento de un niño, la organización que lograron realizar los cartoneros dio vida a mucha gente, a muchas familias, a toda la villa.

 

Con los pobres

Mientras caminan las calles en pleno trabajo de recolección, los carreros y los cartoneros suelen cruzarse con comentarios prejuiciosos y estigmatizantes acerca de su trabajo o de su origen (“es de la villa”); muy doloroso, por cierto. Por eso, escuchar estos testimonios en este tiempo previo a la Navidad interpela. ¿Qué habrá pasado por la cabeza de José cuando no encontraba lugar para que su esposa pueda estar cómoda para parir a su hijo? ¿Qué habrá pensado María, con un seno cargado de vida, absolutamente hinchada (y seguramente muy dolorida) acerca del futuro de su hijo? ¿Qué sentimientos habrán pasado por los corazones de esos jóvenes padres primerizos cuando “María lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue”? (Lc 2, 7)

“Yo me siento evangelizado por los pobres. Vivo feliz porque se construye con ellos, se resuelve con ellos, se decide con ellos”, testimonia Coco Romanín. Y recuerda: “La cooperativa de cartoneros se decidió con los cartoneros, el centro de noche se decidió con los educadores. Todo lo que se va armando y desarmando se hace con ellos; entonces no es la Iglesia institución la que hace las cosas; es la gente la que va trabajando. No es la Iglesia que hace para los pobres, sino la Iglesia que, desde las bases, trabaja con los pobres”.

vitati1115-010 copia“Gran parte de los espacios en los que nos movemos no son de la Iglesia, son de la gente –explica el salesiano–. Pero la gente dice que son lugares de la Iglesia porque estamos nosotros con ellos. Sin embargo, no estamos como dueños ni como patrones ni como predicadores. Si bien sabemos que tenemos peso en las decisiones a la hora de votar, vale lo mismo mi voto que el de cualquier otro. Y para ellos significa mucho que yo vaya a levantar o a bajar mi mano en una asamblea de cartoneros.”

Tanto Coco como sus hermanos salesianos son una referencia para la gente de la villa. “En parte somos referentes, pero para nosotros lo importante es que sientan que ellos son referentes nuestros”, dice. Aunque hay algo que calla y que vale la pena saber: En Villa Itatí, tanto los salesianos como las franciscanas misioneras de María son referencia para la gente. Esto es posible porque están con ellos desde el llano, sin grandes exposiciones retóricas ni discursos sobre moralidad, sino trabajando codo a codo con cada uno de ellos, compartiendo sus alegrías, sus penas y sus logros, dando una mano en el día a día, dando certeza de que Dios los quiere y de que la Navidad es un tiempo que llega no solo para dar sentido a un festejo, sino para saber que Jesús desde el pesebre –todo un símbolo de pobreza– nace pobre, se identifica con ellos, comparte la vida. Coco lo define a su manera: “La Gloria de Dios es que el pobre viva”.

 

Espacios de vida

“Yo tuve que dejar un montón de cosas y comodidades que tenía para instalarme en la villa. Tuve que empezar a aprender”, recuerda Coco aquellos tiempos en que recibió la obediencia religiosa de ir a la comunidad de la parroquia San Juan Bosco. Sin embargo, considera: “En la medida en que tengas tu corazón abierto, los pobres te evangelizan. Esto que dice Jesús, ‘Bienaventurados los pobres porque el Reino de Dios es de ellos’, es una realidad. Pero también el Evangelio nos dice que junto con el trigo crece la cizaña: los pobres no son santos, son pecadores como cualquiera de nosotros”.

Tanto el hermano Coco como la hermana Cecilia creen que vivir en la villa, y trabajar con la gente de la villa “es apasionante”. Esto no quiere decir que vivan sin dolor, porque “hay momentos muy duros, de chicos que se caen, situaciones límites, pero en general, el ambiente es esperanzador”.

Entre los “momentos duros”, el que más golpea a la villa es la droga: “es un tsunami que arrasa y se lleva todo: estudios, trabajo, familia”, grafica la religiosa. Y continúa: “con la adicción empieza la mentira, y ahí comienzan a destruirse losínculos y las relaciones”.

No hay recetas para abordar estos casos. Por experiencia, tantos los salesianos como las franciscanas saben que lo único que pueden hacer es “estar con la gente y acompañar sus luchas”.

De hecho, ellos son artífices de espacios alternativos de vida, como la huerta, los talleres del centro de formación, los centros de noche, la Asociación de Cartoneros. “La gente se da cuenta de que en un lugar hay muerte y en el otro hay vida. Entonces nosotros apostamos por seguir haciéndole contrapeso a la muerte”, sostiene Coco. “Aunque lo nuestro sea algo chiquitito, si tiene la semilla del Reino, habla por sí solo”, afirma convencido.

La experiencia que continúa es un testimonio concreto: “al principio, los salesianos no bajábamos a La Cava. Cuando empezamos a ir allí nos encontramos con los cartoneros, con las franciscanas, con la gente. Entonces, empezamos a prestarles la capilla para que hagan las reuniones y se organicen. Ese lugar en donde gobernaba el tráfico de drogas, los secuestros y los asesinatos se transformó en un polo educativo y productivo lleno de esperanza. Nosotros charlamos y los recibimos a todos, y los conocemos. El que quiere, está; el que no, estará de la vereda de enfrente”.

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Entre las iniciativas para las familias de la villa, todos los años los salesianos se van de vacaciones a la ciudad de Las Toninas con familias que no conocen el mar. “Para ellos es la fiesta de la vida. Algunos se marean porque nunca en su vida vieron el mar. La mayoría de la gente que vive en Villa Itatí llegó del norte del país o de países limítrofes a la terminal de ómnibus del barrio de Retiro. De allí fueron directo a la villa, y allí es donde pasan toda la vida, todos motivados”, cuenta Coco.

“Hace unas semanas –agrega el salesiano– llevamos de campamento a un grupo lindo de chicos a Las Toninas. Los pibes se entusiasman con la pesca, con el campamento, con la carpa, con el fuego. Todo eso les encanta y lo disfrutan. Allí se muestran tal cual son, por la generosidad, por la espontaneidad. Basta organizarlos y dividirlos en grupos, y ellos hacen todo, hasta cocinan”.

Esta experiencia es tan generadora de vida que “hasta vienen al viaje y al centro de noche los hijos de los transas [personas que viven en la villa y que comercializan la droga]. Nos los mandan porque los transas no son tontos; saben bien qué quieren para sus hijos: quieren la vida”.

Más que hablar del Niño y de su madre, de la humildad del pesebre, o del lugar teológico de José, los Reyes Magos y los animales del establo donde nació Jesús, pensar la Navidad y tratar de vivirla a partir de la profundidad de la vida en la villa es una buena manera de valorar lo que se tiene y de pensar que el nacimiento de Jesús marca el comienzo de una nueva vida, de una buena vida, de una vida digna. ¡Feliz Navidad!

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