París alumbra la primera respuesta global al cambio climático

Colectivos de Iglesia aplauden el “histórico” acuerdo, pero reclaman compromisos reales

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Protestas ante la Torre Eiffel durante la Cumbre del Clima COP-21

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA | Tras dos semanas de duro trabajo –y momentos tensos, como cuando Nicaragua presentó un plan alternativo para las economías emergentes, amenazando con romper el consenso–, la Cumbre del Clima de París se cerró este 12 de diciembre con lo que desde la propia ONU se anuncia como un éxito sin precedentes.

De hecho, hay muchos motivos para el optimismo: el acuerdo lo han suscrito los 195 países participantes; se establece que el nuevo marco (que fija que al final del siglo la media de la temperatura mundial no suba más de los 2º, con los 1,5º como meta) es “vinculante”, entrando en vigor en 2020; se interpela en primer lugar a los países desarrollados, a los que se exige más resultados inmediatos que al resto y de un modo concreto, pues deben fijar su acción en inventarios; y se apuesta por la verificación, con análisis cada cinco años para ver si se rebaja progresivamente la emisión de gases contaminantes.

Pero también hay motivos para la reserva: el principal, que los objetivos de reducción de cada país no son vinculantes. Otros aspectos pendientes son el fondo que se destinaría a compensar a los países menos desarrollados, que es “voluntario”, y el órgano que vigilaría cuáles son los estados más afectados por la contaminación, con la idea de recompensarlos, cuya concreción se ha pospuesto.

Al día siguiente, en el rezo del ángelus, el papa Francisco saludó “un acuerdo que muchos definieron como histórico”, aunque animó a seguir caminando con pasos reales hacia la verdadera equidad: “Su actuación [de los estados] requerirá un empeño coral y una generosa dedicación por parte de cada uno. Deseando que sea garantizada una particular atención a las poblaciones más vulnerables, exhorto a la entera comunidad internacional a proseguir con solicitud el camino emprendido en el signo de una solidaridad que sea cada vez más concreta”.

Consultado por Vida Nueva, Gabriel López Santamaría, delegado para España del Movimiento Católico Mundial por el Clima (MCMC), reclama un cambio de paradigma profundo y que todos los gobiernos sean “conscientes de la urgencia de la situación”, puesto que “la crisis del cambio climático es gravísima y se acaba el tiempo”. Pese a todo, apunta, “aún hay esperanza, porque revertir la situación, de momento, está en nuestras manos”.

Para ello, López Santamaría interpela a la Iglesia, para que todos los pastores animen a las comunidades y se genere una ola de concienciación de dimensiones globales: “¿Imaginamos cómo se revertiría el problema si los más de mil millones de católicos pusiésemos en práctica la Laudato si’ del Papa? ¡Tenemos el poder de cambiar el mundo si de verdad fuésemos cristianos! La encíclica es una alarma y un faro de esperanza. El problema está ahí, es evidente… Aunque algunos se empeñen en que es un invento de los progres.

Pero, si cambiamos nuestra forma de vida, con pequeños gestos en nuestro día a día, lograremos revertirlo. Nuestro papel es fundamental. La movilización social es el único elemento que temen (lamentablemente) nuestros políticos. Como cristianos, debemos responder al llamado del Papa, que nos dice que ‘defender a la tierra es un deber y un pecado grave no hacerlo’. Ahora, más que nunca, los ciudadanos en general y los católicos en particular debemos velar para que se cumpla lo acordado en París”.

Cuestión de justicia

En un comunicado, Caritas Internationalis –presente en la cumbre– se congratula del que ve como “el nuevo y único acuerdo universal sobre cambio climático”, y como ejes más positivos, entre otros, “la mención del concepto de justicia climática y la señal a la industria de combustibles fósiles de que su tiempo llega a su fin”. Eso sí, piden establecer mecanismos de control fiables: “Solo conseguiremos alcanzar la justicia climática si los recortes de emisiones por los países desarrollados son científicamente verificados y son alcanzados a mitad de siglo; debe haber un mecanismo para revisar de forma transparente el progreso e incrementar los compromisos de los países”.

Entre lo preocupante, Caritas Internationalis recoge “la protección de los derechos humanos, ausente ahora en el corazón del acuerdo. Esto supone una amenaza, porque las proyecciones climáticas ponen en peligro los derechos humanos”. Algo que refleja, en concreto, “la escasa referencia a la seguridad alimentaria, un golpe más a las comunidades más vulnerables”, ya que “el acuerdo no hace nada para proteger sus tierras”.

Elena Lasida, responsable de Ecología en el Episcopado francés, valora positivamente que EE.UU. y China, que no ratificaron el Protocolo de Kioto, firmen ahora este “acuerdo global”. “Esta universalidad –sostiene en la web de los obispos galos– se hace eco del bien común promovido por la Iglesia”. Entre lo negativo, apunta que el concepto de “seguridad alimentaria” ha dado lugar al de “producción de alimentos”, cuando el reto es reequilibrar la soberanía mundial.

Turkson propone controlar la natalidad

En pleno debate sobre el cambio climático en París, el cardenal ghanés Peter Turkson, presidente del Pontificio Consejo ‘Justicia y Paz’, anunció una propuesta que ha causado una cierta controversia. En declaraciones a la BBC, se mostró favorable a ciertas formas de control de la natalidad: “Esto es algo de lo que se habla. Después de su visita a Filipinas, el Sumo Pontífice ha invitado a las personas a adoptar algún tipo de control de natalidad, porque la Iglesia nunca estuvo en contra de que la gente espacie los embarazos. Así que, efectivamente, puede ser una solución”.

En el nº 2.969 de Vida Nueva

 

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