Obituario: Cardenal Julio Terrazas, pastor y profeta

cardenal Julio Terrazas, Bolivia, fallecido en 2015

JESÚS JUÁREZ PÁRRAGA, SDB | Arzobispo de Sucre y presidente del área de Educación de la CEB

A lo largo de su vida, Julio Terrazas Sandoval (1936-2015) ha dado testimonio de su vocación profética y compromiso cristiano en la dimensión social de la fe y la evangelización. La energía de su personalidad, la interpelación constante de las circunstancias de empobrecimiento y exclusión de las mayorías en el campo y las ciudades de Bolivia, la inclinación en su formación hacia los temas sociales y la llamada vocacional a la construcción del Reino en su “aquí y ahora”, desde un rol profético, hacen del cardenal Julio un testimonio de “discípulo misionero de Jesucristo al servicio de la vida”.

Su vocación religiosa se fue forjando en el seno familiar, de fuerte arraigo católico, y en el profundo testimonio de los redentoristas, en su natal Vallegrande de gente noble y creyente. Allí fue párroco y participó activamente en las movilizaciones sociales, demostrando que el púlpito no es suficiente para caminar con el pueblo que busca realizar sus aspiraciones más legítimas.

Su sólida formación filosófica y teológica en Francia y su contacto con la realidad y ese pueblo sencillo le llevaron a ser obispo auxiliar de la Arquidiócesis de La Paz (1978-1981) en una época en la que llegaron a pasar por el Palacio de Gobierno ocho presidentes y tres juntas militares en apenas cuatro años.

Justo cuando se recuperó la democracia en 1982, san Juan Pablo II le nombró obispo de Oruro. Si durante la dictadura fue profeta valiente, aquí le tocó vivir tiempos neoliberales: más de 23.000 mineros despedidos, congelación de salarios, liberalización de precios de la canasta familiar, reducción de la inversión en políticas sociales… Don Julio no pudo quedar indiferente y fue al encuentro solidario de la Marcha por la Vida que canalizó el descontento y la protesta popular ante tales medidas.

Pero los misioneros siempre están dispuestos a asumir nuevas responsabilidades y, en 1991, san Juan Pablo II lo llamó para servir a la Iglesia que peregrina en Santa Cruz, suscitando alegría y esperanza en este pueblo oriental del que era hijo. La comunión eclesial, la pastoral de conjunto, las líneas pastorales claramente marcadas por la opción preferencial por los pobres y una Iglesia con vocaciones nativas son los impulsos que generó el arzobispo Julio con un carácter profético sin tregua.

Hasta que, en 2001, recibió el gratificante reconocimiento de ser el primer cardenal boliviano, una buena noticia para Santa Cruz y para todo el país. Fiel a su vocación pastoral, el cardenal Julio siguió siendo el mismo en estos tiempos de “cambio” en Bolivia. Quizás uno de los períodos más ingratos de su apostolado: su mensaje orientado por la democracia, los derechos humanos, la libertad y la paz, y su agudeza en la denuncia de las contradicciones del nuevo proceso político liderado por Evo Morales, le convirtieron en blanco de agresiones, descalificaciones y hasta de un atentado en su domicilio.

En estas circunstancias históricas sería cómodo callar y dejar que sigan su curso las nuevas hegemonías, pero el cardenal –mientras ejercía su ministerio pastoral y aun después– no podía tomar esa claudicante, cobarde y cómplice actitud. El ejercicio de su cátedra era Evangelio encarnado que denuncia la ambición por el poder desmedido, visiones que excluyen a otros, riquezas acumuladas a costa de la pobreza de otros, desprecio de los que se creen más que los sencillos y humildes y de los que buscan soluciones prescindiendo de Dios y los valores cristianos.

El cardenal ha sido y será fuente de inspiración del compromiso social de la Iglesia en Bolivia; inspiración para sus hermanos obispos, a los que sirvió como presidente del Episcopado (1985-1991 y 1997-2012); generador de nuevas vocaciones sacerdotales y religiosas y, fundamentalmente, luz del potencial de los laicos en la construcción de una nueva sociedad según los valores del Reino.

Nuestro pastor Julio ha partido ya a la Casa del Padre, dejando dolor humano entre sus familiares, sus hermanos obispos, sus amigos y feligreses, pero, ante todo, esperanza cristiana que se expresa en semillas que deben brotar en tierra fecunda para honrar su memoria con frutos abundantes de una Iglesia más profética y solidaria.

En el nº 2.969 de Vida Nueva

 

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