Albania: renacer sobre los cimientos del martirio

El país experimenta una primavera de la fe tras un largo invierno de persecución

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Iglesia búnker en Albania

Albania: renacer sobre los cimientos del martirio [extracto]

JOSUÉ VILLALÓN (AIN) | Coches alemanes último modelo abarrotan las calles de Tirana, la capital de Albania. Altos edificios de hormigón y cristal han crecido como setas sin control entre los antiguos bloques comunistas. Los cafés son el principal pasatiempo. Hay mucho movimiento en los mercadillos. Sin embargo, el alto paro y la precariedad empujan a los jóvenes a emigrar. Es un lugar de contrastes, fruto de una acelerada reconversión capitalista desde una sociedad lastrada en el pasado por el hermetismo internacional. La Iglesia, que ha vivido en las catacumbas durante casi 50 años, experimenta ahora una primavera de la fe.

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Mark Pashkja con varios compañeros seminaristas

El cristianismo está presente desde el siglo I. El país formaba parte de la región romana de Iliria, evangelizada por san Pablo. La primera diócesis se estableció en Durrachium, hoy Durrës, en la orilla del Mar Adriático, donde, en el año 66, había unas 70 familias cristianas. Su obispo Astio fue uno de los primeros mártires. Desde entonces, el martirio ha sido el cimiento de la Iglesia albanesa. La batalla de Savra, en el año 1385, supuso la derrota de los serbios frente a los turcos otomanos y el comienzo de una nueva época oscura para la Iglesia.

Los turcos se hicieron con el control de todas las ciudades, a pesar de la oposición del héroe nacional Skanderbeg. Los cristianos que mantuvieron su fe huyeron a Italia o se refugiaron en las inaccesibles montañas del norte. Esas mismas servirían de refugio siglos después contra el régimen comunista de Enver Hoxha, que en 1944 impuso una dictadura atea, destruyendo iglesias y mezquitas, asesinando a religiosos y sacerdotes o confinándolos a campos de trabajo. El papa Francisco, en su visita al país, en septiembre de 2014, afirmaba emocionado: “No sabía que Albania había sufrido tanto”.

“Me gustaría ser cura siguiendo el modelo de tantos sacerdotes albaneses mártires”, asegura a Vida Nueva el seminarista Mark Pashkja. Él fue uno de los primeros niños en ser bautizado al caer el comunismo. Sus padres le contaron cómo tuvieron que casarse en secreto en la montaña, porque el matrimonio cristiano estaba prohibido. “Las historias que me han contado –prosigue– me han ayudado a descubrir mi vocación y a saber que merece la pena ser cristiano”. Le emociona evocar cuando rezaban el Rosario encerrados en casa mientras uno vigilaba fuera o cuando su abuelo narraba el asesinato de amigos suyos.

La esencial ayuda internacional

Mark estudia en el Seminario San Juan Pablo II de Shkodër, al norte, un seminario interdiocesano para Albania, Kosovo y Montenegro. “No se podría sostener sin ayuda internacional”, reconoce Leonardo Falco, rector del centro, quien especifica que “fue construido gracias a Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN), que además aporta becas mensuales para nuestros 22 seminaristas”. Mark espera ordenarse diácono el próximo año, cuando serán beatificados los primeros 40 mártires de la dictadura comunista.

En la periferia de Tirana está Bathore, un pueblo de emigrantes procedentes de las montañas. Gabriella Lorenzon, dominica de la beata Imelda, conoce el pueblo desde que las casas eran unas barracas de madera: “No había agua ni luz, ahora han prosperado gracias al dinero de los que han emigrado”. Estas religiosas trabajan en la pastoral de la parroquia San Juan Pablo II, cuyo templo ha sido recién inaugurado gracias al apoyo de la Conferencia Episcopal Española y AIN.

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Gabriella Lorenzon con un grupo de mujeres del taller de costura

Su carisma es la formación de la persona y el amor a Jesús Eucaristía. Junto a la parroquia, sostienen un centro social donde enseñan costura a mujeres del barrio. “Aquí vienen más musulmanes que cristianos, acogemos a todo el mundo –asegura la religiosa–. Ellos se consideran albaneses en primer lugar. El respeto entre religiones se da hasta el punto de que hay matrimonios entre cristianos y musulmanes”. Alrededor del 80% de los albaneses son musulmanes. Los católicos son en torno al 10%, una cifra que va en aumento.

Xhevahire Kolejini es una alumna aventajada de las dominicas. Después de hacer el curso de corte y confección, comenzó a enseñar a otras mujeres y hoy tiene una tienda de vestidos con la que sostiene a sus cinco hijos. Es musulmana, “pero las religiosas son como mi propia familia”. Otra religiosa, la beata Teresa de Calcuta, también es considerada parte de la familia de Albania. De procedencia albanesa, la Premio Nobel de la Paz es uno de los símbolos del país. En cada ciudad existe una calle o plaza con su nombre.

El Carmelo de Nënshat, un pequeño pueblo del norte, es un símbolo. Es el único Carmelo en todo el país y tiene poco más de 10 años de vida. Entre sus muros viven ocho religiosas, a cuya cabeza está Mirjam Glavina. Han hecho crecer, con su oración y presencia, a una pequeña comunidad de católicos. Ahora están construyendo una nueva residencia para tres sacerdotes carmelitas de Italia y crearán una casa para ejercicios. “Santa Teresa puede decir mucho hoy en Albania. Nos enseña a amar a todas las personas; estamos aquí para rezar por las heridas de nuestro pueblo y por la Iglesia”, reconoce la madre Mirjam.

El lugar es un milagro, como la vida de la hermana Bianca. En casa no había recibido ninguna formación cristiana, a pesar de que su abuela, que estuvo en un campo de trabajo durante años, era católica. Ella conoció a Jesús con 19 años a través de dos misioneras de la Caridad que, justo al lado de su casa, cuidaban de ancianos terminales. Un día sintió la llamada. Cuando se lo contó a su madre, esta se rió diciéndole que ni siquiera estaba bautizada. Tuvo que ser en secreto. Gracias a un libro sobre santa Teresa de Lisieux fue como conoció la obra carmelita y confirmó su vocación.

Misa en una iglesia-búnker

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Jarsolav Car en una iglesia que fue búnker en Jaru

Al sur del país la situación es diferente. La Iglesia vive en la diáspora, repartida en pequeñas comunidades entre una mayoría musulmana y ortodoxa. En Fier está la parroquia de Nuestra Señora de la Inmaculada, cuyo párroco es el franciscano conventual Jaroslav Car, uno de los únicos diez curas que hay en toda la zona. “El principal problema al que nos enfrentamos es la emigración y la mentalidad de la gente, que sigue dañada por el pasado comunista”, asegura. Es complicado crear comunidad porque aún hay mucha desconfianza y envidia entre vecinos. Tiene una misión entre varios poblados marginales de los alrededores de Fier. Cuando llegó hace ya 10 años, celebraba la Eucaristía dentro de un búnker de la época comunista en Jaru: “Era el lugar de referencia, donde también nos reuníamos para la catequesis y para hablar de los problemas de la comunidad”. Ahora, gracias al apoyo de AIN, acaban de consagrar un nuevo templo. “Hacen falta nuevas iglesias –concluye–, pero esta es el alma y corazón del pueblo, un lugar para trasmitir la alegría del amor cristiano”.

En el nº 2.969 de Vida Nueva

 

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