Endulzar el corazón sobreviviente

Como todo indica, el de 2015 será el último fin de año con guerra en Colombia. El 31 de diciembre tendrá sentido perentorio la invocación popular de ¡Feliz año!, con que se ciñen los comensales de la cena de San Silvestre.

Todo ciudadano menor de setenta años ha pasado la vida entera inmerso en el aire infecto de asaltos, secuestros, ejecuciones extrajudiciales, cilindros bomba, extorsiones, falsos positivos y otras delicadezas con que la guerra ha maldecido al país.

A pesar de que en su mayor parte estos estropicios han sucedido en zona rural, las ciudades han sido destino de gentes perseguidas, de familias descuartizadas. El ácido sulfúrico del rencor ha esparcido su úlcera por el mapa nacional. Cada persona se defiende de cada persona, como de potencial atacante.

Es el alma pública la que está lacerada. Los actos reflejos de los colombianos vuelan puentes en lugar de tenderlos. De modo que el principal perjuicio de la guerra se ubica en el interior de cada ciudadano, la llaga es ante todo cultural.

Así pues, tras los brindis de Navidad, es preciso aplicarse a la reconstrucción del aura espiritual de la nación. Endulzar el corazón de los sobrevivientes es faena especializada del arte y la cultura.

Es que poesía, música, danza, plástica, canto, ensoñación, son a la vez expresión y construcción de la vida. Un nuevo país saldrá de un renovado relato. La palabra “gracias” reemplazará al insulto, y el amanecer del primero de enero se aspirará en el aire desarmado.

Arturo Guerrero

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