Misericordia, capítulo primero

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de Sevilla CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

Ha querido el papa Francisco que sea la fiesta de la Inmaculada Concepción el momento en que se abra la puerta del Año Jubilar de la Misericordia. Unos días en los que, enarbolando el estandarte que lleva el lema “misericordiosos como el Padre”, gocemos de un tiempo propicio para ser testigos del Señor que ha ungido a la Iglesia con el aceite de la fe para anunciar a la humanidad el mensaje creyente de la misericordia.

En aquel momento, de una eternidad que no sabe de tiempos, se realiza la obra más admirable que se pudiera realizar: la encarnación del Verbo, la llegada al mundo de Dios hecho hombre. Y comienza la gran misericordia del Padre, que no se contenta con que el hijo diera un portazo y se alejara de casa. Donde hubo pecado, florecerá abundante la misericordia.

Señal admirable y esplendorosa de esta voluntad de Dios será una mujer: la virgen de Nazaret, María. Concebida, por singular privilegio y en atención a los méritos de su Hijo, Limpia, Pura, Santa Inmaculada. Y llena de gracia. Así lo creyó siempre la Iglesia y Pío IX lo definió como dogma un 8 de diciembre de 1854.

Este misterio de la Concepción Inmaculada de María proclama que Dios es el Señor de la justicia y de la misericordia. Aquí está la señal: la virgen dará a luz un hijo y se llamará Jesús, que quiere decir Salvador. Es lo suyo, lo de Dios, que siempre está en el camino del bien, de la justicia, de la paz, de la reconciliación, de la misericordia, del amor fraterno, de una vida nueva por la gracia del Espíritu Santificador.

El bien y la bondad, la justicia y la misericordia no necesitan explicación. El hombre se encuentra muy a gusto al lado de tales conductas virtuosas. Por el contrario, le chirrían los comportamientos injustos, la violencia y la muerte, el desprecio a los débiles, los corazones raquíticos y envidiosos. Eso no es lo nuestro. Hemos sido hechos de una masa llena de bondad y, cuando nos empeñamos en olvidarlo, vamos de tumbo en tumbo. Dios creó al hombre y a la mujer iguales a Él. No podía hacerlo de otra manera. No podía ser de otra manera.

La fiesta de la Inmaculada de este año jubilar nos recordará la elección de María por parte del Altísimo. Y el misterio de la Concepción Inmaculada será una señal permanente de ese año que nunca tiene fin, porque la misericordia de Dios es eterna. Como espacio temporal y lleno de una gracia especial de reconciliación, culminará en la solemnidad de Cristo Rey del Universo, del año del Señor de 2016. En la historia de la salvación, Cristo ayer, hoy y siempre.

En el nº 2.968 de Vida Nueva

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