Fernando del Paso, un agnóstico en el laberinto de la fe

Galardonado con el Premio Cervantes, es autor de un ensayo en donde denuncia “la impúdica historia” de las religiones

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JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | “Yo no soy un historiador. Pero soy un testigo de mis tiempos. Un testigo privilegiado”. Esa voluntad de testimonio –en concreto, la extraordinaria capacidad de Fernando del Paso (Ciudad de México, 1936), para narrar su tiempo, su país y su memoria– le ha valido el reciente reconocimiento como Premio Cervantes. “Yo no tengo un ahora, yo no tengo un mañana. Yo solo tengo un ayer”, dice siempre que tiene ocasión.

Autor de una novela cumbre de la narrativa hispanoamericana –Noticias del Imperio–, goza de un aura de gran maestro de la literatura mexicana, pese a que solo ha publicado cuatro novelas –José Trigo, Palinuro de México y Linda 67. Historia de un crimen, son las otras tres–, aunque posee una prolífica obra que se extiende del teatro y la poesía al periodismo y el ensayo histórico, por supuesto, siempre con un estilo, como él mismo se define, “heteróclito, irregular, extraño, fuera de orden”.

Lo cierto es que del Paso siempre ha arriesgado en lo formal y en lo temático. El Cervantes le llega mientras culmina, precisamente, el tercer volumen de Bajo la sombra de la Historia. Ensayos sobre el islam y el judaísmo (Fondo de Cultura Económica), un ambicioso proyecto ensayístico en el que comenzó a trabajar en 2001, tras el atentado de las Torres Gemelas de Nueva York.

“Es solo un conjunto de relatos históricos sobre el judaísmo y el islam, sus relaciones con el cristianismo y su trascendencia en los conflictos de nuestra época”, apunta el autor. El primer volumen lo publicó en 2011, a punto está de aparecer el segundo, mientras que del tercero aún tiene por escribir sus últimos capítulos. De momento, el volumen I revela la monumentalidad de las intenciones, con más de 900 páginas repletas de citas, referencias, testimonios a través de los siglos.

O como el propio Fernando del Paso escribe: “Ensamblaje o conjunción de ideas y textos ajenos –es decir, de los cientos de autores consultados– con mis opiniones y juicios personales que permiten, aquí y allá, un vislumbre mejor, o nuevo, o distinto, de algunas de las revelaciones –o minirrevelaciones— de la historia que se ocultan bajo la superficie de lo aparente”

Su conclusión más inmediata, sin embargo, ya la deja ver Fernando del Paso desde las primeras páginas como elemento motor de su pulsión ensayística: “La indignación ante tanto crimen y tanta estulticia consentidos por el Dios al que los creyentes judíos llaman justo y los musulmanes, y en mayor medida los cristianos, todo misericordia”. Expresamente, contra lo que ha denominado “la impúdica historia” de las religiones, que en determinados períodos de la historia –como insiste una y otra vez– han sido sinónimo de intolerancia y barbarie.

“No vivo en la noche oscura”

Fernando del Paso se introduce en los laberintos de la religión desde la perspectiva que le da, así lo dice, el agnosticismo. Él mismo lo remarca. Y ser agnóstico significa, para el novelista y poeta, “el que está convencido de que nunca será capaz de descifrar los misterios de la creación”. Y, por lo tanto, se abstiene de cualquier intento de negar “de manera rotunda la existencia de Dios”, como haría un ateo y, en particular, precisa, el dogmático.

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Bajo la sombra de la Historia, Fernando del Paso

“Que me había transformado en agnóstico, aunque en ese entonces no conocía esta palabra, lo descubrí cuando tenía doce o trece años de edad: un día perdí la fe de una manera fulminante y definitiva”, relata en “Las mil y una noches de la BBC”, el capítulo inicial y autobiográfico del primer volumen de Bajo la sombra de la Historia. Ese agnosticismo lo reivindica una y otra vez: “Los creyentes pensarán que una buena parte de mi vida, hasta ahora, no ha sido otra cosa que una intensa búsqueda del Dios que perdí cuando era niño. Y que, como toda búsqueda, su propósito, consciente o inconsciente, ha sido el de encontrar el objeto del deseo. Sin embargo, es evidente, al menos yo así lo veo, que creer o no creer es una cuestión de predestinación, y no de libre albedrío”

Aunque matiza: “Para mí, ser un no creyente no es un hecho que me haya dado una satisfacción particular –escribe–. Tampoco una tristeza especial. No vivo en la noche oscura del alma, como podría suponer san Juan de la Cruz. Tristeza tengo, sí; la he tenido desde siempre, por el mundo”. No obstante, admite que una pregunta marca su modo de convivir con Dios y las religiones, así como todo este amplio ensayo: “¿En qué creen los que sí creen? Y sobre todo, ¿por qué?”.

Responde: “Llegué a la conclusión de que a la mayoría les atrae la posibilidad de una vida eterna”, asegura en un libro que es una búsqueda de incongruencias a lo largo de los siglos, de insistencia en la leyenda negra de la religión, de reinterpretación de su papel en la Historia… y una denodada recapitulación de la “crueldad” de las tres grandes religiones monoteístas: “De sus ambiciones por imponerse a toda la humanidad, mediante una revisión de sus orígenes, su ideología y sus momentos más relevantes”, insiste. Pero que, sin embargo, nada entre lo paródico y lo serio, la superficialidad y el rigor, la herejía y el respeto. Pero con una firme intención de fondo de convencer por agotamiento.

“La Guerra Santa del islam existe y ha existido siempre”

La investigación emprendida en torno a por qué creemos –un saco donde incluye a las grandes religiones monoteístas, comenzando por el cristianismo– se revela como el objetivo de su amplísimo ensayo: “Conozco algunas de las principales teorías científicas o pseudocientíficas que explican el origen de las religiones. Por otra parte, la necesidad de entender en qué creen los que sí creen me llevó, también desde muy joven, a leer una parte de la obra de Aristóteles y a los escolásticos como Aquino, san Buenaventura, Alberto Magno; después a Luis de Molina, Francisco Suárez y Duns Escoto. También, por supuesto, al fundador de la Escolástica, el santo inglés Anselmo”.

Y así sigue explicándose: “Todo eso me llevó, varios años después, a teólogos como los suizos Karl Barth y Hans Küng; al estudio –superficial– de otras religiones; a la adquisición desordenada de diccionarios y libros sobre religión; a la lectura de los profetas de los movimientos milenaristas y mesiánicos, y, por último –y de manera ya no tan superficial–, al misticismo judío y a la teología islámica; a la pasión, también, por la historia, y en particular la del judaísmo y el islam. El interés por el antisemitismo, por la Alemania nazi, por el Holocausto, por la negación de este y por el conflicto en el Medio Oriente fue consecuencia natural de esa pasión”.

Todo ello está en Bajo la sombra de la Historia. Ensayos sobre el islam y el judaísmo y el cúmulo irrefrenable de datos, referencias, bibliografías que reinterpreta Fernando del Paso. Eso sí, el autor vuelca en el islam, especialmente, su ira, aunque ninguna religión monoteísta se salva de su juicio histórico. A propósito de los yihadistas, sostiene, por ejemplo, que “la Guerra Santa del islam existe y ha existido siempre”. Es, como dice, un “conflicto que ha cumplido ya más de trece siglos”. ¿Y qué lectura hace Del Paso del conflicto actual del Medio Oriente? “Que el islam no ha sido derrotado y tiene muchas posibilidades de seguir triunfante en el Medio Oriente, en África y en Asia”.

En el nº 2.967 de Vida Nueva

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