Una santidad a dúo

Por primera vez en la historia de la Iglesia católica una pareja de casados, marido y mujer, fueron canonizados juntos, en una misma ceremonia y en su calidad de esposos.

Ocurrió el pasado 18 de septiembre. Ha sido clara la intención de Roma de proponer un prototipo de santidad matrimonial y familiar que rescate los valores profundos de la vida en pareja. Tal  intención es más clara por el mismo hecho de que el Papa haya celebrado la ceremonia de exaltación a los altares en el marco del Sínodo de la familia.

San Luis Martin (1823-1894) y santa Celia Guerin (1831-1877), cuya fiesta litúrgica será el 12 de julio (fecha de su aniversario de bodas), se convierten así en modelos de una santidad vivida en pareja.  Esa es la novedad.

Desanima la tradicional propuesta de santidad a la que se nos tiene acostumbrados: personal a rajatabla, marcada por el individualismo, aislada, casi que renuente a compartir con los demás, al borde del egoísmo, para la que la vida de cada día era casi un sacrificio, una mortificación.

Pues no. La santidad es la cotidianidad aceptada y ofrecida. Más que un camino de ascetismos o vivencias extáticas, ser santo es estar abierto a la vida. A la vida con el otro, la pareja, por ejemplo; o con los otros como amistad, como grupo, como comunidad, como Iglesia, como sociedad.

Los  papás de santa Teresita eran de la típica clase media francesa del siglo diecinueve y la suya fue, por tanto, una  santidad de clase media. Me llena de confianza su enseñanza: una santidad a dúo, a cuatro manos, al alimón.

Ernesto Ochoa

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