Reintegrar a Camilo Torres

Nuestro tiempo está marcado por la globalización. Se gestan nuevos modos de conocer, producir y consumir. Nuevos estilos de vida generan una evolución en la visión de la persona, su mundo sexual, familiar, laboral, religioso y político. El urbanismo y el mundo rural cambian de relación: priman los intereses del capital financiero y la sociedad de libre mercado sobre los intereses del agro, reducido a la producción extensiva y extractiva, despoblado por violencia, despojo y expulsión de la población a las ciudades, mientras las sociedades rurales, en gran medida enclaves étnicos y culturas ancestrales, son reducidas a poblaciones amenazadas por el desarraigo, el envejecimiento y la miseria.

La realidad colombiana ha cambiado en los últimos 50 años atrás. El conflicto subversivo armado, en cuyo seno murió el padre Camilo Torres en febrero de 1966, en Santander, vinculado a las filas del ELN, derivó en una guerra sucia, degradada por el paramilitarismo y la contrainsurgencia, el narcotráfico y la minería ilegal. A esa debacle buscamos hoy una salida negociada; esperamos que las guerrillas replanteen el verdadero sentido de su lucha y sintonicen con la real capacidad social y política del pueblo colombiano, con las tendencias mundiales y con el contexto latinoamericano, preguntándose, cómo hacer legítimo y sostenible un ideal de justicia social, dignidad nacional, lucha por el bien común de las mayorías y por la inclusión del bienestar en el derecho de los pueblos, y de los pueblos en el bienestar y el buen vivir para todos.

Mucho para enseñar

Este necesario replanteamiento, enriquecido por la lenta asimilación del Concilio y la llegada al Vaticano de Francisco y por la política de aperturas lideradas por un presidente negro como Obama, en Estados Unidos, se hace imperativo e inaplazable para el pueblo colombiano y para quienes han tenido el deber de vigorizar su capacidad democrática y unitaria de transformación integral.

¿Qué significa hoy la obra y el pensamiento de Camilo Torres? ¿Cómo reintegrarlo a la dinámica revolucionaria por vías sociales, éticas, espirituales y democráticas, superando las tendencias dogmáticas y desproporcionadas del enfrentamiento armado con el establecimiento? ¿Cómo restituir a la comunidad creyente católica a uno de los más esclarecidos líderes de la investigación, el pensamiento y la acción social cristiana? ¿Cómo invitar al ELN, de la mano de Camilo, a la mesa de concertación y a las mesas sociales de transformación social, ecológica, económica y política? ¿Cómo dimensionar hoy a Camilo para que sea figura puente entre la Colombia de la lucha armada, las organizaciones populares, las plataformas ideológicas, los sindicatos y los movimientos estudiantiles, los indígenas y negritudes, los credos y las culturas, y la Colombia urbana, empresarial, internacionalizada, mediática, migrante y exiliada, partidista?

¿Cómo regenerar ese Frente Unido, ese espíritu y coherencia de unidad, sana y creativa, para hacer una nación que evite el oscurantismo ideológico y extremista, el facilismo homicida y belicoso, la degradación por vía de ilegalidad y criminalidad, de miseria y opulencia ofensivas?

Camilo, sometido hasta en sus despojos mortales al secreto de Estado, en la influencia de su pensamiento cristiano al silencio de la Iglesia y al estigma guerrillero sobre su nombre, tiene mucho que dar y enseñar a la Colombia que se proyecta hacia la reconciliación, la verdad, la justicia transicional y la paz.

En el marco de los diálogos de La Habana y la llegada a las nuevas mesas con el ELN, en el marco del 2016, año del amor eficaz con las obras de misericordia al centro, volvamos a Camilo: que su pensamiento social y teológico, su liderazgo por la unidad, su obra y sus cenizas, vuelvan a la memoria del pueblo y de la Iglesia, al patrimonio acumulado para la paz con verdad y justicia social, con reconciliación y perdón como piso de garantías del “Nunca más” colombiano.

Mons. Darío de Jesús Monsalve. Arzobispo de Cali

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