En espera de la verdad sanadora

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El martirio de Carlos Horacio Urán cumple 30 años

En febrero de 2007 fue hallada la billetera del magistrado auxiliar del Consejo de Estado Carlos Horacio Urán, durante una inspección adelantada por la entonces fiscal Ángela María Buitrago a una bóveda del B-2 en la Brigada XIII del Ejército Nacional, con sede en Bogotá. El hallazgo, producido en el marco de una investigación sobre los desaparecidos del Palacio de Justicia, llevó a que la familia de Urán reemprendiera averiguaciones sobre los hechos vinculados a su muerte.

La versión oficial sostenía que el deceso del magistrado se había producido dentro del Palacio de Justicia, como consecuencia del fuego cruzado entre la Fuerza Pública y la guerrilla del M-19. Sin embargo, hace un año la Corte Interamericana de Derechos Humanos condenó al Estado colombiano por los crímenes de desaparición forzada y ejecución extrajudicial en su contra.

Se han recuperado varios videos en los cuales tanto Ana María Bidegain, esposa del magistrado, como otros familiares y amigos reconocen a Carlos Horacio Urán saliendo con vida del Palacio, custodiado por hombres del Ejército. Ello concuerda con el testimonio de la periodista Julia Navarrete, quien el día 7 de noviembre de 1985 se encontraba cubriendo la toma y retoma del lugar; y con el del ex-magistrado Nicolás Pájaro Peñaranda, quien salió también en ese momento y se reconoce a sí mismo en las imágenes.

Según informa la sentencia del tribunal internacional, la salida con vida y posterior detención del magistrado Urán no fue registrada por el Estado, en coherencia con el actuar del Ejército frente a personas a quienes consideró sospechosas de haber colaborado con el M-19. La esposa de Carlos Horacio Urán se dirigió al Hospital Militar el 7 de noviembre ante información recibida de que él había salido vivo pero herido y, al preguntar por el paradero de su esposo, la dejaron en un cuarto aparte durante aproximadamente hora y media. El entonces Viceministro de Salud investigó en las demás clínicas y hospitales de la ciudad y no pudo encontrarlo. Posteriormente Ana María se dirigió al Palacio de Justicia, donde se encontró con amigos que le dijeron que ya no había nada. El 8 de noviembre de 1985 fue a preguntar por él ante un General, a quien le mostró un video donde habían reconocido a su esposo; material que nunca fue devuelto por el uniformado. El cadáver de Urán fue despojado de su ropa y lavado, probablemente, para ocultar lo que realmente ocurrió; lo encontró en la noche del 8 de noviembre una amiga de la familia en un cuarto de Medicina Legal junto al cuerpo de algunos guerrilleros y de otros civiles.

La herida que dejó en Ana María Bidegain y en sus cuatro hijas el crimen de Estado permanece abierta; el daño sufrido incluye, además, haber sido engañadas y experimentar durante años que los caminos de la justicia hacia la verdad de lo que pasó con Carlos Horacio han sido obstruidos.

“Al mentirnos no solo nos crearon una herida de la que todavía no hemos podido recuperarnos sino que también le hicieron una herida profunda al país; se estableció un pacto de silencio entre los implicados, que ha cimentado la continuación de la guerra y el militarismo”. Según la familia del magistrado Urán, para sanar heridas y recuperar el futuro es necesario un compromiso de la sociedad y el Estado con las víctimas (ver primer recuadro). Fue la solicitud expresada hace unos días frente a todo el país, en la cual se subrayó “la verdad como mecanismo de sanación que nos permita mirar hacia adelante”.

Para sanar heridas y recuperar el futuro

Se debe conocer la verdad; se debe reconocer por parte de la sociedad y el Estado el dolor causado; debe la sociedad asumir como propio el agravio a las víctimas, indignarse con la injusticia que ellas han sufrido y convertir su dolor en memoria de todos; debe ayudárseles a redimensionar e interpretar la memoria, para que esta sea en realidad sanadora y ayude a entender las luchas contra la violencia, por la cual personas como Carlos Horacio Urán perdieron su vida; se debe buscar colectivamente la justicia y la reparación, frente a un daño que fue hecho no sólo a una familia sino a un país. Así de claras son las exigencias de Ana María y de sus hijas.

Hambre y sed de justicia

Representante de Pax Romana en Colombia, Carlos H. Urán fue un cristiano comprometido desde su juventud

Representante de Pax Romana en Colombia, Carlos H. Urán fue un cristiano comprometido desde su juventud

Según ha sido puesto de manifiesto por la familia Urán Bidegain, Carlos Horacio murió creyendo en el proceso de paz iniciado en época de Belisario Betancur; un proceso que se frustró, justamente, con el ataque al Palacio y la reacción del Ejército en aquellos 6 y 7 de noviembre de 1985. Aquí las palabras del magistrado en un comunicado fechado meses atrás del holocausto: “Hacemos un llamamiento a todos los cristianos para que, motivados por la fe y superando diferencias ideológicas, políticas y de intereses, estemos presentes en esta hora de diálogo y nos comprometamos, con gestos y acciones concretas, en su real y eficaz realización”.

El perfil de Carlos Horacio Urán como creyente está determinado por su participación en los movimientos que dieron origen a la Teología de la liberación en las décadas de 1960 y 1970. Llegó a ser parte del Secretariado Latinoamericano de Estudiantes Católicos, entre cuyos asesores se encontraban Gustavo Gutiérrez y otros pensadores del nuevo magisterio eclesial del continente. La opción por los pobres no era para él un añadido, sino una exigencia evangélica esencial que influyó en su formación intelectual interdisciplinar y en el humanismo que sostenía su servicio como jurista, abogado y politólogo. De ahí que considerara que el diálogo nacional debía abrir formas de participación y organización que permitiesen hacer oír la voz de sectores del pueblo tradicionalmente marginados y constituir una alternativa eficaz para dirimir los conflictos que tiene toda la sociedad.

Creía que la labor del juez estaba irremediablemente atravesada por la problemática social y que no podía haber una brecha entre el derecho y la evolución de la sociedad.

Criticó la timidez de la Iglesia jerárquica para apoyar el diálogo nacional y era consciente de que la principal oposición al proceso de paz provenía de quienes históricamente habían detentado el poder en un país señorial como Colombia; los mismos que incitaron el rechazo de amplios sectores de las Fuerzas Militares hacia alternativas sociales diversas con relación a la lucha armada.

Premio Carlos Horacio Urán

Durante el más reciente congreso continental de teología latinoamericana, llevado a cabo en Brasil, Gustavo Gutiérrez, antiguo amigo del magistrado y autor de la obra Teología de la liberación, anunció la creación de un premio dedicado a promover la producción teológica por parte de laicos. El premio es una manera de rendir homenaje a Carlos Horacio Urán y una forma de mantener viva su memoria.

Sabía que el fracaso del proceso de paz supondría una guerra civil con impactos semejantes a los que tuvo la violencia en El Salvador y así lo escribió en uno de tantos artículos académicos y de prensa a través de los cuales compartió su pensamiento y sus preocupaciones. La modernización política le era condición indispensable para las reformas sociales y económicas que el país necesitaba. Ella exigía poner freno a la militarización en aumento, la misma militarización que se recrudecería tras la retoma del Palacio.

¿Qué lo hizo sospechoso? En parte, su manifiesta oposición a la Doctrina de Seguridad Nacional. Concebir como una aberración la violencia militar en nombre del Estado de Derecho de la cual estaba enterado debido a su labor como magistrado auxiliar del Consejo de Estado. Su llamado a un replanteamiento estructural, a una redefinición ideológica de las Fuerzas Armadas o a una liquidación del organismo según el modelo de Costa Rica.

Como ha dicho su amiga Carmen Posada, al salir caminando del Palacio de Justicia, dejó una prueba, un último testimonio: “el de aquel que sufrió la barbarie por haberla fustigado”. 

Texto y fotos: Miguel Estupiñán

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