Juan José Omella: “¿Mi reto? Hacerme catalán con los catalanes”

Juan José Omella

‘Vida Nueva’ entrevista al nuevo arzobispo electo de Barcelona

Juan José Omella, arzobispo electo de Barcelona

Juan José Omella: “¿Mi reto? Hacerme catalán con los catalanes” [extracto]

JOSÉ LORENZO. Fotos: JAVIER GOICOECHEA | “¿Ves? Soy capaz de esquivar las columnas”, dice Juan José Omella (Cretas, Teruel, 1946) mientras saca sin un rasguño su coche del laberíntico garaje habilitado en los bajos del Seminario de Logroño. El copiloto comprobará luego que el arzobispo electo de Barcelona también tolera bien los bocinazos de los otros conductores cuando le apuran en las rotondas y que no le cuesta trabajo bajar la ventanilla para pedir perdón y abrocharlo con una sonrisa que achina sus ojos. Es cierto que, en sí mismas, no son cualidades que se requieran para ser pastor de una diócesis como la catalana, pero, de alguna manera, ayudan a responder la pregunta que él mismo se hace en el primer saludo que les dirigió a sus nuevos diocesanos el 6 de noviembre, cuando se materializó el rumor de su nombramiento: “¿Por qué se han fijado en mí?”.

PREGUNTA.- ¿Todavía le dura el escalofrío por su designación, como confiesa en su carta?

RESPUESTA.- [Sonríe] Me imagino que hasta que no aterrice allí, a uno le queda el susto, pero ya va amainando y ya me voy identificando con esta nueva misión que se me ha encomendado.

P.- ¿Era un escalofrío producto de la humildad o de saber que esa nueva encomienda no está exenta de dificultades en un medio de una complicada situación política y social en
Cataluña?

R.- Más bien, debida a la desproporción entre mis cualidades y la macrodiócesis a la que tengo que acompañar ahora. Es esa desproporción… Cuando me ordenaron sacerdote, siempre me imaginé quedarme de cura rural toda la vida. Esa era mi alegría y mi gozo. Luego me llamaron para obispo y, de pronto, una diócesis como Barcelona, pues da escalofrío, sí.

P.- ¿Y se puede ir a “una diócesis como Barcelona” sin ser catalán?

R.- Por lo visto sí, por qué no… Tengo mucha familia y amigos aragoneses viviendo allí y están muy a gusto, así que creo que yo también puedo ir de pastor. Es cierto que a un aragonés le gustaría un obispo aragonés; a un andaluz, uno andaluz; y a un catalán, uno catalán; pero lo que importa es que el pastor conozca a sus ovejas y camine con ellas. Y ese es el reto que tengo: querer a la gente a la que se me envía y hacerme catalán con los catalanes

P.- Por su origen, tampoco parte de cero…

R.- Mi pueblo, Cretas, formaba parte de la Diócesis de Tortosa cuando me bautizaron, y la primera lengua que aprendí en casa fue el catalán, lo que llamamos el chapurriano. Es la lengua con la que todavía hablo con mi madre y con los vecinos cada vez que voy allí en verano.

 

Juan José Omella, arzobispo electo de BarcelonaBajo la guía de San Juan de la Cruz

“Cuando leo todo lo que se ha dicho estos días de mí, pienso que se habla de otro Omella, porque unos ponen demasiadas cosas buenas y otros se quedan a mitad de camino”, señala el nuevo arzobispo de Barcelona. En todo caso, asegura que no le quita la paz, pues se siente querido por muchos. “También sé que Dios me quiere, y eso me sostiene”, confiesa en el pequeño apartamento en el que vive en el Seminario de Logroño. “Y yo quisiera transmitir ese cariño, porque tenemos una mirada distorsionada, que mira más lo negativo y hunde a las personas. E incluso las que no nos caen bien tienen cosas positivas en su corazón. Saber descubrirlas y valorarlas nos hace mucho bien”. Él ha encontrado una “guía de peregrinos” en las palabras de san Juan de la Cruz: “Donde no hay amor, pon amor y encontrarás amor”. “Esta verdad la he querido aplicar a mi vida, y da resultado…”.

 

Sin prevención

P.-  Su nombramiento ha sido objeto de múltiples comentarios, no siempre favorables. ¿Prevé algún síndrome de Estocolmo? ¿Del charnego, quizás?

R.- [Ríe abiertamente]. Bueno, eso ya lo veremos… Yo voy con los ojos abiertos, los oídos muy atentos para escuchar y el corazón y las manos tendidas. Quiero caminar con aquellas gentes y voy sin prevención contra nadie y con la voluntad de ser un pastor que trabaje por el bien común de todas las ovejas, aunque dentro del redil pueda haber también cabras. Quiero ocuparme de todas y que ninguna se pierda.Trabajar por la fraternidad y la cercanía de unos y otros. Esa tiene que ser la tarea del pastor.

P.- Porque usted ha dicho que no va allí “como político”. Pero ¿cómo se sitúa un pastor en medio de una comunidad que políticamente aparece hoy fracturada en dos mitades?

R.- El pastor siempre tiene que tratar de que se tiendan la manos los unos a los otros, que se perdonen. Ese es nuestro papel, y en todas las diócesis, aunque ahora parezca que lo de Cataluña, o Barcelona, sea lo más destacado. Pero esa es labor de todo pastor: tratar de unir y trabajar con todas las instituciones por el bien de la sociedad, y tratar de vivir la fraternidad, porque a eso nos enseña el Señor: que trabajemos como hermanos, sin importar de dónde somos, ni la raza.

P.- Pero usted es consciente de que va en un momento muy especial, cuando se acaba de aprobar una declaración unilateral de independencia…

R.- Es una situación muy significativa, es verdad. Soy consciente, y creo que mi misión ahí es tratar de escuchar y tender la mano.Y también rezar por esta situación, porque yo no tengo la varita mágica para ninguna cuestión política, pero sí tengo la fuerza del Espíritu y la del Señor para, con su guía, ayudar en este momento.

P.- ¿Desde La Rioja se entiende lo que está pasando en Cataluña hoy? Lo digo porque hay obispos que consideran esta declaración de independencia “moralmente inaceptable”…

R.- [Titubea] Son temas complicados y, bueno…

P.- Se lo pregunto de otra manera. ¿Con qué instrucción pastoral viaja a Barcelona: con las Orientaciones morales ante la situación actual de España o con Iglesia, servidora de los pobres?

R.- Pues con Iglesia, servidora de los pobres. Quiero caminar con la gente y poner paz donde hay guerra, poner amor donde hay odio y, sobre todo, la mirada desde los pobres, desde lo pequeño, para poner las bases para una sociedad nueva, y no desde la riqueza y el poder. Al obispo le dan el báculo como signo del pastoreo, y lo lleva por encima de su cabeza, señalando hacia delante. Pero algunos corren demasiado y se dejan a mucha gente atrás. No es buena esa sociedad en la que quedan tantos excluidos. Entonces, el obispo puede coger el báculo, ponerlo en horizontal y marchar detrás, recogiendo a todos, a un ritmo mucho más lento, que es el de la Iglesia sinodal, yendo con los más pequeños, con los más pobres. Cuando el único punto de vista es el político, esto no se entiende. Hemos de caminar con todos, aunque sea despacio, pero juntos. Eso es la fraternidad, la comunión y lo que el Señor nos pide a los obispos. Y esa es mi actitud de pastor. No llevo ideas preconcebidas de lo que tengo que hacer en Barcelona. No lo sé. Sí sé lo que quiero hacer: conocer su historia, sus preocupaciones, sus planes pastorales, porque tiene una historia muy rica que hay que valorar. Y luego, caminado con ellos en una Iglesia sinodal, iré viendo, pero después de haberlos conocido, haberlos amado, haberlos valorado… Tal vez yo también pueda aportar mis pequeñas ideas, pero no soy un supermán que va allí a decirles que yo sé lo que hay que hacer y que ellos no han sabido.

P.- También ha dicho que no va allí a “imponer nada”. ¿Teme que algunos le vean como un enviado a bajar la fiebre soberanista de una parte de la Iglesia catalana?

R.- Es posible que algunos lo interpreten así, pero no tengo ninguna consigna. No voy a imponer, voy a servir. Mi mandato es de servicio. En la medida de mis posibilidades y experiencia de vida, quiero ir a fortalecer la fe de mis hermanos, pero yo también me tengo que dejar fortalecer por ellos. Yo voy con la palabra de Jesús, que es liberadora. Es lo que quiero y debo llevar.

P.- ¿Se han puesto las actuales autoridades catalanas en contacto ya con usted?

R.- De momento, no.

Actitud de acogida

P.- Ha hablado de sinodalidad. ¿Cómo quiere presentarse ante los sacerdotes y la Vida Consagrada en Cataluña, una parte de la cual no entiende que se busque a un pastor fuera de esa comunidad?

R.- Dos cosas: cuando llamé a mi madre para decirle que iba a salir mi nombramiento, me repitió lo que me dijo cuando me designaron auxiliar de Zaragoza: “¿No había nadie mejor?”. Yo también digo que seguro que hay sacerdotes mucho mejor preparados que yo para acompañar a esa Iglesia. Y entiendo que lo piensen así. Y en segundo lugar, muchos sacerdotes me han enviado correos electrónicos o me han llamado por teléfono para decirme que cuente con ellos, en una actitud de acogida que agradezco de veras. No he encontrado un rechazo abierto de los sacerdotes, al menos hasta el momento, ni lo intuyo. Y con los religiosos y religiosas pasa igual. Quiero y debo contar mucho con la Vida Consagrada, porque qué sería una Iglesia sin ella. Pero también quiero contar con los laicos. La Iglesia no es jerarquía, sino Pueblo de Dios, y todos caminamos juntos en esa sinodalidad.

P.- Usted también ha cosechado recelos porque se le recuerda como obispo de Barbastro-Monzón reclamando las obras de arte que siguen en el Museo de Lleida. ¿Mantendrá la misma postura ahora?

R.- Primero, ese es un tema entre Lérida y Barbastro-Monzón. Desde Barcelona, poco puedo decir, pero sí recordar que, a nivel eclesiástico, hay una sentencia de la Signatura Apostólica, recurrida en todas sus instancias, y siempre fue la misma [la devolución de las obras de arte a la diócesis aragonesa]. Incluso se pidió una gracia a san Juan Pablo II para anularla y él dijo que se cumpliese. Y es que las sentencias son para cumplirlas. Esa es mi postura.

P.- Usted ha sido obispo en diócesis pequeñas y ahora se va a una gran urbe, donde los problemas pastorales no son los mismos, donde la secularización es muy fuerte. ¿Cómo se afronta ese reto?

R.- En mi mente siempre he tenido la formación de misionero, de ir a a un país donde la gente no era cristiana e íbamos a anunciar el Evangelio. Y nos enseñaban a no tener miedo, porque no íbamos a imponer, sino a ofrecer la belleza del mensaje de Jesús. Y yo quiero ir con esa actitud, no con nostalgia de una Iglesia del nacionalcatolicismo. Como hace el papa Francisco, quiero ofrecer la belleza del Evangelio, y el que quiera que lo siga. Y esto cala, como vemos con el Papa. Mucha gente me para por la calle para decírmelo. A nosotros nos toca una Iglesia en medio de una sociedad secularizada. A otros les toca una Iglesia perseguida, y allí están, siendo testigos esperanzados dentro del dolor. Nos toca una evangelización al estilo de Francisco: cercana a la gente, testimonial, esperanzada y con un amor por todos, especialmente por los más pobres. Estamos llamados a vivir una Iglesia servidora de los pobres, y yo también. El Papa nos lo recuerda, pero está en el Evangelio. Tenemos que acercarnos y acompañar a la gente, que se sienta comprendida y amada, que es lo que buscamos todos al final.

P.- ¿No ha sido ese el rostro de la Iglesia en los últimos años?

R.- Siempre hay de todo, pero el Papa ya nos ha dicho que no condenemos tanto. También Juan XXIII, al inaugurar el Vaticano II, dijo que no quería un concilio de anatemas, sino de Iglesia samaritana que camina con los pobres y los que sufren. ¡Y hay tanto dolor y sufrimiento en nuestra sociedad, en las familias, en las personas…! Esa es la llamada que nos vuelve a hacer Francisco. Este es el camino que yo quisiera hacer, y digo quisiera, porque no siempre es fácil…

“Los recortes del Gobierno fueron muy dolorosos”

Juan José Omella es el padre del documento en donde los obispos abordaron la crisis económica y su impacto social. En Iglesia, servidora de los pobres (publicada en abril), los pastores invitan a caminar con los que la crisis deja en el camino, aunque algunos hicieron lo posible por que nunca viese la luz para no incomodar a los políticos. Hoy, cuando el Gobierno del PP pregona sus logros económicos, Omella no se deja impresionar. “El Gobierno no puede dejar de atender el bienestar social de los más pobres.

Los recortes fueron algo muy doloroso para la sociedad. Se podía haber hecho mucho más para no abundar en ellos”, admite, recordando también el impacto del tijeretazo en la cooperación internacional. “Hemos llegado a la Luna y estamos rondando Marte, y es muy importante para el bienestar futuro, pero, ¿no se podría invertir más en ayudar a que en estos países no tengan que salir huyendo de la miseria? Eso es un problema de solidaridad mundial, de ahí que Francisco pida globalizar la solidaridad. Quizás no avancemos tecnológicamente tan rápido, pero sí lo haremos en humanidad”.

Donde otros ponen miedo en la llegada de refugiados e inmigrantes, él ve “una oportunidad para vivir más la fraternidad y para un desarrollo armónico. Nosotros, que hemos sido emigrantes, ¿cómo no vamos a ser acogedores? Además, el planeta, nuestra casa común, es de todos. Ahora bien, hay que regular los flujos para que no sea una avalancha y ayudarles para que no tengan que salir de su tierra. Nuestra actitud tiene que ser la de una acogida regulada, sin poner vallas ni concertinas”.

En el nº 2.964 de Vida Nueva

 

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