Benvingut, Omella

Juan José Omella, obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño

JORDI LÓPEZ CAMPS, exdirector de Asuntos Religiosos de la Generalitat de Cataluña

Juan José Omella, un obispo aragonés y catalanoparlante. De los seis obispos de la diócesis barcelonesa en los últimos 75 años, solo dos han sido catalanes. Es más, en los últimos años, son escasos los sacerdotes catalanes promovidos al episcopado en Cataluña y ninguno para el resto de las diócesis españolas. Como cuenta u n buen amigo, da la impresión de que, en España, ante la campaña “Volem bisbes catalans”, ha cuajado la idea de “no queremos obispos catalanes”.

La percepción es que la elección de obispos para las diócesis catalanas está contaminada de componentes extra ecclesiam. Cierta prensa ha presentado al obispo Omella como un “no nacionalista” y “no independentista”. Algunos círculos gubernamentales han sido muy activos en presentar su elección como un mensaje del Vaticano contra los independentistas catalanes.

El ministro García Margallo, ante las preguntas de los periodistas, manifestó que ha ido veinte veces al Vaticano. ¿Cuáles fueron los vericuetos de las conversaciones que requirieron tanto viaje?, ¿que se prometió?, ¿se insinuó alguna modificación legislativa capaz de conmover la voluntad de las autoridades vaticanas? Todo son suposiciones. Pero lo cierto es que, para muchos barceloneses, aspirar a tener un obispo catalán no es ninguna bandera del independentismo, sino un gesto de coherencia eclesial.

Considero a Juan José Omella como una excelente persona, de talante afable y sencillo, un buen pastor, totalmente identificado con el programa de renovación del papa Francisco. Seguro que acentuará el trabajo pastoral desde la proximidad y la opción preferencial por los pobres, en total sintonía con el rumbo que el Papa impregna en la Iglesia católica.

El nuevo arzobispo de Barcelona se encontrará con un buen número de cuestiones que deberá resolver pronto para el buen gobierno de la diócesis. La Iglesia barcelonesa tiene una buena lista de asuntos que llevan demasiado tiempo desatendidos. Algunos de ellos, urgen. Esto, sin duda, será un problema para el nuevo obispo, quien, con muy buena voluntad y razón, ha pedido un cierto margen de tiempo para ver y dialogar con los diocesanos para tomar el pulso de la realidad y ordenar sus decisiones. Esta actitud, que demuestra su buen talante, puede ser un problema para él. Hay demasiadas expectativas que deben ser atendidas.

En esta agenda de urgencias se encuentra el complejo modelo pastoral de la ciudad y la débil cohesión diocesana, alterada por tendencias centrífugas o cantonalistas y el desánimo de algunos. El nuevo pastor deberá entender y comprender cómo el momento político catalán se proyecta en la vida de la diócesis barcelonesa. Muy pocas personas quedan al margen de este debate. Por ello, el nuevo arzobispo, por más que haya manifestado ser solo un pastor, deberá entrar en esta cuestión y actuar ante ella como es propio de quien asume la responsabilidad de una Iglesia local.

Sé que Omella es una persona próxima y preocupada por las cuestiones sociales. Por ello estoy convencido de que, en su agenda pastoral, incorporará los problemas derivados de la crisis económica y los planteados por el desinterés religioso de muchos barceloneses. Tanto en un sentido como en el otro, seguro que se notará el buen hacer del obispo.

Finalmente, iría bien que en la agenda eclesial del nuevo arzobispo, dado que es miembro de la Congregación para los Obispos, promoviera una renovación en la forma de provisión de las sedes episcopales. Se trataría de introducir criterios nuevos en los procesos de elección, buscando una mayor participación y compromisos de las Iglesias locales.

Ante estos retos, solo queda dar la bienvenida a Juan José Omella y expresarle mi convicción de que, si continua con su actitud abierta y acogedora, encontrará la acogida cálida y esperanzada de todos los católicos barceloneses.

En el nº 2.964 de Vida Nueva

 

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