Luis Caballero: la sacralización de la imagen

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“Los cuadros no son de Caballero, son Caballero”

Una obra necesaria en la que convergen el erotismo, la espiritualidad y la violencia

A manera de homenaje por los veinte años que han transcurrido desde el fallecimiento de uno de los más destacados dibujantes y pintores colombianos del siglo XX, centros culturales como la Biblioteca Luis Ángel Arango, el Museo de Artes Visuales de la Universidad Jorge Tadeo Lozano y las galerías El Museo y Alonso Garcés se han dado a la tarea de exponer, en 2015, muestras de la conmovedora obra de Luis Caballero Holguín (1943-1995). Su trabajo artístico abarca tres décadas que inician a mediados de los sesenta y concluyen en 1995. Durante casi 30 años el realismo, el expresionismo y el formalismo fueron los caminos estéticos recorridos por el artista hacia su inacabable búsqueda: “hacer una obra necesaria. Necesaria para el que la hace y necesaria para el que la ve”.

El sagrado cuerpo humano

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El hilo conductor de la obra de Caballero es el cuerpo humano, especialmente el cuerpo masculino. Desde que inició su carrera como pintor fue su único tema, el único que lo apasionó y que le permitió crear mundos, producir emociones, interpretar ideas y confesarse. En su primera etapa artística obtuvo el premio de la Bienal de Coltejer (Medellín, 1968). En ésta etapa se ven reflejadas las influencias de Wilhelm Kooning y Allen Jones. Hay en los cuadros de Caballero alusiones a seres terrenales y angélicos que interactúan, en atracción o rechazo, siempre en tensión, por lo que los críticos afirman que guardan proximidad con las obras de Miguel Ángel o Botticelli. La segunda etapa del artista, influenciada por la mirada de Francis Bacon, transcurre en París. Allí se dedicó a entrenarse en el manejo de la anatomía y la perspectiva. La unión y el desagarro insistentes en la obra de Caballero se contraponen a las tendencias abstractas de aquella época. Su predisposición temática fue el homoerotismo en el que surgen tensiones en relación al cuerpo terreno: la cercanía física, el conflicto, el éxtasis, el dolor y la muerte. Lo divino que es etéreo en la primera etapa, en ésta se metamorfosea en el sufrimiento de los cuerpos martirizados o agonizantes a la manera de san Sebastián o el mismo Cristo en el Calvario. El erotismo es infranqueable en medio del martirio, el sometimiento y la libertad. Así se cumple en Caballero la convergencia de “la religión, el erotismo y el arte (…) tres caminos con un fin común: la comprensión más allá del misterio”. En 1973, Luis Caballero expone junto a Beatriz González en el Museo de Arte Moderno. La curadora Marta Traba le pregunta sobre el erotismo en sus cuadros, a lo que el pintor responde que “el erotismo de esas figuras es una manera de hacerlas vivas y cargadas de  sensaciones (…) para que lleguen a tener existencia espiritual (…) íconos religiosos cargados de vida y de misterio”. En la tercera fase de su producción artística, finales de los ochenta e inicios de los noventa, serán Goya, en su época oscura, y Rembrandt los referentes para Caballero. La temática de ésta etapa son la piedad, la compasión y el cuidado, sobre esto afirma el pintor: “yo quisiera pintar La Pietá (…) no solo la figura pictórica, visual, por más emocionante que ella sea: es el hombre muerto y la persona que se ocupa de él, es la relación que puede haber entre la “fuerza muerta” y la “fuerza viva”. Tal relación se refleja en la desmaterialización, indefinición y vulnerabilidad de los cuerpos yacientes ante la acogida piadosa del abrazo vital.

Confesiones pictográficas

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En entrevista con José Hernández en 1986, el pintor confesaría que las imágenes del “Cristo herido y muerto -bello al mismo tiempo-,” y que eran objeto de adoración en su infancia, determinarían las imágenes que dibujó y pintó en su adultez. De niño, Luis Caballero se sentía orgulloso de su devoción por los rituales católicos, cuenta -en la misma entrevista con Hernández- que en navidad asistía hasta a tres misas de gallo seguidas y que las dos últimas las oía de rodillas: “yo era muy religioso. Tal vez porque también es una actividad en la cual uno puede estar solo”. Adoraba hondamente los íconos religiosos y todo el ritual católico: procesiones, misas, cuadros, altares, que a manera de imagen, también le producían una enorme fascinación. Su ruptura con la iglesia ocurriría durante su juventud, ante la imposibilidad de confesar su experiencia sexual con una prostituta sin sentir culpa y sin arrepentirse: “si no se arrepiente, me dijo el sacerdote, no le puedo dar absolución. Vaya y lo piensa”. Caballero nunca regresó a la iglesia. Paradójicamente el concepto de confesión ha sido usado reiteradamente para identificar su obra. El mismo pintor se preguntaría, reflexionando sobre su creación, si en el fondo lo que quería era volver a hacer aquellas imágenes que adoró.

Exorcismo de la violencia

 

La violencia atraviesa orgánicamente toda la obra de Caballero, quizás con la misma fuerza que la pulsión espiritual y erótica que la sostienen. La violencia de los primeros cuadros era una “violencia de formas”, abstracta, en los trazos, en las líneas y el color. Posteriormente, es la violencia de la  realidad latente: la violencia evidente de las calles bogotanas y de la guerra en Colombia, y se convierte –como lo dice su hermano, Antonio Caballero– en “un pretexto para la pintura”. Además, se enlaza con el erotismo y lo sagrado: “las imágenes de violencia me fascinan aunque le tenga horror a la violencia misma. Esa fascinación trato de exorcizarla en mis cuadros”. El horror y la sensualidad toman un valor sagrado del que el artista es mediador y por ello crea un mundo en el que es posible la confrontación y unidad entre el deseo, el tormento y la esperanza y en el que la violencia es el mayor indicio de la insaciable pasión humana.

cultura2“La pintura se debe ver. Tal vez también la pintura nos enseñe a ver”. Caballero nunca quiso hablar de sus obras más de lo necesario. En ocasiones, ante la insistencia de quienes le pedían explicación sobre sus cuadros, salía audazmente con la frase de Matisse: “quien quiera ser pintor debe cortarse la lengua”. Así mismo, la pintura de Caballero exige más que una lectura de su trayectoria o de las interpretaciones de los críticos, una mirada abierta y cercana de un espectador que desee entrar en diálogo con lo que Caballero quiso decir a través de sus cuadros. Como lúcidamente dijo el pintor “se podría escribir mucho, pero para qué si al fin de cuentas solo queda la emoción visual ante la obra”.

Biviana García

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