El teclado y las yemas digitales

Desde el cincel en las cavernas hasta el teclado del computador se han alternado varias liberaciones. El proceso de escribir en roca, papiro, pergamino, papel o luz de pantalla, pasó de comprometer el cuerpo entero a requerir apenas la tenue presión de las yemas de los dedos.

La faena de los artistas rupestres y de quienes raspaban el cuero representó un paralelo físico con la de labradores, cazadores, guerreros. El tecleo de hoy es susurro y caricia, casi actividad eminentemente espiritual.

En 1991, a sus setenta años de edad, Ray Bradbury, fundador de la ciencia ficción, expresó admiración por la reciente emergencia de los aparatos electrónicos. Y subrayó su moderno ascenso al más noble de los ejercicios humanos.

“Todas esas máquinas mágicas –escribió–, como el fax o el ordenador, que permiten liberar la intuición y dejar de lado el intelecto”.

El fax tuvo vigencia raquítica, pero desde entonces cada año la tecnología sorprende con artilugios más acomodados al elogio de Bradbury. Para el escritor de Crónicas marcianas, la liberación acaecida no es solo anatómica. Es ante todo anímica.

Es que la gimnasia de las escrituras antiguas exigía el concurso del razonamiento. Era preciso aplicar en ellas buena cuota de atención consciente y de intelecto. El tecleo contemporáneo, incluido el touch, cancela este esfuerzo y permite el vuelo espontáneo de asociaciones, es decir la diligencia vaporosa de la intuición. Las yemas digitales son escuetas terminales nerviosas que conectan con el ángel.

Arturo Guerrero

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