Cisma blanco, cisma rojo

PENSANDO PENSAMIENTOS

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Años atrás Libanio diagnosticó un cisma blanco en la Iglesia. Dentro de muy poco también puede haber un cisma rojo.

El distanciamiento entre los católicos y la institución eclesiástica es enorme y creciente. La cultura ha cambiado. En quinientos años ha dejado de ser teocéntrica para convertirse en antropocéntrica. A la gente de nuestra época le interesa más esta vida que la eterna. Se ha desplomado también la alianza entre el poder político y el poder eclesiástico. El poder eclesiástico ha perdido la posibilidad que le facilitaba el poder político de reunir a sus fieles bajo un mismo ordenamiento civil y moral. Todo lo cual ha desembocado en una significativa liberación de los fieles respecto de la enseñanza oficial. Hoy las mayorías católicas no se sienten interpretadas por la jerarquía eclesiástica, al menos en las regiones tradicionalmente cristianas. Muchos se van. Otros se quedan pero emocionalmente descolgados. Hay cisma blanco: muchos de los que se quedan prescinden de la institucionalidad eclesial, salvo cuando les conviene.

Ahora último la discordia ha eclosionado en el ámbito más sensible. El Sínodo sobre la familia agitó las aguas. En ningún terreno la distancia entre la enseñanza del Magisterio y la opinión de los católicos es mayor que en el de la moral sexual y familiar. No es fácil para una institución de dos mil años avanzar unida manteniendo una doctrina común para culturas de cinco continentes, y que por otra parte deje conformes a conservadores y progresistas. Francisco lanzó a los católicos treinta y ocho preguntas sobre todos los asuntos atingentes, incluidos los “intocables”. Entre las respuestas, la principal de todas confirma que la distancia señalada es real. El cardenal Kasper, mano derecha del Papa en esta materia, ha hablado recientemente de “cisma práctico”.

Los temas en los que la disparidad entre la doctrina y el parecer mayoritario de los católicos son: la enseñanza de la encíclica Humanae Vitae (1968) contraria a los métodos artificiales de control de natalidad; las relaciones sexuales fuera del matrimonio; la homosexualidad; y dar o no dar la comunión en misa a los divorciados vueltos a casar. Este último asunto concentra la discordia porque compromete la doctrina. Si la Iglesia ha innovado en su enseñanza muchas veces en su historia, no se ve por qué no pueda hacerlo en este campo.

La batalla se libra al más alto nivel. Se sabe que el Papa quiere un cambio. Pero el cardenal Müller, el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, está decididamente en contra. Se sabe además que la Conferencia episcopal alemana ha dado sólidos argumentos teológicos para hacer un cambio. Pero también que la Conferencia episcopal polaca se ha declarado muy contraria a cualquier modificación.

Una vez que el Sínodo entregue sus conclusiones, Francisco tendrá que resolver. Probablemente promulgue luego un documento en el cual tome una decisión sobre estos asuntos. La decisión será soberana suya. ¿Representará esta la sabiduría creyente del Pueblo de Dios, el llamado sensus fidelium?

En la Iglesia en todas las materias se trata de discernir la voluntad de Dios. Esta puede no coincidir con la opinión de las mayorías. Pero no por esto se puede desestimar la experiencia de vida de la mayor parte de los cristianos. Cabe recordar que Pablo VI en Humanae Vitae no hizo caso a la opinión mayoritaria de la comisión que él constituyó, opinión partidaria de entregar a los esposos de la decisión sobre qué métodos usar para ejercer la paternidad responsable. La encíclica, empero, no ha sido recibida por los católicos. Ha sido rechazada casi por completo.

El cisma blanco es una realidad independientemente de la moral sexual y familiar de la Iglesia. Pero si en estas materias no hay progreso, la desidentificación con la institución eclesiástica se agudizará. La Iglesia corre el riesgo de no transmitir el Evangelio a las generaciones jóvenes para las cuales la actual enseñanza es aberrante. Tan grave como lo anterior podrá ser un cisma rojo: que agrupaciones católicas o iglesias particulares rechacen innovaciones doctrinales, se alcen en rebeldía y abandonen la catolicidad.

No se sabe qué ocurrirá. Es doloroso para nosotros los católicos que esté en cuestión la unidad de la Iglesia.La superación de los diferendos y aporías siempre debiera ser posible en una Iglesia que quiere ser “católica” (universal) y no una “secta” (de pocos pero “buenos”). Ideal sería que no hubiera cisma ni blanco ni rojo.

Jorge Costadoat. Director del Centro Teológico Manuel Larraín

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