¿Quién entiende la poesía?

La insufrible poesía, la hermética poesía. Uno de los muros que alejan a la gente de ella es el prejuicio de que la poesía no se entiende. De hecho, no pocos poetas contribuyen con su misterio a espantar lectores.

Con el cuento, ensayo y novela no pasa lo mismo. En estos géneros, por lo general, el lenguaje fluye de las letras al cerebro facilitando no solo la comprensión sino el interés en torno de una trama o argumentación. El obstáculo suele venir de la estructura, de la manera como se distribuye el material en el relato. Pero este obstáculo es menor y al final provoca el estallido del entusiasmo.

En la poesía, tanto las palabras como su organización parecen conspirar contra la mente. Así lo reconoce un poeta considerado hermético, Eugenio Montale, genovés ganador del Nobel de literatura hace 40 años.

“Nadie escribiría versos –enseña– si el problema de la poesía fuera el de darse a entender”. ¿Cuál es entonces el asunto de la poesía? Es crear una realidad con el lenguaje. Esta realidad, no vista antes, pertenece más al orden de la intuición que al del raciocinio.

Cuando la verdadera poesía nombra al pájaro, fabrica al mismo tiempo la vibración de sus alas en el oído humano y la atmósfera de neblina que da sustento al vuelo. Tanto vibración como atmósfera son probabilidades, adivinaciones, no certezas.

Por eso el parentesco carnal de la poesía se da con la música. Ambas sugieren, no afirman; seducen, no convencen; elevan, no compiten con las escalas pedregosas de la inteligencia.

Arturo Guerrero

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