Editorial

La responsabilidad de los padres sinodales

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EDITORIAL VIDA NUEVA | Los matrimonios en España se han reducido de forma significativa en los últimos 30 años. De 5,3 por cada 1000 habitantes en 1981 hasta situarse en 3,3 en 2013. La reducción de las tasas de nupcialidad se ha disparado a partir del año 2006, una tendencia que comparte con el resto de Europa. Los jóvenes y no tan jóvenes no pasan por el altar. Tampoco por el registro civil.

En unos casos, como analiza Vida Nueva, por falta de recursos económicos que dificultan constituir un hogar. En otros, por el rechazo a todo aquello que conlleve un sello institucional. No a la Iglesia. No a unos papeles. No al compromiso y a la permanencia de por vida. Los expertos coinciden en señalar que estas reacciones ligadas a una cultura relativista revierten en la estabilidad y fecundidad de la familia, como célula básica de la sociedad.

Esta cuestión centró algunas intervenciones en el Sínodo de 2014, se abordó después en las conferencias episcopales durante todo el curso escolar y se ha subrayado en el actual Instrumentum Laboris. Estos días, en algunos círculos menores se ha entonado incluso el mea culpa por no haber sabido acompañar a los jóvenes, por la falta de conexión con sus inquietudes.

Sin embargo, hay quien lejos de limpiarse las gafas para constatar qué ocurre en los libros de actas de las parroquias, continúa obsesionado en remarcar la “tensión sinfónica” entre el “eros” y el “ágape”, reflexiones teológicas y doctrinales siempre interesantes, pero que no aterrizan en los desafíos conyugales que se viven al otro lado del dintel de su sacristía. Otros padres sinodales buscan que se certifique por enésima vez, como si propios y extraños no lo supieran ya, que el matrimonio es indisoluble y fruto de la unión entre un hombre y una mujer.

Frente a estos vericuetos, sí resulta vergonzante la carta elaborada por un grupo de cardenales en la que se cuestiona la metodología y transparencia del Sínodo y, con ello, la autoridad del Papa. Sobre todo, teniendo en cuenta que quienes la suscriben tienen acceso directo a Francisco para exponer sus argumentos sin necesidad de papel alguno. Afortunadamente Bergoglio va por delante al condenar estas actitudes antes de hacerse pública la misiva de la “hermenéutica de la conspiración”, con aviso para navegantes posteriormente en audiencia general: “¡Ay del hombre que causa el escándalo!”.

Es cierto que los agitadores son una minoría, pero han generado el suficiente ruido dentro y fuera de los muros vaticanos como para distraer la atención de las asignaturas pendientes para con la familia, entre las que se encuentra esta alarmante alergia al “sí, quiero”. Si el Sínodo, repleto de especialistas y pastores responsables, no es capaz de detenerse a diagnosticar cómo se pueden tratar esta y otras dolencias, y se detiene en generar dolores de cabeza de cariz político en lugar de detenerlos, la familia corre el riesgo de enfermar aún más, y con ella, arrastrar a la propia Iglesia. ¿Mirarse al ombligo o salir al encuentro? ¿Corrientes plurales o bloques enfrentados? ¿Diálogo abierto o maniobras ocultas? Los padres sinodales están a tiempo de tomar la opción más evangélica. Por el bien de la Iglesia. Por el bien de la familia.

En el nº 2.960 de Vida Nueva. Del 17 al 23 de octubre de 2015

 

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