‘El Club’: el dedo en la llaga de los abusos

El chileno Pablo Larraín aborda en su nueva e incómoda película la pedofilia en la Iglesia

'El Club',  fotograma de la película

Cuatro sacerdotes y una religiosa purgan sus pecados en una casa aislada de un pequeño pueblo costero; fotograma de la película

J. L. CELADA | Valiente, incómodo, turbador… Así es el último trabajo del chileno Pablo Larraín, un cineasta empeñado en airear las vergüenzas de la dictadura que vivió su país para que las atrocidades sufridas no queden impunes por más tiempo. Ahora, ante el temor de que esa misma impunidad se instale en la Iglesia católica al afrontar el escándalo de los abusos sexuales a menores cometidos por miembros del clero, el inquieto realizador ha tenido el arrojo de poner el dedo en la llaga de una “lacra” que, amén de mancillar la imagen eclesial, deja por el camino víctimas, verdugos y encubridores.

Ellos son los atormentados protagonistas de El Club, la insólita comunidad integrada por cuatro sacerdotes y una religiosa que purgan sus pecados en una casa aislada de un pequeño pueblo costero (atención al ajustado y compenetrado reparto de la cinta). Han sido apartados del ministerio por motivos diversos, aunque comparten la desolación de sentirse “chivos expiatorios” de una institución que “se lava las manos” recluyéndolos en “una cárcel” de oración y penitencia. Además de un gran desconcierto (imágenes brumosas y atmósferas opresivas delatan su ambigüedad, mientras acrecientan el desasosiego del espectador), que viene a añadir más sombras a las tinieblas de su pasado.

La luz parece abrirse paso con la llegada de un nuevo inquilino y el lastre que arrastra consigo hasta aquel apartado retiro. Una pesada cargada que precipita los acontecimientos, alterando la frágil rutina del grupo y reavivando viejos fantasmas. Será la antesala del abordaje definitivo a la intimidad de estas almas a la deriva, circunstancia que se produce tras la irrupción en escena de un compañero, visitador y psicólogo, desplazado hasta el lugar con una misión muy concreta.

'El Club',  fotograma de la películaLas entrevistas cara a cara (¡cuánta violencia desprenden esos primeros planos!) nos permitirán acercarnos a sus historias personales, pero, fundamentalmente, descubrir cuáles son los principales objetos de preocupación –y de denuncia– de Larraín en este espinoso asunto: el miedo a la prensa y a que se conozca la verdad de hechos así, tan extendido años atrás en no pocos círculos de Iglesia; y la peligrosa creencia de que los ministros de Dios solo debían rendir cuentas ante sus ojos, porque un tribunal civil carecía de potestad para juzgar sus actos. Dos actitudes que, si atendemos a lo aquí se nos narra, contribuirían a perpetuar la impunidad de sus delitos.

Sentadas estas premisas, y con un inocente galgo como detonante de la catarsis, El Club emprende su particular viaje a los infiernos sin sermones ni paños calientes, a la caza de una oportunidad para la regeneración en clave samaritana. Quizá sea la única salida posible a este laberinto de culpa y dolor, una encrucijada extrapolable a otras instancias de poder no exclusivamente eclesiales.

Estamos ante una de las películas de 2015. Sería una lástima que su dureza nos impidiera entender su necesidad.

FICHA TÉCNICA

TÍTULO ORIGINAL: El Club.

DIRECCIÓN: Pablo Larraín.

GUIÓN: Guillermo Calderón, Daniel Villalobos, Pablo Larraín.

FOTOGRAFÍA: Sergio Armstrong.

MÚSICA: Carlos Cabezas.

PRODUCCIÓN: Juan de Dios Larraín, Pablo Larraín.

INTÉRPRETES: Alfredo Castro, Roberto Farías, Antonia Zegers, Jaime Vadell, Alejandro Goic, Alejandro Sieveking, Marcelo Alonso, Francisco Reyes, José Soza.

En el nº 2.960 de Vida Nueva

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