Un papa en Nueva York

Jesús Sánchez Camacho, profesor CES Don Bosco  JESÚS SÁNCHEZ CAMACHO | Profesor CES Don Bosco

Este mes hará un año del estreno de la presente columna. Desde su inicio, algunos amigos fieles a Hace 50 años… me han preguntado escéptica y reiteradamente si no era demasiada coincidencia que hoy sucedieran acontecimientos similares a los de ayer.

“Debes forzar demasiado la historia; no es posible que pueda encajar tan fácilmente en tus artículos de opinión”, me comentaba un día un conocido lector. Mi respuesta era tan simple como aclaratoria: “Mira, nunca he dejado de citar el número al que hago alusión. Y si acudes a la hemeroteca, comprobarás que los ejemplares que menciono son de Hace (exactamente) 50 años”. Me faltó decir que no existían las casualidades, porque –como diría Albert Einstein– la vida es demasiado hermosa como para que esta sea una casualidad.

Y, en efecto, es demasiada casualidad que el 9 de octubre de 1965 (nº 491), Vida Nueva enfocara a un papa que había viajado a Nueva York. Ojalá fuera una casualidad; era una causa. Y, esta vez, poco hermosa. Pablo VI no había ido a Nueva York a disfrutar paseando por la Gran Manzana. Su conciencia le había llevado a la sede de la ONU, donde se había visto obligado a lanzar un discurso cuyo eje vertebrador era la paz: “Si queréis ser humanos, dejad caer las armas de vuestras manos”.

“Nunca unos contra otros, jamás en lo sucesivo. ¿Es que no ha nacido para esta finalidad la Organización de las Naciones Unidas contra la guerra y en favor de la paz? Oíd las palabras lúcidas del desaparecido John Kennedy, que proclamaba hace cuatro años: ‘La Humanidad tendrá que poner fin a la guerra, o si no será la guerra la que ponga fin a la Humanidad’”.

Hace unos días que Francisco anotó ante la ONU que, con las armas de destrucción masiva, la Organización pasaría a ser “naciones unidas en la desconfianza”. ¿Será demasiada casualidad que, dentro de otros 50 años, un papa, algún laico o quizá un no creyente se atrevan a seguir recordando a la ONU cuál fue su principio fundacional?

En el nº 2.959 de Vida Nueva.

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