Misiones y misioneros

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de Sevilla CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

El escenario puede haber cambiado. Ya no vemos tantos niños y niñas con la hucha en la mano pidiendo por las calles “para los chinitos” y compitiendo para ver quién tenía mejor recaudación. Tampoco tenemos noticia de aquellos desfiles y cabalgatas y de esos misioneros de los que íbamos disfrazados con modelos de variopintos colores de piel. El atrezo puede haber cambiado, pero no el mensaje y el contenido del día de las misiones, del Domund.

Es que no puede ser de otra forma. El mandato universal de Jesucristo no solo permanece, sino que está vigente y actual. La fe recibida no se puede guardar para uno mismo. Hay que compartirla. Sería un irresponsable egoísmo el dejar de comunicar tan extraordinaria noticia como es el Evangelio. Nadie está excluido en este gran atrio que es el mundo para tener el derecho de escuchar lo que Dios quiere para todos sus hijos.

Esta vigente permanencia es garantía de que se trata de una obra que Dios quiere. No puede entenderse de otra manera pues todos los hombres y mujeres del mundo formamos un único pueblo, hijos del mismo Padre y rescatados con el precio de la misma vida de Jesucristo. Id por todo el mundo y decid a las gentes lo que habéis visto y oído. Y hacedlo con los hechos y palabras que llegaron a vosotros desde los labios del Señor y a través de los apóstoles.

Todos somos misioneros porque nos obliga el mandamiento universal de llevar a todo el mundo nuestra fe. Sin imponer nada, pero sin dejar de ofrecer lo que tenemos. Sin el abuso del proselitismo ni chantajes. Damos lo que tenemos pues, junto al mandamiento misionero, está unido el del amor fraterno universal. Amaos unos a otros, sin exclusión de nadie, sirviendo a todos.

De una manera particular, porque vocación especial recibieron, los muchos miles de misioneros y misioneras repartidos por la geografía universal. Solo dentro de los nacidos en España hay unos trece mil. Muchos se fueron de jóvenes y no han vuelto, porque dejaron allí su vida dando testimonio de Jesucristo y sirviendo a los hermanos en lo en lo que necesitaban ser servidos. Otros acababan de llegar y recibieron como premio el martirio. Y continúan resonando las palabras de Tertuliano: “La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”.

Estos misioneros y misioneras llevan la luz de la buena noticia de Dios en las manos de su propia debilidad, pero con la fortaleza de saberse enviados a los más excluidos. Porque el mayor desamparo es el de no conocer al Dios de nuestro señor Jesucristo. Pero estos hombres y mujeres, los que van a tierra de misión, a los que primero iluminan, con la luz de la ejemplaridad, es a nosotros, a los que ya conocemos a Cristo, pues nos hacen sentir la responsabilidad de ser fieles a lo que se recibiera en el bautismo y lo que nos enseñaron los apóstoles.

La fe se fortalece dándola. A los de lejos y a los próximos.

En el nº 2.959 de Vida Nueva.

Compartir