Teresa de Jesús, 500 años de eternidad

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La actualidad de una figura clave en la mística y la literatura

O la historia sabe a eternidad o lo eterno tiene aroma de fugacidad. Es el sentimiento que brota,  detrás del corazón, al conmemorar este año el quinto centenario del nacimiento de santa Teresa de Jesús. Desde la fe o desde el agnosticismo, el recuerdo (más que recuerdo, la presencia) de la mística carmelita invade a quien quiera acercarse a su obra, a sus escritos, a su ejemplo de santidad, a su propuesta mística y espiritual. Teresa está ahí tan viva o más que cuando, vestida con el hábito del Carmen, trasegaba los caminos de España.

La personalidad, la figura y la doctrina de esta santa española del siglo XVI desborda los límites de su época y a la vuelta de quinientos años pugna todavía por decir algo al hombre del siglo XXI. Eso se predica. Pero desde el asfalto, desde esta ladera de soledad sin arraigos religiosos en que nos movemos  la mayoría de los mortales, en esta ciudad secular y atea en la que discurre el diario vivir, surge una pregunta, que  podría ser ella misma casi irreverente: ¿se lee hoy a santa Teresa?, ¿tiene en realidad la santa española un mensaje y un lenguaje para el hombre contemporáneo? No basta proclamar la actualidad de una obra, de un personaje histórico, hay que comprobarla. A veces corremos el riesgo de revestir de fastos mendaces la nostalgia. O el remordimiento.

Panorámica de Ávila, España, cuna de la santa

Panorámica de Ávila, España, cuna de la santa

Teresa, escritora

La literatura religiosa es, por lo general, profusa. Se mueve entre dos polos: la alta literatura mística,  de difícil acceso, y la literatura devocional, ordinariamente mal escrita y utilizada más para alimentar sentimentalismos religiosos, u ocasionada ella misma por un sentimentalismo sin raigambre ni proyección.

Los escritos teresianos no son literatura piadosa. Parten de una experiencia, narran una experiencia y exigen del lector la búsqueda de una experiencia espiritual. Por eso, aunque pareciera lo contrario, su lectura suele soslayarse. Ocurre con santa Teresa como con los autores clásicos (dentro de los cuales ella misma se inscribe en el Siglo de Oro español) que todo el mundo dice haberlos leído, pero  muy pocos los conocen a cabalidad.

Dios, el personaje

Hay en las obras de santa Teresa dos elementos que hacen vigente la lectura de sus obras: su estilo literario y el tema y personaje de sus obras: Dios. Así como suena. Y nadie lo ha logrado hacer con la naturalidad y donosura con que ella lo hace.

Dios puede ser el tema de un tratado de teología. Su problemática y la del hombre frente al Absoluto han llenado páginas y páginas de muchos libros. Pero Dios metiéndose a cada instante en la vida de esta mujer, hecho presencia palpitante en su pluma, bajo el polvo de sus sandalias que recorren los caminos de España; Dios hecho búsqueda, lucha, escarceo, angustia; Dios confundido con los problemas de la época, con los personajes de la época, con los pecados y las virtudes de la época, no se encuentra sino en las obras, en el lenguaje sin florituras y en la vida de esta “fémina inquieta y andariega”, como la llamó el Nuncio del Papa en España.

Ahí radica, en mi opinión, el encanto y la tremenda experiencia teresiana que brota a cada punto de su pluma. Dios como vicisitud diaria, como angustia y alegría cotidiana. Se superan los marcos del devocionismo, de la mojigatería religiosa. No hay nada blandengue en Teresa de Jesús. Cuando Dios y no uno es el personaje el alma se vuelve recia y dura.

Dios casi novelado. Teresa va a utilizar toda la imaginería de su época para narrar su aventura. Buscar a Dios en Las Moradas es un episodio de caballería andante. Ella fue lectora apasionada de libros de caballería en su juventud y hasta se dice que escribió uno en su adolescencia.

“Pues consideremos que este castillo tiene, como he dicho, muchas moradas: unas en lo alto, otras en lo bajo, otras a los lados, y en el centro y mitad de todas ellas tiene la más principal, que es  adonde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma”.

Y va a hablar, en alguna ocasión, de las relaciones del alma con Dios tomando como base un partido de ajedrez, en un capítulo que a la postre fue suprimido en la redacción del Camino de perfección. La santa cuenta sus experiencias místicas y religiosas en lenguaje llano. “No es otra cosa oración mental, a mi parecer, que tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”.

El estilo teresiano

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La otra razón por la que santa Teresa es leída es por su estilo literario. Es una mujer del pueblo. Escribe como habla. Su estilo es coloquial, de conversación, de diálogo. No tiene preocupaciones gramaticales. Es desmañada y descuidada. Escribe a vuelapluma, tan rápido como un escribano de oficio, dirá el padre Gracián. No tiene tiempo para corregir. De ahí su espontaneidad, su sencillez, su vitalidad. No es científica, no es sistemática. Simplemente charla con el lector. No escribe carismáticamente. Le cuesta redactar, sobre todo si tenemos en cuenta que empieza a escribir a los 47 años y no tiene más preparación que su afición a la lectura.

Generalmente parte de imágenes, comparaciones o alegorías que brotan de la observación diaria. Cuando puede resume su pensamiento en una frase breve, casi un proverbio que inventa sobre la marcha. Imperceptiblemente salta de una imprecación al lector a una efusión íntima que el tema tratado despierta en su interior. Como en cualquier conversación. No expone principios ni teorías, solamente narra su experiencia; mejor, se la cuenta al lector en una charla animada. Leer a santa Teresa es una de las más fascinantes experiencias.

Desde esta ladera 

Retornemos a nuestra pregunta inicial. ¿Se lee actualmente a santa Teresa? La inquietud sobre su actualidad llevaría a indagar si realmente sus obras se siguen leyendo a estas alturas del siglo XXI, inmersos como estamos en una tranquilizadora arreligiosidad bautizada en la que persignamos la mediocridad y le quemamos incienso inútil a un Dios cómodo y lejano. No sé.  Desde una ladera de silencio, que uno no sabe si bordea la mística o el ateísmo, leer las obras de santa Teresa es ponerse cara a cara con el misterio. Dios es el personaje. Lo enseña ella, la mística carmelita, en estos quinientos años de eternidad.

Retrato de santa Teresa en el Libro de Recreaciones

“Era esta santa de mediana estatura, antes grande que pequeña; tuvo en su mocedad fama de ser muy hermosa y hasta su última edad mostraba serlo; era su rostro no nada común, sino extraordinario, y de suerte que no se puede decir redondo no aguileño; los tercios de él iguales, la frente ancha e igual y muy hermosa, las cejas de color rubio con poca semejanza de negro, anchas y algo arqueadas; los ojos negros, vivos y redondos, no muy grandes, mas muy bien puestos; la nariz redonda y en derecho de los lagrimales para arriba disminuida hasta igualar con las cejas, formando un apacible entrecejo, la punta redonda y un poco inclinada para abajo, las ventanas arqueaditas y pequeñas y toda ella no muy desviada del rostro. Mal se puede con pluma pintar la perfección que en todo tenía: la boca de muy buen tamaño, el labio de arriba delgado y derecho, el de abajo grueso y un poco caído, de muy linda gracia y color; y así la tenía en el rostro, que con ser ya de edad y muchas enfermedades, daba gran contento mirarla y oírla porque era muy apacible y graciosa en todas sus palabras y acciones; era gruesa más que flaca y en todo bien proporcionada; tenía muy lindas manos, aunque pequeñas; en el rostro, al lado izquierdo, tenía tres lunares levantados como verrugas pequeñas, en derecho unos de otros, comenzando desde debajo de la boca el que era mayor, y el otro entre la boca y la nariz, el último en la nariz más de cerca de abajo que de arriba” (Escrito por la carmelita María de san José (1548-1603), priora de Sevilla. Tenía Teresa a la sazón 61 años cumplidos).

Ernesto Ochoa Moreno

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