Marco Bobbio

Marco-Bobbio

“Se vive más, pero no se vive tan bien”

El médico cardiólogo Marco Bobbio, de 64 años de edad, dirige uno de los centros cardiológicos referenciales en Italia, el hospital Santa Croce e Carie di Cuneo, que se ubica en la región de Piamonte, cerca de la frontera con Francia.

Hijo del reconocido filósofo Norberto Bobbio (1909-2004), uno de los íconos del pensamiento liberal e insigne defensor de los derechos individuales, el Dr. Marco se destaca entre sus colegas por sus posturas críticas frente a la obsesión del mundo de la medicina –incluyendo, por supuesto, la lucrativa industria farmacéutica– por “preservar la juventud al costo que sea”.

“Mi padre decía que la persona culta es aquella que le da valor a la duda. Y es lo que hago cotidianamente ejerciendo la medicina”, asegura el médico italiano, que recientemente participó en un Seminario Internacional Interdisciplinar sobre cuidado, en Porto Alegre (Brasil), donde defendió su tesis sobre El enfermo imaginado, título de su última publicación, sobre los riesgos de una medicina sin límites.

Frente a la tendencia de exagerar medidas que buscan evitar la aparición de enfermedades, asegura que “el médico debería intervenir menos y esperar un poco más a que las cosas sigan su curso natural”.

La paradoja de la medicina

Bobbio es uno de los pocos científicos que debate abiertamente los tratamientos de la medicina moderna que hacen que las personas vivan más, así como los “beneficios” de la medicina preventiva y predictiva: “se vive más, pero no se vive tan bien –dice–, son muy pocas las personas que llegan a una edad avanzada sin problemas. La vida se prolongó pero el malestar asociado al envejecimiento también. Y no hay cura para ese malestar. Es lo que llamo ‘la paradoja de la medicina’. Veo personas con 85 o 90 años que todo el tiempo dicen que están cansadas”. En efecto, aunque reconoce que “los cuidados preventivos pueden llevar a una persona hasta los 90 años con un sistema cardiovascular funcionando muy bien”, también es enfático al decir que “esos cuidados no pueden eliminar por completo todos los problemas que van asociados con la edad avanzada, como la dificultad de locomoción, la pérdida de memoria y el cansancio”.

El fondo del asunto reviste también un carácter bioético: “los médicos son muy arrogantes, y tratan de imponer su punto de vista a toda costa. Hoy en día los exámenes y los tratamientos están determinados por los estudios científicos, sin mayores reflexiones. Si un paciente sufre un infarto en São Paulo, en Nueva York o en la India, es tratado básicamente de la misma manera –explica–. Son, evidentemente, buenos abordajes, pero que funcionan bien con un paciente promedio. Cuando el enfermo busca ayuda médica, los profesionales deberían comprender que es un individuo único, no un paciente promedio”. Asumir que un enfermo es una persona y no un “dato promedio” tiene sus consecuencias: “eso implica, muchas veces, no seguir las directrices médicas. Hay quienes quieren someterse a tratamientos menos eficaces, pero menos invasivos. También hay personas que no quieren prolongar la vida si no tienen calidad de vida. La decisión tiene que ser primordialmente del paciente, siempre. Y cuando él no tiene condiciones para decidir sobre el final de su vida, cabe a los parientes hacerlo”.

Así lo experimentó en los últimos meses de vida de su padre. Relata que aunque había tenido una vida maravillosa, al enviudar se sentía solo y deprimido. “En los últimos meses repetía con frecuencia la expresión latina taedium vitae para decir que estaba cansado de la vida”, recuerda. Tras recaer en una neumonía, “cuando su corazón empezó a latir débilmente, las enfermeras me miraron afligidas y me preguntaron qué tenían que hacer, les respondí que nada”.

En sus juicios, Bobbio reconoce que sigue la lógica de un movimiento médico llamado Slow Medicine (Medicina Lenta), del cual hace parte, que promueve “una medicina lo menos invasiva posible, que respete la voluntad del paciente”.

Como cardiólogo nunca se ha hecho un examen del corazón ni toma remedios. “Sé que mis arterias ya no son las de un joven de 20 años y que puedo tener una lesión. Pero en mi opinión no tiene sentido ir al médico si me siento bien para tratar de saber cuándo voy a estar mal. Los exámenes y los procedimientos médicos no me garantizan una supervivencia serena”. No titubea en exponer sus convicciones para conservar una buena salud: “trate de llevar una vida tranquila, no tenga como objetivo llegar a los 70 años con el mismo vigor que tenía a los 50. Disfrute la vida y no se prive de placeres. Hoy, cuando las personas se reúnen a la mesa con sus amigos o familiares, no dicen qué les gusta o no, sino qué pueden o no comer. Eso significa comer mal. Se debe comer un poco de todo, inclusive cuando se está enfermo. Comer con moderación y vivir con serenidad, no existe mejor receta de salud”.

Texto: ÓSCAR ELIZALDE PRADA

FOTO: PUCRS

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