La fe guardiana del medio ambiente

Andrés-Lofiego2

 

Para que la Iglesia entre a ser un factor de eficacia en el cuidado del medio ambiente ha de producir en su doctrina y su práctica un retorno al modo bíblico de percibir la realidad y de actuar sobre ella. Retorno a su fuente que implica una rectificación del desplazamiento producido hacia el modo griego de pensar y de actuar que experimentó el hecho cristiano en el curso de los siglos. Este movimiento, afortunadamente, es uno de los más característicos de la conciencia cristiana en nuestro tiempo y va desde la cumbre de los investigadores y exegetas hasta la pastoral que se inicia en los más retrasados sectores del campesinado en América Latina. El padre Charles Möller encabeza su libro sobre Evangelización en el Mundo Moderno diciendo que todo el asunto del cambio de lo tradicional a lo nuevo se contiene en una fórmula: “Cambiar la cabeza griega del catequista por una cabeza semítica”.

El modo bíblico de pensar y de actuar ha de ser reencontrado por la conciencia del occidental moderno, lo mismo si se trata del católico, del protestante o del humanista que es un cristiano que ignora serlo. El Occidente y la cristiandad, que fueron una misma cosa y continúan siéndolo aunque ahora como ex-cristiandad, fueron el producto del encuentro de la fe bíblica y la cultura griega.

Lo griego, en esta mención, es esa manera de ver la naturaleza como un objeto del cual pueden hacer los hombres el uso que a bien tengan y del que no son responsables. La naturaleza, para el pensamiento griego, es autosuficiente e indestructible. De ella proceden no solamente los hombres sino los dioses; es anterior a la raza humana y cuando esta desaparezca, la naturaleza continuará indefinidamente esa vida suya que no tuvo comienzo. El famoso aforismo, “Science is power”, atribuido al fraile inglés Roger Bacon, contiene en sí el germen de lo que en nuestro tiempo es depredación científica de los recursos naturales en beneficio del capitalismo y del militarismo. La ciencia, en el contexto de ese aforismo, es el conocimiento de la naturaleza como objeto des-conectado de su relación con Dios y con la moral.

Para la visión bíblica, en cambio, la naturaleza es tan criatura como el hombre mismo. Ella es un viviente que, al igual que el hombre, así como un día empezó a vivir, otro día habrá de morir. Allí el hombre y la naturaleza son presentados como criaturas nacidas del amor expansivo y del poder de Dios, y están unidas en solidaridad indisoluble para la vida y para la muerte. El reposo sabático, que ha de proteger al hombre contra la alienación del sobreesfuerzo, ha de proteger igualmente a la naturaleza contra los desgastes del uso excesivo. Dios destina la naturaleza al servicio del hombre pero no deja a éste libertad de hacer de ella lo que a bien tenga. La ley de Moisés impone el año sabático para que la tierra se rehaga del laboreo, así tenga el hombre que limitar sus consumos hasta los límites de la subsistencia. Para algo el ayuno ocupa lugar de primera importancia en los medios de facilitar la comunicación del hombre con Dios. Mientras la relación del hombre con la naturaleza, en el pensamiento griego, es de una ingenua amoralidad, en el pensamiento bíblico es uno de los lugares más caracterizados de la vida moral.

Hernán Vergara (1910-1999), Comunidad Humanae Vitae

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