Una visión crítica y esperanzada de nuestra educación

niños pequeños en la escuela contentos

Primera parte: la función educativa de las familias

portada Pliego Una visión esperanzada de la educación 2957

MARÍA DE LA VÁLGOMA, profesora de Derecho Civil en la Universidad Complutense de Madrid | Los informes periódicos del CIS revelan que la educación no figura entre los asuntos que más nos preocupan a los españoles. Los indicadores internacionales de excelencia constatan que tenemos un sistema educativo mediocre, el incremento presupuestario en esta partida no se ha traducido en una mejora del rendimiento y hay otros aspectos, como la tasa de abandono escolar y el paro juvenil, que resultan escandalosos. Recién estrenado un nuevo curso, políticos, docentes y familias tienen ante sí el enorme desafío de mejorar este panorama, porque la educación no es solo una necesidad social y económica, sino, ante todo, un imperativo ético.

En todos los países desarrollados hay una gran preocupación por la situación de sus sistemas educativos. En muchos lugares se han emprendido desde los años 70 ambiciosas reformas, que unas veces han fracasado y otras han tenido éxito. De ambas podemos aprender. Han tenido éxito en Finlandia, Reino Unido, Singapur, Polonia, Corea del Sur, por ejemplo. Otras, como las de Estados Unidos, Francia o España no lo han logrado.

Incluso el papa Francisco ha puesto en marcha la iniciativa Scholas ocurrentes, una red mundial de escuelas fundada en 2013 para promover la vinculación de las escuelas y compartir los mejores proyectos de los centros educativos, apoyar a las escuelas de menos recursos y mejorar así la educación en todo el mundo.

Sir Ken Robinson, un experto internacional en temas educativos, asegura que para intentar mejorar la escuela debemos cumplir tres condiciones previas: hacer un diagnóstico de la situación, saber dónde queremos llegar y tener una adecuada teoría del cambio.

(…)

Una hoja de ruta para mejorar la escuela

niños pequeños en la escuela contentos

Ya hemos fijado los objetivos y descrito las medidas necesarias para conseguirlos. Pero aún tenemos que explicar cómo podemos poner en práctica cada una de esas seis medidas.

  • 1. La función educativa de las familias

El niño comienza su andadura vital en el entorno cálido –salvo excepciones– de la familia. Son los padres los que cubren sus primeras necesidades, los que le consuelan cuando está triste o tiene miedo, los que fomentan y se alegran con cada uno de sus progresos. La familia es donde el niño aprende que existen otras personas, además de él mismo, donde se le enseñan las primeras normas, donde escucha el primer “no”, donde todo es previsible, lo que le hace sentirse seguro.

Todo eso mientras el niño es pequeño parece fácil, aunque no lo es en absoluto, porque educar es la tarea más compleja, más difícil, a la que podemos enfrentarnos; y ayudar a los niños a crecer y a desarrollar sus posibilidades, a manejar sus emociones, a adquirir buenos hábitos de todo tipo no es tarea menor. Hay quienes piensan que todo lo que la persona va a ser se construye en los tres primeros años de vida, porque es cuando se forman los cimientos de la personalidad, lo que causa una gran inquietud a los padres y genera el temor a no estarlo haciendo bien (algo que los padres, y más concretamente las madres, pensamos con excesiva frecuencia).

A los que se inquietan demasiado podría recomendarles un libro de Judith R. Harris, Por qué los padres no pueden educar. Según esta autora americana, las dos grandes influencias educativas son los genes y el grupo de iguales, lo que deja poco campo de acción a los padres. El libro generó en Estados Unidos grandes debates, entre los detractores y los partidarios, pero es positivo decir a los padres que ellos solos no pueden educar, como tampoco puede hacerlo la escuela sola. Es la correlación de ambos factores, la familia y la escuela, además de toda la sociedad, la que colabora en la educación de los niños.

Pero hablamos de padres o familias como si se tratase de entidades homogéneas, cuando la gran transformación que ha sufrido la familia como institución en los últimos treinta años ha sido enorme. Hoy, junto a la familia tradicional, clásica, nuclear, compuesta por padres e hijos, se dan otros muchos tipos de familia –monoparental, homosexual, reconstituida–, que introducen muchos matices.

Pero, sea el tipo de familia que sea, todas tienen el derecho y el deber de educar a sus hijos y “procurarles una formación integral”, sean estos naturales, adoptivos o engendrados por las nuevas técnicas reproductivas, entre las que el Derecho no establece distinción alguna. Todos los hijos tienen los mismos derechos ante la ley. “La filiación matrimonial y la no matrimonial, así como la adoptiva, surten los mismos efectos, conforme a las disposiciones de este código”, dice el art. 108 del Código Civil.

Los estudios sobre educación de finales del siglo pasado y de lo que llevamos de este inciden en la eficacia educativa de la familia, pero sin dejar de dar una enorme importancia al entorno. Un importante pedagogo, Urie Bronfenbrenner, ha dicho que “la familia parece ser el sistema más efectivo y económico para fomentar y mantener el desarrollo del niño. Sin la implicación familiar, cualquier intervención es probablemente un fracaso, y los pocos efectos que se consiguen desaparecerán posiblemente una vez que la intervención termine”.

(…)

La buena intención no basta, y muchos padres y madres se encuentran desorientados, escuchan mensajes contradictorios y no saben cómo actuar. Por eso, son importantes las iniciativas que hay para ayudar a las familias en esta compleja área. Los padres educan como pueden, es decir, con estilos diferentes, según sea su carácter, sus creencias, su situación, la educación que ellos recibieron, sus circunstancias personales y otros muchos factores.

Las investigaciones sobre los estilos educativos tratan de averiguar qué dimensiones de la vida familiar están afectando al desarrollo de los niños, y si lo hacen positiva o negativamente, es decir, qué características predicen unos buenos resultados en el desenvolvimiento de los niños y cuáles no.

Según las investigaciones más fiables, en especial las llevadas a cabo por Diana Baumrind, el estilo educativo puede describirse ateniéndose a dos parámetros: grado de exigencia (padres muy controladores y estrictos, frente a los que no exigen nada a sus hijos ni les imponen ningún límite) y grado de calidez afectiva (padres que aceptan a sus hijos y son afectuosos con ellos, frente a padres que rechazan a sus hijos y demuestran poca afectividad).

Combinando estas dos dimensiones, resultan cuatro estilos educativos: Autoritario (exigencia y frialdad): son tradicionales y dan mucha importancia a la obediencia a la autoridad, son poco comunicativos y más bien distantes. Responsable (exigencia y ternura): son exigentes y afectivamente cálidos. Permisivo (laxitud y ternura): poco exigentes y cálidos. Negligente (laxitud y frialdad): poco control y bajas expectativas hacia sus hijos y afectivamente fríos.<

  • 2. El papel esencial del profesorado
  • 3. Implicar más a los alumnos
  • 4. Los equipos directivos

Pliego en el nº 2.957 de Vida Nueva. Del 26 de septiembre al 2 de octubre de 2015

Compartir