El Padrenuestro y nuestro Espíritu

Alberto Iniesta, obispo auxiliar emérito de Madrid ALBERTO INIESTA | Obispo auxiliar emérito de Madrid

Según el Evangelio, podemos ser hermanas y hermanos de Jesús cuando cumplimos la voluntad del Padre. Cumplir la voluntad de Dios puede tener diferentes matices. Una admirable síntesis la expresó el papa Francisco en su viaje a Bolivia: no se puede creer en Dios Padre sin ver un hermano en cada persona, y no se puede seguir a Jesús sin entregar la vida por los que Él murió en la cruz.

Y para eso nos dejó el Padrenuestro y el Espíritu Santo, simbolizado por el aire, uno de los dos alimentos, con el agua, que necesita todo ser viviente, y que además son elementos de la naturaleza que vienen directamente de las manos de Dios, sin mediación ninguna de los hombres. Pero mientras que podemos pasar algún tiempo sin beber, no podemos vivir varios minutos sin respirar.

Jesús vino a fundar la familia de los hijos de Dios, a la que dio una regla, el Padrenuestro, valiosa para toda circunstancia, vocación y carisma, y el Espíritu Santo, con su ciencia y su experiencia, su amor y su sabiduría, como hijos del Padre, hermanos de Jesús y de los hombres, y centinelas de la creación.

Me atrevería a decir que el eco –nunca mejor dicho– del Espíritu Santo entre nosotros es la música, que en realidad consiste en agitar el aire por medio de algún instrumento. Los Salmos lo repiten con frecuencia: Alabad al Señor, que la música es buena. Suenen los instrumentos. Y el mejor instrumento es el mismo cantor, con su laringe y sus pulmones, sus sentimientos y emociones.

Ya la misma palabra humana tiene su belleza y su música, si sabemos cuidarla y valorarla. Con toda su enorme importancia, la escritura –el libro o los modernos medios de comunicación social– es siempre derivación de la palabra humana.

¡Cuánto más cuando proclamamos las palabras de Jesús –que no pasan– y todos unidos respondemos con nuestra voz y nuestro canto!

En el nº 2.957 de Vida Nueva.

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