Gracia y desafío

El Congreso de Vida Consagrada que se tuvo en Bogotá colmó las expectativas de los participantes y los espectadores cercanos y lejanos: resultó ser, como se esperaba, una luz en el túnel por donde ha estado transitando la Vida Religiosa en los últimos años, a causa de la disminución de sus miembros y del efecto de los cambios culturales en su estilo de vida, en sus resultados formativos y en sus modalidades de gobierno; y, al mismo tiempo, una confirmación esperanzada del potencial de sus carismas, de su experiencia y sabiduría, de la propuesta de sentido y de alternativa evangélica que sigue siendo para los jóvenes y el mundo de los tiempos actuales.

Como kairós y experiencia de un nuevo pentecostés, de todas maneras, depende del dinamismo con que comunidades y personas, procesos y estructuras, nuevas generaciones y mayores, bases y cuerpos directivos, se empeñen en transitar por los “horizontes de novedad en la vivencia de nuestros carismas hoy” que allí se vislumbraron: el referente trinitario de la hermandad, el seguimiento martirial del Maestro, la resignificación de los consejos evangélicos, la presencia carismática de los laicos en las familias congregacionales, una vida pobre y para los pobres permeada por “la revolución de la ternura”, “la medicina de la misericordia” y el cuidado de la “casa común”, la salida misionera de la auto-referencialidad, la inter-congregacionalidad y la inter-generacionalidad, y la humanización en la formación y en la animación.

Este congreso, que ha tenido mucho de punto de llegada y de cruce de caminos, es, pues, ante todo, un punto de partida para un camino de fe que sigue siendo válido y realizador, y que mucho puede contribuir a que “acontezca” el Reino de Dios en este continente.

Gabriel Naranjo Salazar, CM

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