La “incultura” de la educación

Intelectuales reivindican una enseñanza que anteponga la lectura, el talento o el pensamiento

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La “incultura” de la educación [extracto]

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | Ocho millones de alumnos han estrenado nuevo curso entre cada vez más críticas a una galopante “inculturización” de la educación, y de la sociedad en general. “Quizá lleguemos a ver cómo será la vida sin cultura. De momento ya tenemos indicios de lo que está siendo, paulatinamente, un mundo que ha optado, al parecer, por desembarazarse de la cultura de la palabra, pese a poseer índices de alfabetización escolar sin precedentes”. Así inicia Rafael Argullol (Barcelona, 1949), novelista, poeta y ensayista, su artículo Vida sin cultura, que ha dado pie a una reivindicación de una educación que no excluya lo cultural de las aulas, que fomente el talento y el pensamiento.

El filósofo y miembro de la Real Academia Española, Emilio Lledó (Sevilla, 1927), reciente Premio Príncipe de Asturias de Humanidades, sigue denunciando duramente el tipo de enseñanza, basada en la asignatura y el examen, que aún predomina en España. “Sí, es que ese tipo de enseñanza, a la que yo llamo asignaturesca, es la enseñanza del aprendizaje. Y yo creo que el aprendizaje no es importante, sobre todo ahora que tenemos tantos medios de conocimiento e información. Lo importante es crear libertad intelectual y capacidad de pensar”.

Las novedades de la LOMCE

Otro filósofo preocupado por el destino de la enseñanza, José Antonio Marina (Toledo, 1939), tiene un frase muy afortunada para describir el estado de la educación contemporánea: “Un burro conectado a Internet sigue siendo burro”. Marina ha publicado recientemente un nuevo libro, La inteligencia que aprende (Santillana) y una carta dirigida al nuevo ministro de Educación, Cultura y Deportes, Íñigo Méndez de Vigo. “El sistema educativo español es desigual y está estancado –afirma–. Desigual porque según los informes PISA hay siete comunidades que superan la media de la OCDE y otras que se desploman. Estancado porque, a pesar de la subida del presupuesto durante los años anteriores a la crisis, la calidad no ha mejorado. La parálisis no se ha debido, pues, a problemas financieros”.

La Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE) se incorpora a las aulas en 1º y 3º de ESO (12 y 14 años) y en 1º de Bachillerato (16 años), así como en 2º, 4º y 6º de Primaria (7, 9 y 11 años) y 2º de FP Básica. El año pasado comenzó en los cursos impares de Primaria y en 1º de FP Básica. Pero en este, la novedad es la reválida, una evaluación a los alumnos de 6º de Primaria a final de curso. No servirá para la nota final, pero sí tendrá carácter de “diagnóstico”.

Tanto a Argullol como a Lledó y a Marina, les parece una oportunidad perdida. Lledó, autor de Ser quien eres, ensayos para una educación democrática (Universidad de Zaragoza), explica: “La enseñanza tiene que ser ese estímulo continuo entre el profesor y el alumno. Cuando yo utilizaba este adjetivo, asignaturesco, me refería a esa concepción de exámenes, de controles continuos, de apuntes…. En este sentido, recuerdo mi experiencia en Alemania. Llegué allí muy joven y me encontré en la Universidad de Heidelberg, donde no solo no había apuntes ni exámenes; allí te examinabas cuando tú querías”.

Marina tiene claro que el objetivo es “reducir el abandono escolar al 10%, subir 35 puntos en la clasificación PISA, aumentar el porcentaje de alumnos excelentes, que es menor que el de otras naciones, y ayudar a los alumnos a adquirir las destrezas necesarias para integrarse en la sociedad del siglo XXI”. O, como afirma tajantemente, “necesitamos convertirnos en una sociedad del aprendizaje”.

Declive humanístico

Entre tanto, el nuevo currículo de la LOMCE pone más énfasis en las asignaturas instrumentales –Matemáticas, Lengua e Inglés– y resta aún más importancia a áreas como la Filosofía o la Literatura. Ante ello, denuncia Argullol: “Con bastante justificación puede identificarse el oscurecimiento actual de la cultura humanista e ilustrada con nuestra triple incapacidad para leer, mirar e interrogar. Cuando en la última reforma educativa se defiende enfáticamente que la lógica filosófica va a ser sustituida en la enseñanza escolar por la ‘lógica del emprendedor’, no hace sino sancionarse el fin de una determinada manera de entender el acceso al conocimiento”.

A esa denuncia también se ha sumado Lledó. “Se habla muchísimo de la libertad de expresión –argumenta–, pero en mi opinión lo importante es la libertad de pensamiento: tener que pensar, saber qué pensar y no tener la mente aglutinada con pequeños coágulos que no te permiten entender, mirar o interpretar”. Esa libertad de pensamiento, para Argullol es, ante todo, cultura: “Nuestro pseudolector actual –añade– ha sido alfabetizado en la escuela y, en muchos casos, ha acudido a la universidad, pero no está en condiciones de confrontarse con el legado histórico de la cultura humanista e ilustrada construido a lo largo de más de dos milenios”.

Manuel Cruz, catedrático de Filosofía Contemporánea en la Universidad de Barcelona, también se ha sumado a la denuncia de Argullol. “Pensemos, sin ir más lejos, en la forma en la que tiende a plantearse hoy eso que antes se denominaba proceso educativo. Ha pasado a ser considerado como una antigualla completamente obsoleta sostener que, en su conjunto, dicho proceso debería ser pensado en términos de formación integral del ciudadano o cosa semejante”.

Expulsión de la cultura

Cruz, autor entre otros muchos títulos de Adiós, historia, adiós. El abandono del pasado en el mundo actual (Nobel), señala: “No deja de ser significativo (y preocupante) que en nuestros días empiecen a parecerse tanto, a reaccionar de maneras tan intercambiables, personas con estudios superiores y personas que apenas han superado los niveles educativos más básicos. Probablemente, la semejanza sea el resultado de la generalización de un modelo de lo que debe ser la educación y del valor de la cultura que ha terminado por convertirse en el nuevo sentido común dominante”. La consecuencia, en sus propias palabras, es que “los ignorantes andan crecidos”.

Y afirma: “Lo real es mucho más rico de lo que estos ignorantes alcanzan a vislumbrar. Pero para acceder a dicha riqueza se requieren determinadas herramientas y destrezas, que son las que, precisamente, proporciona ese tesoro heredado que denominamos cultura”. Porque para Cruz, “la persona culta no solo dispone de un mundo interior más rico, sino que penetra en el interior del mundo”.

Y por ello escribe Argullol: “La expulsión de la cultura –o de una determinada cultura: la de la palabra, la de la mirada, la de la interrogación– es un proceso colectivo que afecta a todos los ámbitos, desde los medios de comunicación hasta, paradójicamente, las mismas universidades. No obstante, en ninguno de ellos es tan determinante como en el de los propios ciudadanos, que han dejado de relacionar su libertad con aquella búsqueda de la verdad, el bien y la belleza que caracterizaba la libertad humanista e ilustrada. La utilidad, la apariencia y la posesión parecen, hoy, valores más sólidos en la supuesta conquista de la felicidad”.

Menú indigesto

Es lo que defiende también Marina Garcés (Barcelona, 1973), ensayista y profesora de Filosofía en la Universidad de Zaragoza: “La cultura convertida en un menú es indigestión –afirma la autora de Filosofía inacabada (Galaxia Gutenberg)–. Hay que dejar más espacios en blanco y, a la vez, cultivar (cultura es cultivo) desde abajo, desde la educación. No creo en una cultura consistente sin una buena educación. Tienen que encontrarse de nuevo en las aulas, en las calles, en las ciudades y pueblos”. Y es lo que se pregunta el exministro de Cultura, César Antonio Molina, periodista, poeta y ensayista: “¿Por qué en vez de ver en la cultura algo que ayuda y enriquece al hombre, se la considera por el poder, y también por amplias capas de la población, como algo ajeno y alejado más y más de la verdadera meta de la existencia?”.

En el nº 2.955 de Vida Nueva.

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