Nelly Arrobo Rodas

“Por fidelidad a un amigo, no puedo hacer de otra manera…”

 

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En la madrugada del 31 de agosto de 1988 fallecía en Quito el obispo defensor de la población indígena ecuatoriana, monseñor Leonidas Proaño. “Cerraba sus ojos y se levantaba el sol…”, recuerda  Nelly Arrobo, quien estuvo a su lado durante muchos años y lo acompañó también en el tránsito final.

Poco tiempo atrás, durante un viaje a Austria en que el prelado fue reconocido por su trabajo en favor de los derechos humanos, se supo que no le quedaba mucho tiempo debido a un cáncer en el hígado. Nelly ya no se separaría de quien considera hasta hoy su maestro en el Evangelio. Vida, muerte y amor. Las tres heridas del poema de Miguel Hernández le evocan la luminosa presencia que ha significado para ella el antiguo obispo de Riobamba. “Yo quisiera que la Iglesia pudiera algún día acoger esa luz”, señala.

El corazón de las masas

Nelly nació en Loja en 1947. Mamó la fe cristiana de su mamá: Luz Angélica Rodas. Su padre fue Carlos Arrobo Carrión, uno de los fundadores del partido socialista en dicha parte del país. Como Proaño, el abogado y docente universitario sufrió las consecuencias de la represión en reacción a sus convicciones con respecto a una sociedad ecuatoriana menos injusta.

Entre sus 20 y 25 años, Nelly militó en el Movimiento de Acción Católica en su ciudad natal, mientras adelantaba estudios de Licenciatura en Ciencias de la Educación. Fue una época de intensa actividad formativa, de la mano de un sacerdote español: Luis María Martín. Un grupo de jóvenes editaba el periódico Revolución Cristiana. Por aquellos años, con ocasión de un viaje a Cuenca, delegada en una reunión de comunidades de base, conoció a Mons. Proaño. No dudó en pedirle una entrevista a quien ya entonces era un referente en Ecuador de la Iglesia posconciliar. “Yo quiero que venga a trabajar a Riobamba”, le diría tiempo después el prelado, cuando la vida, poco a poco, insistió en unir sus caminos.

En el corazón de las masas, un libro de René Voillaume, influenció la búsqueda que por aquellos años determinaba la vida de Nelly; la razón por la cual en enero de 1973 se trasladó a Yaruquíes para unirse a una fraternidad de las Hermanitas del Sagrado Corazón de Charles de Foucauld. Según recuerda, esta parroquia tenía alrededor muchísimas comunidades indígenas en condiciones deplorables, cuyos miembros dependían del pueblo y eran explotados. Su obispo, monseñor Proaño, hizo mucho para acabar con la dependencia y mejorar la calidad de vida de los más pobres. De distintas partes del mundo llegaban personas dispuestas a colaborarle al prelado entregando su tiempo y sus energías, bien fueran creyentes o no. 

Nelly se formó en ese lugar, integrándose al proceso pastoral que se adelantaba. Como fruto de la concientización animada por el obispado acerca de las realidades de opresión y de injusticia que tenían lugar en la región surgió el Frente de Solidaridad del Chimborazo.

La iniciativa aglutinaba organizaciones de trabajadores, de indígenas, de mujeres, comunidades de base de la Iglesia y otros colectivos, con el objetivo de prestar solidaridad tanto a las situaciones internas de Riobamba y del Ecuador como a los pueblos en otras partes del continente que se encontraban en ese momento en lucha. El himno del movimiento llevaba por letra los versos de un poema de monseñor Proaño: “Compartir los peligros en la lucha por vivir en justicia y libertad arriesgando en amor hasta la vida es solidaridad”.

Cerca del obispo y como secretaria del Frente y del Equipo de Coordinación Pastoral, Nelly experimentó el Evangelio. Junto al prelado, también comprobó el rechazo por parte de los poderosos a acciones encaminadas a exigir que los más pobres, entre ellos los indígenas, se pusiesen de pie y exigiesen un orden distinto. Dicho orden implicaba, a su vez, una Iglesia diferente, movida más por el servicio que por la ambición.

Intemperie y fidelidad

Cuando la enfermedad aumentó el deterioro físico de quien había sido su maestro acerca de la vida y comenzaba a serlo acerca de la muerte, Nelly permaneció al lado de monseñor Proaño. Su consagración religiosa adquirió nuevas dimensiones por cuenta de aquel del cual había aprendido cómo gritar el Evangelio ya no con palabras sino con hechos.

Tras la muerte del antiguo obispo de Riobamba, en una carta que Nelly envío a Juan Pablo II para solicitar la dispensa de sus votos perpetuos, escribió: “A riesgo de negar a Jesucristo por el frío que supone estar a la intemperie, pero por fidelidad a un amigo, no puedo hacer de otra manera”. Esa fidelidad sigue determinando su vida.

TEXTO: MIGUEL ESTUPIÑÁN

FOTO: ARCHIVO PARTICULAR

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