¿Para siempre?

Algunas maneras de pensar de este tiempo van justificando la dificultad de opciones para siempre. Algunas teorías con relación a la fragilidad y la fragmentación que caracterizan a las nuevas generaciones crean la mentalidad de una imposibilidad de tomar decisiones para toda la vida; justificando la relatividad de las mismas y la necesidad de comprender y aceptar que ello es lo más natural y humano. Se considera mejor cambiar y relativizar para seguir en paz, que destruirse y destruir.

A pesar de lo anterior, ¿será posible que hoy podamos decir “para siempre”? Opciones como el matrimonio por la Iglesia, los votos perpetuos de religiosos y religiosas parecieran no ser posibles con las mentalidades y los imaginarios que manejamos en nuestros días.

Me inclino a pensar que en lugar de relativizar deberíamos entrar seriamente a diseñar e implementar claros procesos de formación, intensos y realistas con relación al sentido mayor de una opción por toda la vida. El matrimonio como sacramento presupone la fe de los celebrantes, que son los contrayentes; formar esa fe, entrar en una dinámica vital de reconocimiento de la propia realidad de cara a Dios y asumir con adulta serenidad cristiana la opción por la pareja por siempre, sería, entonces, no solo posible, sino el ideal del creyente.

Igual cosa podemos pensar para los votos. No es suficiente constatar que a las religiosas y religiosos se les prepara por años. Hay que reparar en el tipo de formación que reciben para optar para toda la vida en tiempos de relativización y de negación de las grandes propuestas de sentido evangélico que pueden ser los votos. Formar en serio, de manera que se internalice el Evangelio y, desde una adulta decisión de fe, poder decir: “para siempre”.

Ignacio Madera Vargas, SDS

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