Desde Camilo hasta Francisco

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Hay puntos de encuentro entre el pensamiento del papa Francisco y el del sacerdote guerrillero Camilo Torres.

Al ponerlos en evidencia se descubren las vislumbres proféticas de Camilo; los excesos a que da lugar la pasión que impulsó sus acciones y el desarrollo doctrinal insuficiente de sus ideas.

Quedan patentes, además, las miras cortas, aunque con pretensión dogmática y de ortodoxia, de los que condenaron a Camilo en nombre de la doctrina de la Iglesia.

Y destella en esta doble columna la lucidez evangélica de Francisco, al dar expresión a los mejores sueños de hombres de fe como Camilo Torres.

Al definir la esencia de su condición de cristiano en los años 60, Camilo Torres inició una ardiente polémica en coincidencia con las sesiones del Concilio Vaticano II (1962-1965).

“Descubrí el cristianismo como una vida centrada totalmente en el amor al prójimo, me di cuenta de que valía la pena comprometerse con este amor”, le dijo al periodista francés Jean Pierre Sergent, en una entrevista que difundió Hora Cero en México el primero de junio de 1967.

Este mismo pensamiento lo había expresado en 1965 en Barranquilla: “lo esencial del cristianismo está en el amor al prójimo; este amor, para ser eficaz, necesita en cambio del poder político” (06-08-1965).

En noviembre de 2014 la sala de audiencias del IV Congreso Misionero Nacional Italiano, en Roma, estaba abarrotada en el momento de la intervención del papa Francisco. Allí dijo, al referirse a la función de la Iglesia: “es sentir, escuchar el clamor de los pobres y de los lejanos, encontrarse con todos y anunciar la alegría del Evangelio”. En el desarrollo de este tema, dentro del mismo discurso, agregó: “La victoria (del misionero) está solo en el amor y en una vida consagrada al Señor y al prójimo, comenzando por los pobres, que son los compañeros de viaje de una Iglesia en salida; son nuestros evangelizadores, que señalan hacia las periferias donde el Evangelio debe anunciarse y vivirse”.

Las semejanzas entre las dos posiciones son claras: la esencia de ser cristiano es el amor a los demás, sobre todo a los pobres.

También está clara la diferencia: mientras Camilo no encuentra otra manera del amor eficaz que el acceso al poder, Francisco confía en la fuerza del Evangelio, anunciado y vivido.

La filantropía

20150712cnsto0056No todo vale en nombre del amor al prójimo. Camilo y Francisco coinciden: la filantropía no es suficiente, aunque etimológicamente el filántropo es el que ama al hombre.

Desde el punto de vista de la dignidad de las personas, la filantropía es mirada críticamente por los dos. Para Francisco es una coartada: “la distribución justa de los frutos de la tierra y del trabajo no es mera filantropía. Es un deber moral. Para el cristiano es un mandamiento”. Y agregaba en su discurso ante líderes sociales en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia): “Los planes asistenciales son respuesta pasajera, nunca podrán sustituir la verdadera inclusión, la que da el trabajo”.

También miró a la filantropía como insuficiente Camilo Torres en los años 60. En junio de 1967, en la mencionada entrevista con el francés Sergent recordó su impresión después de su ordenación sacerdotal, cuando se encontró con la muy extendida beneficencia de la Iglesia: “fue cuando comprendí que en Colombia no se podía realizar el amor al prójimo simplemente por beneficencia, sino que urgía un cambio de estructuras políticas, económicas y sociales que exigían una revolución a la cual dicho amor estaba íntimamente ligado”.

“Lo esencial del cristianismo está en el amor al prójimo; este amor, para ser eficaz, necesita en cambio del poder político” (Camilo Torres)

“Lo esencial del cristianismo está en el amor al prójimo; este amor, para ser eficaz, necesita en cambio del poder político” (Camilo Torres)

En un reportaje con Hernán Giraldo, publicado en El Espectador el 13 de junio de 1965, ya se había manifestado crítico de las soluciones de la beneficencia: “a los eclesiásticos nos cuesta trabajo ligar nuestro amor al prójimo a un cambio fundamental de las instituciones del país. Utilizar la beneficencia para solucionar estos problemas tan graves, es como creer que el cáncer se puede curar con Mejoral. Los sacerdotes deberíamos trabajar con los pobres, no para los pobres, a fin de que estos sean los que realicen sus conquistas por organización y por presión”.

Para Francisco y Camilo es claro que lo benéfico y lo filantrópico no pueden ser considerados como solución. Late en sus expresiones la convicción de que lo que al pobre se le debe por justicia no se puede satisfacer con filantropía. Su dignidad exige unas soluciones que no sean temporales sino permanentes, que no lo reemplacen sino que les creen condiciones de autogestión.

El dios dinero

El rechazo de Camilo al imperialismo económico que convierte en siervos a los trabajadores y que condiciona el desarrollo de los pueblos del Tercer mundo anticipa los discursos del papa Francisco contra el dominio universal del dios dinero.

Las críticas que produjo la publicación de su encíclica Laudato si’ expresaron el rechazo a su denuncia contra un sistema que ha puesto la ganancia económica como un objetivo supremo, al que se le sacrifican los derechos e intereses de las personas, sobre todo de los pobres.

La revolución de Francisco: ir en contra de la idolatría del dinero que excluye, degrada y mata

En los años 60 del siglo pasado Camilo denunciaba: “el imperialismo, al fin y al cabo, es una forma de dominación con base en la superioridad económica”, denunciaba en una mesa redonda del Colegio Nacional de Periodistas, en julio de 1965.

Ese poderío económico atenta contra los derechos de los pueblos: “pretenden mantenernos atados a su sistema para aprovechar más fácilmente nuestra mano de obra y nuestros productos básicos a precios irrisorios”. Así lo declaró a Margott de Lozada, periodista del diario Occidente de Cali el 18 de julio de 1965.

Mientras Camilo, utilizando el lenguaje de la época, denunciaba la dictadura de un sistema fundado en el poderío económico, Francisco va a la raíz del problema: el culto del dinero y la ganancia. Coinciden al señalar la causa de la injusticia y de la miseria de trabajadores y desposeídos del mundo.

La revolución

A la derecha, Camilo Torres, tras su ingreso al ELN

A la derecha, Camilo Torres, tras su ingreso al ELN

Los dos hablan de revolución. En su reciente gira latinoamericana Francisco tocó el tema ante una audiencia de líderes sociales en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia): “díganlo sin miedo, queremos un cambio, un cambio real, un cambio de estructuras. Este sistema ya no se aguanta, no lo aguantan los campesinos, no lo aguantan los trabajadores, no lo aguantan las comunidades, no lo aguantan los pueblos y tampoco lo aguanta la Madre Tierra. Detrás de tanto dolor, tanta muerte y destrucción se huele el tufo de eso que san Basilio llamaba ‘el estiércol del diablo’, la ambición desenfrenada de dinero que gobierna”.

En Brasil lo habían oído tres millones de jóvenes concentrados en la playa durante la misa de despedida de la Jornada Mundial de la Juventud: “hay que armar lío. Hay que ser revolucionario en el mejor sentido, como lo fue Jesús. Y con el Evangelio en la mano, hay que hacer la gran revolución del amor, de la esperanza, de la alegría, del gusto por la vida”.

Camilo también habló de la revolución. En la entrevista con el francés Sergent definió la revolución como “el cambio fundamental de las estructuras económicas, sociales y políticas”. Y agregó: “considero esencial la toma del poder por la clase popular; la realización revolucionaria debe ser, preferencialmente, sobre la propiedad de la tierra, la reforma urbana, la planificación integral de la economía para favorecer las mayorías y no las minorías”.

La misma palabra “revolución”, la misma población objetivo: campesinos, trabajadores, pobres; pero no los mismos métodos. Cuando Camilo habla de la toma del poder por los pobres y Francisco de “una resistencia contra el sistema idolátrico que excluye, degrada y mata”, de “restaurar la cultura del encuentro, de trabajo en perspectiva que busca resolver los problemas generales de pobreza, desigualdad y exclusión”, cambian los métodos y la perspectiva.

Sin embargo, un diálogo entre Francisco y Camilo hubiera sido posible sobre ideas como esta de Camilo, en su mensaje a los cristianos publicado en su primera edición de Frente Unido: “La revolución es la forma de lograr un gobierno que dé de comer al hambriento, que vista al desnudo, que enseñe al que no sabe, que cumpla con las obras de caridad, de amor al prójimo, no solamente en forma ocasional y transitoria, no solamente para unos pocos, sino para la mayoría de nuestros prójimos. Por eso la revolución no solamente es permitida sino obligatoria para los cristianos que ven en ella la única forma eficaz y amplia de realizar el amor para todos”. Por esos días en Uruguay habían publicado estas palabras suyas: “el católico que no es revolucionario y no está con los revolucionarios está en pecado mortal”.

Puestos Camilo y Francisco a examinar el papel que pueden cumplir los pobres en este proceso, resultan cercanos pero no coincidentes: Camilo es de un moderado optimismo: “(La de los pobres) es la fuerza de más conciencia, es una fuerza decidida, pero es dispersa, hay una conciencia”.

La revolución es una forma de lograr un gobierno que cumpla las obras de misericordia

El editorial sobre los campesinos publicado en su periódico Frente Unido el 7 de octubre de 1965 contiene estos conceptos: “son el mayor aporte para el ingreso nacional”, sin embargo, es escandaloso “el contraste entre la importancia económica, social de los campesinos y el trato que reciben”.

Con humor negro pronostica en el mismo editorial: “cuando la oligarquía no deje otro camino, los campesinos tendrán que darnos refugio a los revolucionarios”.

Esta imagen de los pobres, como factores tácticos de la revolución, difiere de la que Francisco presenta. En el Congreso Misionero reunido en Roma en noviembre de 2014 llamó a los pobres “compañeros de viaje de una Iglesia en salida”, más aún: “son nuestros evangelizadores”. Para Francisco la opción por los pobres es una categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica. Así lo escribió en Evangelii gaudium (n. 195).

En esa exhortación apostólica la opción de la Iglesia por los pobres quedó explicada como “una llamada a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz a sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos” (n. 199).

A diferencia del concepto de Camilo, la opción de Francisco por los pobres se funda en “la estima del pobre, como de alto valor. Solo desde esta cercanía real y cordial podemos acompañarlos en su camino de liberación” (n. 199).

Es evidente el contraste: para Camilo el pobre es un factor sociológico o político.

La Iglesia pobre

Para Camilo el pobre es un valor estratégico en la revolución; para Francisco es una categoría teológica

Para Camilo el pobre es un valor estratégico en la revolución; para Francisco es una categoría teológica

Cuando Camilo exclamó: “Yo soy partidario de la expropiación de los bienes de la Iglesia, aun en el caso de que no se diera ninguna clase de revolución”, estuvo más cercano al pensamiento de Francisco. La frase fue publicada como parte de una entrevista del diario La República al sacerdote el 21 de junio de 1965. El diario El Espectador, a su vez, había publicado una semana antes la información sobre una rueda de prensa en la que Camilo afirmó: “la Iglesia debe ser una Iglesia pobre, una Iglesia que no esté ligada a los poderes temporales y que siga más la sabiduría de Dios” (16-05-65).

En el mismo sentido había afirmado en una entrevista al diario La Patria, de Manizales: “el peor lastre de la Iglesia colombiana es tener bienes y tener poder político, lo cual la lleva a seguir en sus decisiones la sabiduría de los hombres más que la sabiduría de Dios. Los bienes y el poder político resultan de los dirigentes que la han rodeado de garantías. Por eso la Iglesia es un poder económico y, sin duda, un poder político. Eso, a pesar de que Cristo dice que es muy difícil servir a dos señores: a Dios y a las riquezas” (14-06-65).

Es la misma idea de Francisco al expresar: “¿Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres”. Lo escuchaban atentos periodistas de todo el mundo, después de la ceremonia de elección, en su primera rueda de prensa.

Amplió ese pensamiento el 8 de mayo de 2013 en la Asamblea plenaria de la Unión Internacional de Superioras Generales. “La pobreza, dijo, es la superación de cada egoísmo en la lógica del Evangelio, que enseña a confiar en la Providencia de Dios”. En esa ocasión agregó: “la pobreza teórica no sirve; tenemos que ser coherentes con la pobreza. Cuando veo que el gran interés de una institución parroquial o educativa es el dinero esto es una gran incoherencia. Me duele cuando veo a una monja o a un cura con el último modelo de coche. Es mejor un coche humilde; si les viene la tentación de un buen coche, piensen en los niños que mueren de hambre”.

Cuando se encontró con los obispos del Celam en Río volvió a la idea: “los obispos son los primeros que tienen necesidad de conversión en el campo concreto de la sencillez y la pobreza”. Allí manifestó su ideal de los obispos: “hombres que amen la pobreza, sea la pobreza interior, como libertad ante el Señor, sea pobreza exterior como simplicidad y austeridad de vida. Hombres que no tengan sicología de príncipes”.

Más elocuentes que sus palabras han sido sus gestos de desprendimiento y sencillez, como ratificación y reiteración de su sueño: “una Iglesia pobre y para los pobres”.

La urgente reforma

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“Los obispos deben ser hombres que amen la pobreza y sin la sicología de príncipes”, Francisco

Cuando Camilo habló de las reformas en la Iglesia tenía, además de su experiencia y talante crítico, el contexto creado por el Concilio Vaticano II de una Iglesia en estado de renovación. Por eso obedecía al espíritu del momento, al escribir en el primer número de Frente Unido el 26 de agosto de 1965: “los defectos temporales de la Iglesia no nos deben escandalizar. Lo importante es creer que también es divina y que si nosotros, los cristianos, cumplimos con nuestra obligación de amor al prójimo estamos fortaleciendo a la Iglesia”. En párrafo aparte concluía: “Después de la revolución, los cristianos tendremos la conciencia de que establecimos un sistema que está orientado hacia el amor al prójimo”.

Los lectores de El Espectador el 13 de junio de 1965 encontraron en la entrevista desplegada por el diario a un Camilo explícito en cuanto a la reforma de la Iglesia: “Una de las tendencias de la reforma actual de la Iglesia es una renovación del espíritu auténtico de la pobreza cristiana. Los cristianos tenemos mucho aprecio por el concepto de pobreza espiritual, pero en ocasiones nos aferramos tanto al concepto espiritual de la pobreza para evadir la pobreza material.

Personalmente yo no creo en la pobreza espiritual que no se refleje en pobreza material, ni en una pobreza individual de personas que pertenecen a una sociedad rica. Creo que la pobreza debe ser material, individual y social, además de espiritual. La renovación de este concepto se tendrá que traducir en toda la vida exterior de los cristianos y de la misma Iglesia”.

El 29 de julio de 2013, 52 años después, la del papa Francisco fue una exigencia de reformas que se había hecho más apremiante: “la Iglesia siempre se tiene que reformar, si no se queda atrás”, decía en una entrevista al canal TV Globo, de Brasil, y agregaba: “hay cosas que servían para el siglo pasado u otras épocas y ahora no sirven más, entonces hay que reformarlas”. En la reunión con los obispos del Celam, por esos mismos días de su visita al Brasil, se refirió a esa reforma: “el cambio de estructuras (de caducas a nuevas) no es fruto de un estudio de organización de la planta funcional eclesiástica, de lo cual resultaría una organización estática, sino que es consecuencia de la dinámica de la misión”.

La coincidencia es reveladora. Frente al inmovilismo de quienes creían que en la Iglesia y en la teología todo estaba dicho y hecho, Camilo y Francisco dejaron ver la nueva convicción: la Iglesia y la teología no son piezas de museo, intocables e inmutables. Llevan dentro de sí una dinámica que a través de la historia las ha hecho siempre reformables, como acto de fidelidad.

La historia que corrige

“Los obispos deben ser hombres que amen la pobreza y sin la sicología de príncipes”, Francisco

“Los obispos deben ser hombres que amen la pobreza y sin la sicología de príncipes”, Francisco

Miradas ayer con escándalo y como reprobables, las ideas de Camilo proclamadas hoy sonarían a discurso conocido y corregido. La historia se ha encargado de poner en evidencia en Camilo los errores, subrayando ideas que obedecieron más a la emoción que a un sentido de la realidad. También les ha hecho ver a los hombres de Iglesia parecidos errores y excesos cuya rectificación la realidad ha urgido y propiciado. La historia, así, se ha confirmado como maestra de la vida, no por acción de una dinámica ciega sino por la capacidad humana de aprender de los errores y de convertir las crisis en oportunidades.

Pero el hecho de que hoy se puedan mostrar puntos de vista comunes, lo que en los años 60 hubiera sido impensable e intolerable, deja la evidencia del crecimiento de una disposición para la tolerancia y la comprensión que hizo falta en el pasado y que el futuro dejará abiertas posibilidades de acogida para esos profetas de la renovación y de la renovación que el espíritu de Dios ofrece en todos los tiempos.

Javier Darío Restrepo

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