Violencia de género: más que números

Charo Izquierdo, periodista y escritora CHARO IZQUIERDO | Periodista y autora de Puta no soy

Sí, son 25 las mujeres asesinadas este año por sus parejas o exparejas. Y aún hay casos en investigación. Pero dejemos los números. Hablamos de personas. Teresa. Susana. Tamara. Hanane. Mujeres con nombres y apellidos. Con hijos huérfanos, por culpa de aquellos que seguramente las quisieron tanto y que en algunos casos se suicidaron tras perpetrar el asesinato (siempre anhelo que empezaran por ese final).

No son números. Son personas que quisieron. Que se dejaron querer. Que se quisieron queridas cuando su pareja, obsesionada, les presionaba para que renunciaran a sus gustos, a su personalidad. Que fueron presas del fantasma del amor cubierto por el disfraz de los celos. Que sufrieron una paulatina pérdida de autoestima. Y una vez que la perdieron por completo, sucumbieron a los golpes. Cosificadas.

Las mujeres maltratadas saltan a los medios cuando ya nada son capaces de hacer por evitarlo, asesinadas. Pero, antes de tan horrible suceso, han atravesado un calvario que muchas siguen atravesando, tantas, que la violencia de género es la causa más importante de muerte entre las mujeres, más que el cáncer.

No hay edad, ni estatus social, ni ideologías que se resistan a la lacra. He conocido aristócratas, altas ejecutivas, profesionales independientes, jóvenes estudiantes, amas de casa, universitarias sobresaliente cum laude, profesoras, dependientas… unidas por una característica común: habían recibido insultos, vejaciones, golpes, y habían conseguido separar su vida de la de un maltratador. Las hay con menos suerte, que no saben, que no pueden, no quieren alejarse de su verdugo, que las cree de su propiedad.

Propietarios. Hombres que no han logrado escapar de ese pleistoceno que les coloca por encima, exigidores no solo de amor, sino de pleitesía. Por ello, el período más peligroso entre las mujeres que han tenido la mala suerte de cruzarse con uno de ellos es el que se desarrolla cuando a ellas se les ocurre separarse, ganar su independencia. La mera idea de que su propiedad se libere les supone tal violencia que acaban ejerciéndola contra ellas.

Por eso hay que insistir en hablar de violencia de género. Porque se ejerce sobre la mujer por el hecho de serlo. Por eso hay que insistir en el trabajo social en contra de esa violencia. No solo para denunciarla cuando se conoce. Sobre todo, para prevenirla. Defendiendo los derechos de la mujer en todos los ámbitos. Con educación en igualdad, desde la infancia. Con un esfuerzo común para promover su incorporación natural al mercado laboral y a los niveles más altos de la empresa, por el empoderamiento, palabra fea pero única para definir ese movimiento que hace a la mujer (en este caso) actuar como poderosa.

Con un esfuerzo común para erradicar cualquier violencia. Con un trabajo en los medios que visibilice a las mujeres relevantes, que cada vez son más. Solo esa fortaleza nos hará fuertes frente al maltrato.

En el nº 2.953 de Vida Nueva

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