Benedictinos del Valle de los Caídos: “El tiempo cura las heridas, si los heridos quieren curarse”

Los religiosos, ajenos a la polémica petición de retirar los restos de Franco de la basílica

basílica del Valle de los Caídos, Madrid

Texto y foto: JOSÉ LORENZO | Misa de 11 en la basílica del Valle de los Caídos. Una veintena de personas asiste a los oficios que celebra la comunidad benedictina que, desde 1958, atiende espiritualmente este lugar, frecuente objeto de polémicas por albergar los restos del dictador Francisco Franco y de casi 40.000 personas que, de uno y otro bando, fallecieron en la Guerra Civil española, el enfrentamiento fratricida del siglo pasado.

Desde el punto de vista histórico y biológico, aún no ha pasado tiempo suficiente para que la controversia –y el oportunismo– no sacudan periódicamente este lugar, enclavado en plena sierra de Guadarrama, lejos del tumulto de Madrid. Pero, esta mañana de julio, una rápida radiografía de quienes se han acercado a visitar este monumento que gestiona Patrimonio Nacional muestra que son más bien ajenos a la carga simbólica, de uno y otro signo, que ha acompañado desde su construcción a esta gigantesca fosa común: turistas extranjeros, jóvenes parejas españolas que buscan selfies imposibles, familias con hijos pequeños que hacen escala camino del cercano monasterio de San Lorenzo de El Escorial o media docena de adolescentes a quien un joven sacerdote explica las imágenes que adornan el interior de la basílica y que estos escuchan mientras dibujan figuras con el pie en el suelo.

Ya en el exterior, una turista brasileña deambula entre las arcadas, atraída por la monumentalidad del recinto y con un punto de admiración por lo que encierra: “Me parece curioso que estén enterrados juntos quienes fueron enemigos. Y que esté también aquel militar –¿Franco, no?– y otro señor que no se quién es [José Antonio Primo de Rivera]. Pero también creo que, para la Iglesia, todos tienen que ser iguales”, señala Hilda, quien esboza sin saberlo la espiritualidad subyacente del monumento, formulada por el propio Juan XXIII, y que habla de la Cruz Redentora que “extiende sus brazos piadosos a modo de alas protectoras, bajo las cuales los muertos gozan el eterno descanso”.

Como señala a Vida Nueva el prior administrador de la abadía, Santiago Cantera Montenegro, preguntado sobre si este lugar podrá ser algún día signo de esa reconciliación que quiere mostrar la cruz con su abrazo de 46 metros y 150 de altura, “el tiempo cura las heridas, si los heridos quieren curarse. Parte de la misión de la comunidad benedictina es procurar que sea un lugar de paz, simplemente con nuestro día a día. El lema de nuestra Orden es Pax. La cruz puede ser signo de contradicción, porque el mismo Jesucristo lo es entre los hombres; pero nadie como Él y ningún signo como la cruz pueden expresar mejor la auténtica reconciliación, entre Dios y los hombres, por una parte, y entre los hombres, por otra”.

Aunque no todos lo ven así. El 16 de julio, el abogado Eduardo Ranz, especializado en temas jurídicos relacionados con la Memoria Histórica, presentaba un escrito en la Nunciatura Apostólica solicitando que los restos de Franco y Primo de Rivera fuesen sacados de esa basílica, y que se hiciese lo propio con los del general Queipo de Llano de La Macarena de Sevilla. Su petición se basaba en que esas tumbas contravenían el canon 1242 del Código de Derecho Canónico, según el cual “no deben enterrarse cadáveres en las iglesias, a no ser que se trate del Romano Pontífice o de sepultar en su propia iglesia a los Cardenales o a los Obispos diocesanos”.

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En el nº 2.952 de Vida Nueva

 

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