Carta a una sombra

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¿Por qué asesinaron a un hombre bueno?

La escena es impactante: cubierto con una sábana blanca que ya se ha manchado de sangre y que deja ver los recios zapatos, está el cadáver del médico Héctor Abad Gómez tendido sobre el suelo. A un lado, de rodillas, lloran su esposa Cecilia y Héctor, el hijo, que ha palpado los pies y ha comentado que todavía hay calor en aquel cuerpo.

¿Quién fue aquél camarógrafo que logró esas imágenes, en ese momento y con toda la fuerza de un hecho desgarrador?

El documental Carta a una sombra gira alrededor de esa secuencia que solo aparece cuando el espectador ha recibido información sobre todos los elementos que convergieron en esa escena. Daniela, la nieta del médico, y Miguel Salazar se propusieron rescatar la memoria de este hombre, hurgaron en los recuerdos de su familia, sacaron a la luz viejas fotografías familiares, se valieron del texto escrito por Héctor Abad Faciolince: El olvido que seremos, una exquisita obra literaria, y un bello homenaje a su padre a quien “amó más que a Dios”, como lo proclamó en los minutos iniciales del documental.

Con todo ese material obtuvieron en lo visual y sonoro lo que en lo literario había logrado el libro: el homenaje y exaltación que merece un personaje como el médico salubrista, profesor de medicina de la Universidad de Antioquia, Héctor Abad Gómez.

La lúcida cámara, el inspirado trabajo de edición, la dirección certera del documental y la alta calidad literaria del texto estimulan en el espectador variadas reacciones, alrededor de la pregunta que no deja sosiego durante la hora y media de proyección: ¿quién mató al médico Héctor Abad?

Termina la proyección y quedan resonando las respuestas de Héctor Abad hijo, o Héctor Abad III, porque el padre, homónimo, vale por dos: fue una derecha de la que hacen parte ejército, paramilitares y anticomunistas. Pero, ¿quiénes son ellos? ¿Tienen rostro?

¿Es el de esos profesores y ese rector que están detrás de la escena revivida por Cecila, la esposa del médico, cuando llega con unas cajas llenas de documentos y con la noticia de que ha sido despedido de su cátedra en la facultad de medicina; fueron ellos?

11214389_810548495726512_8725620532088440838_n¿O fueron los autores de esas notas de prensa que interpretaron el trabajo popular del médico como una acción de la izquierda apoyada por los comunistas? ¿Fueron ellos?

¿O ese fanático sacerdote sembrador de odios, director de La Hora Católica a quien se presiente en la imagen del viejo radio cuando le pide al médico que renuncie a su cátedra por el bien de la sociedad? ¿Fue este uno de los autores intelectuales? Desde las filas del teatro, los espectadores concluyen que entre todos prepararon y urdieron aquel asesinato; entre todos urdieron la imagen del médico subversivo y peligroso, en vez del hombre bueno y capaz de ver a seres buenos y dignos en los pobres y marginados de la sociedad, que reconocieron y proclamaron aquellas muchedumbres que acompañaron su cadáver.

La imagen que todos veían en él es la que emerge, entrañable, en el documental. El profesional y el maestro dedicado a revelar a sus alumnos y a la gente humilde que la medicina tiene una dominante dimensión social; que el de la salud es un derecho humano fundamental, que el médico es un agente social de cambio.

Las imágenes del profesional que sirve a los pobres, del padre de familia cálido y amoroso imponen la pregunta que desde aquel 25 de agosto de 1987 se hace su familia: ¿por qué es posible que en Colombia se asesine a un hombre bueno?

La bondad de este hombre se ve reflejada en su familia. En tiempos de disolución familiar, entre una generación incapaz del compromiso que requiere la creación de ese prodigio de la fidelidad y la generosidad que es una buena familia, parece un milagro esa familia que en varias escenas se ve alrededor de la mesa en donde recuerdan, lloran, ríen alrededor de las memorias que conservan de un hombre irreemplazable por lo bueno.

Al fin y al cabo, después de ver Carta a una sombra importa menos saber quién ordenó la muerte de Héctor Abad Gómez porque alegra más saber que hombres como este médico y su familia han sido posibles en Colombia.

Javier Darío Restrepo

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