Un congreso por la paz

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Los talleres del congreso de Vida Consagrada que acaba de terminar en Bogotá versaron sobre núcleos como: Pobres, Justicia y Paz; Comunión Eclesial, Carisma y Laicado; y Salida Misionera, entre otros. Tomé parte en uno sobre Justicia y Paz que se llamaba Compromiso de la Vida Religiosa con la justicia y la paz en Colombia, dirigido por el P. Francisco de Roux, SJ. Dicho taller produjo como resultado la carta aprobada por todo el congreso, dirigida a las partes sentadas en La Habana, en la que se pide con vehemencia que no se paren de allí hasta no conseguir la paz. También se aprobó un mensaje sobre los puntos más importantes de esta cita continental y mundial.

De hecho, la Vida Consagrada del continente y del mundo entero tiene un compromiso con la paz, pero sobre todo la que camina en este país tan sufrido por la violencia, el desplazamiento, los atentados contra la infraestructura de la nación, las constantes violaciones de derechos humanos, los falsos positivos, etc. Nuestro proyecto común en Colombia como religiosos y religiosas pasa por la paz, la reconciliación y el perdón.

En dicho taller, en el cual tomaron parte unas treinta personas, mayoritariamente religiosas de diversas congregaciones, se pidió un pronunciamiento por la paz, trabajar en nuestras comunidades divididas, organizar blogs sobre el tema, convertir tanto sufrimiento de las víctimas en dolor personal, educar en la prevención, abrir nuestras casas religiosas a las víctimas, conocer la realidad del conflicto, implicarnos en las iniciativas locales por la paz, moderar nuestra lenguaje a veces violento y polarizado, perdonar y escuchar las duras historias (memorias) de las víctimas que, como decía el padre De Roux, muestran la grandeza humana mujeres y hombres que en esta barbarie mantuvieron una grande estatura humana.

Y es que la memoria juega un papel importante en nuestra espiritualidad de consagradas y consagrados, pues todos los días la evocamos en la eucaristía, pero ha de ser también “expresión de rebeldía frente a la violencia y la impunidad” que hay en Colombia, que debe abrir paso a “una nueva conciencia del pasado, especialmente de aquel forjado en la vivencia del conflicto”. Por muchos años, “las víctimas fueron ignoradas tras los discursos legitimadores de la guerra, fueron vagamente reconocidas bajo el rótulo genérico de la población civil”, afirma Gonzalo Sánchez en el prólogo del libro ¡Basta Ya! Colombia: Memorias de Guerra y Dignidad (Bogotá: Imprenta Nacional, 2013).

“Aunque el conflicto armado en el país ha cobrado millares de víctimas, representa para muchos conciudadanos un asunto ajeno a su entorno y a sus intereses” y la violencia se vive en Colombia como un asunto cotidiano que, vivido fundamentalmente en territorio rural ha conllevado el anonimato y generado una postura indiferente, a lo que contribuye una inadecuada impresión de estabilidad política y económica, afirma Sánchez, quien concluye en el mencionado prólogo que “es preciso reaccionar”. “Ante el dolor de los demás, la indignación es importante pero insuficiente. Reconocer, visibilizar, dignificar y humanizar a las víctimas son compromisos inherentes al derecho a la verdad y a la reparación, y al deber de memoria del Estado frente a ellas”.

Como consagrados y consagradas tenemos, pues, una importante tarea en la construcción de la paz en Colombia, que es responsabilidad no solamente del Gobierno y de los grupos alzados en armas, ya que estamos presentes en todo el territorio, dirigimos instituciones que nos permiten tratar y servir diariamente y de tantas maneras a muchas personas, pero sobre todo, tenemos el Evangelio que declara dichosos a los que trabajan por la paz (Mt 5, 10), el cual podemos predicar en el púlpito, en los diálogos personales, en las aulas y en tantos otros escenarios. Podemos también orar y trabajar por vivir al interior de nuestras comunidades religiosas en paz, pero además escuchar a tantos hombres y mujeres que se acercan a nosotros en busca de consejo y, como se dijo en este taller, “tomar de la mano a las víctimas”, aunque sea a una sola, para hacer nuestro su dolor y contribuir, así sea en un pequeño rinconcito, a la paz de Colombia.

Orlando Escobar, C.M.

Teólogo de la Conferencia de Religiosos de Colombia

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