La catedral de Tánger acoge a decenas de desalojados

Media en su defensa y activa un plan de emergencia con prioridad para mujeres y niños

Foto de archivo de protestas contra el maltrato en la frontera

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA | Tánger, constante punto de llegada y paso para miles de subsaharianos que cada día anhelan cruzar el Estrecho desde Marruecos, ha vuelto a ser símbolo de un drama que sigue sin recibir respuestas reales de la comunidad internacional. Salvo por parte de instituciones particulares, muchas de ellas eclesiales, que atienden a los más vulnerables en un intento desesperado por amortiguar su situación mientras llegan las soluciones desde el único ámbito posible: el político. El último ejemplo se está dando estos días, cuando se ha conocido que varias decenas de emigrantes fueron desalojados el 1 de julio por la policía marroquí y, todos a una, acudieron donde sabían que no se les cerraría las puertas: la catedral de Tánger.

Ante la falta de datos, Vida Nueva contactó con su arzobispo, Santiago Agrelo, quien, el 7 de julio, hizo público un comunicado en el que se explicaban detalladamente los hechos. En él se aprecia cómo, más que un encierro reivindicativo, los emigrantes que habían perdido su hogar acudieron en busca de ayuda, desbordándose al final la situación.

“Desde el día 3 –se dice–, el equipo del TAM (Tanger Accueille Migrants), de la Delegación Diocesana de Migraciones, se hizo cargo de gestionar la situación, particularmente delicada por la desacostumbrada aglomeración de personas sin techo (sin nada), y por las muchas mujeres y niños que había. Se diseñó un plan de acción: se atendería en primer lugar a las embarazadas, a las mujeres con niños, a las mujeres solas, a los menores de edad y a dos varones con niños a cargo”.

Sin embargo, lo que entonces era “una emergencia asumible, se transformó en una situación insostenible cuando a los emigrantes desalojados de Bujalef se unieron otros que no estaban en la misma situación de necesidad”. “No nos corresponde a nosotros –se recalca– investigar si esas personas lo hicieron por iniciativa propia o fueron empujadas por quienes tenían interés en sacar partido de una situación que se intentaba hacer manifiestamente mediática”.

El caso es que “se corrió la voz de que la Iglesia daba cobijo y comida a todos, y de toda la ciudad comenzaron a llegar emigrantes. Se hizo necesario clarificar el equívoco, y no solo se cerró la cripta de la catedral, sino que se dejó de celebrar el culto ordinario: el sábado por la tarde y el domingo no hubo misa. Fue un momento extremadamente duro para todos”.

En ese momento, gracias a “un esfuerzo heroico” del TAM, ya habían conseguido alojamiento para 69 mujeres y niños, incluyendo a un viudo con dos niñas, quedando en espera 11 mujeres y otro viudo con tres hijos. Al fin, el alcalde de Tánger acudió a la catedral, a las once de la noche del día 6, para entrevistarse con los representantes de los emigrantes, los de Bujalef y los de los otros barrios más afectados, habiendo en ese momento 150 personas (al día siguiente por la mañana eran ya 71). El edil les prometió soluciones reales y les citó para una próxima reunión.

Al cierre de esta edición, otro plan de acción busca alojamiento para los que aún carecen de él y reúne en una lista a todos los que están en la catedral, comprometiéndose estos a informar si consiguen una casa para que alguien del TAM los acompañe a firmar el contrato y pagar el alquiler.

“No son invasores de quienes protegerse”

Varios apoyos han llegado ya al Arzobispado de Tánger. Entre ellos el de la recién instituida Red Intraeclesial de Frontera, que incluye a la Comisión Episcopal de Migraciones, CONFER, Cáritas Española y Justicia y Paz. Además de un comunicado de solidaridad –“el sufrimiento de los pobres llama a nuestra puerta y no podemos permancer pasivos”–, han hecho llegar una primera ayuda de 2.500 euros. En comunicación con Vida Nueva, José Luis Pinilla, responsable de la Comisión Episcopal de Migraciones, destaca que “la Iglesia de Tánger es muy querida para nosotros; allí hemos estado varias veces para acercarnos más a los que llaman a nuestra puerta; para tocar a los pobres, que es como tocar a Cristo”. Precisamente, Pinilla había participado días antes en Vilnius (Lituania) en un encuentro entre obispos y directores nacionales para la pastoral de los migrantes de Europa. Allí llegaron a esta profética conclusión: “El inmigrante no es un problema a resolver, el enemigo a combatir, el invasor de quien protegerse. El inmigrante es, sobre todo, una persona concreta con una dignidad que debe ser respetada y tutelada. Si la acogida del migrante es un deber moral cristiano, el verdadero desafío de la Iglesia en Europa es apoyarlo”.

En el nº 2.949 de Vida Nueva.

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