Misionero español en Túnez: “Necesitamos algo más que declaraciones de solidaridad”

VN contacta con Paco Donayre, padre blanco, tras el grave atentado del Estado Islámico

Tunez

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA | El viernes 26 de junio, Túnez volvía a sufrir otro atentado por el Estado Islámico (que, el mismo día, mostraba su crueldad con acciones similares en Francia, Kuwait y Somalia, con un balance de 90 muertos), cuya intención de desestabilizar la incipiente democracia tunecina es obvio.

En la playa de Susa, en un hotel español, Saifedine Rezgui, un estudiante de Ingeniería de 23 años, abrió fuego contra todos los turistas que encontró a su paso, en su mayoría ingleses. Antes de ser abatido (su acompañante fue detenido) por la policía, asesinó a 38 personas.

En plena conmoción nacional, Vida Nueva ha contactado con el misionero español Paco Donayre, padre blanco que lleva muchos años en el país. De un modo directo, resume “el sentimiento de la inmensa mayoría de los tunecinos: tristeza, consternación y compasión hacia las víctimas”. Y aclara que el relieve de este acto criminal es muy hondo: “He leído la prensa española y veo que se insiste en las consecuencias sobre el turismo. Los tunecinos son conscientes de ello, pero no es lo primero que les pasa por la cabeza. Lo prioritario para ellos ahora es coger un ramo de flores e ir al lugar del atentado para manifestar su solidaridad con los muertos y los heridos”.

Como enfatiza, la sociedad tunecina abomina mayoritariamente del islamismo radical. Y no solo a un nivel teórico, sino con sus acciones: “Un turista inglés ha publicado una foto que tomó desde un hotel vecino. Se ve en primer plano al terrorista y, detrás, como una cadena de jóvenes tunecinos, de pie, para impedirle que volviera al hotel. Hubieran querido ser uno de esos jóvenes y hacer lo imposible para que esa matanza no hubiera sucedido”.

Los tunecinos –destaca el padre blanco– son por naturaleza pacíficos, abiertos, acogedores. Por su suelo han pasado bereberes, fenicios, judíos, romanos, árabes, andaluces, turcos, malteses, italianos, franceses… Todos han encontrado su sitio y dejado su huella aquí. Esto lo viven como una herida a su identidad. Saben que no son así, violentos ni sectarios, pero ven que el que ha cometido el atentado es uno de ellos. Les hiere y les hace temer que su identidad esté en peligro”.

Pese a todo, Donayre no teme que se cuestione la firme apuesta del país por la democracia, como demostró al ser la primera nación en la que la primavera árabe se quitó el yugo de la dictadura: “El pueblo tunecino se ha dado una Constitución moderna y abierta, a su imagen. Se ha dado instituciones tan democráticas como las de los países avanzados. Es consciente de que su porvenir está amenazado, pero está dispuesto a luchar para no perder lo que tanto trabajo le ha costado”.

Frente a este tenso panorama, como remarca el religioso, la clave decisiva obedece a términos de marginalidad: “El porvenir es incierto porque el paro y la pobreza son fuente de extremismos. Los primeros que se tienen que arremangar son los tunecinos. Últimamente, ha habido demasiadas huelgas. Las aspiraciones eran en muchos casos legítimas, pero, hoy por hoy, el país no las puede satisfacer todas. La prioridad es trabajar”.

Y concluye: “Túnez necesita algo más que bellas declaraciones de solidaridad por parte de otros países. No necesitan limosnas, sino inversiones para crear empleo. El trabajo y un nivel de vida decente son una barrera contra el terrorismo. Este es un pueblo pacífico que ha invertido en educación y en sanidad más que en el ejército. Por sí solo no puede procurarse hoy todos los medios necesarios para combatir el terrorismo”.

La Iglesia no se va

La Iglesia en Túnez, pese a sus escasos medios, busca ser semilla de convivencia y esperanza. “Aquí –se felicita Paco Donayre– somos una Iglesia pequeña y pobre, pero creemos de verdad en el diálogo con las demás religiones. Eso lo ven los tunecinos, que nos piden que seamos fieles a nosotros mismos, que seamos diferentes. El diálogo consiste ante todo en un trabajo en común en el terreno de la cultura, de la educación, de la minusvalía, de los microproyectos”. En este tiempo de crisis, “nuestra contribución consiste ante todo en seguir siendo solidarios. Y nuestra solidaridad se muestra con nuestra presencia. Si los turistas se van, nosotros nos quedamos. No es el momento de retirarnos ni de disminuir nuestra presencia. Estamos aquí para compartir su vida como hermanos. Y uno no se va cuando su hermano lo pasa mal. Eso, con nuestra oración, es lo mejor que podemos hacer por ellos”.

En el nº 2.948 de Vida Nueva.

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