Alejandro Labaka, el obispo que murió desnudo

Alejandro Labaka, obispo vasco misionero en la Amazonía en Ecuador, asesinado en 1987

En el 28º aniversario de la muerte del obispo vasco, misionero en Ecuador

portada Pliego Vida Nueva Alejandro Labaka 2948 julio 2015

JOSÉ ANTONIO RECALDE, OFMCap, vicepostulador de la causa de canonización de monseñor Labaka | Pocos días después de que Francisco visite Ecuador (5-8 de julio), se cumplirán 28 años de la trágica muerte del obispo vasco Alejandro Labaka en la Amazonía ecuatoriana a manos de algunos de aquellos indígenas a los que entregó su vida. Recordar hoy el testimonio misionero del prelado capuchino al frente de la Prefectura apostólica de Aguarico, que le acabaría conduciendo al martirio aquel 21 de julio de 1987, es un buen modo de recibir al Papa de las periferias y sumarse a su reiterado deseo de ser una Iglesia en salida.

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La misionología de Alejandro Labaka

La vida de monseñor Alejandro Labaka es heterogénea. Vivió en tres continentes: Europa, Asia y América. En sus 67 años de vida conoció realidades eclesiales muy diferentes: preconciliar, conciliar y posconciliar. Dejó muchas cartas escritas, pero pocas estrictamente “misionales”.

Lo que sí dejó como testamento de su espiritualidad misionera es un libro, escrito en la misma selva amazónica: Crónica Huaorani.

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Alejandro Labaka ya llevaba diez años en contacto con la minoría étnica huaorani en el momento de recibir la ordenación episcopal. Ese día, en su homilía, pronunció las siguientes palabras: “Esta nuestra Iglesia, nacida de la confluencia de varias nacionalidades indígenas de diversas lenguas y culturas, está llamada a descubrir las semillas del Verbo, no asumidas todavía por ella. Los grupos humanos primitivos como son los huaorani, sionas, secoyas, cofanes, quichuas, shuaras, han tenido ‘maneras propias de vivir su relación con Dios y su mundo’. Su encuentro con Cristo se hace en situaciones inéditas, ofreciendo, por tanto, maneras y actitudes inéditas de vivir el Evangelio como salvación universal”.

En realidad, a Alejandro le tocó vivir situaciones inéditas. Especialmente, durante los 22 años que pasó en la Amazonía ecuatoriana como misionero de las minorías étnicas y, sobre todo, cuando convivió con los huaoranis. Situémonos geográficamente en la Amazonía, a la ribera derecha del río Napo. Desde tiempos ancestrales, viven allí pueblos que no han tenido ningún contacto con la “civilización” (llamémosla así desde nuestra ladera). Y entra un misionero a convivir con ellos. ¿Qué hace? Él entró desnudo, desarmado, llevando amistad, amor, aceptación. Y sabía bien a lo que iba, lo dejó escrito en Crónica Huaorani: “Hoy, los que trabajen por las minorías tienen que tener vocación de mártires” (Crónica Huaorani, p. 198).

Rasgos de una nueva idea de misión

  • 1. Desde criterios evangélicos, sin duda que en Alejandro se dio una conversión “pastoral”. En sus años de China se enfrentó a un mundo desconocido y participó del concepto de misión de los años 40 del siglo XX. Llegado a Quito en 1954, vivió una pastoral tradicional de religiosidad popular, enfrentada a un ambiente donde tenía fuerza una emisora evangélica con características proselitistas. Destruyó biblias “protestantes” y ahora entra en una cultura ancestral, no “contaminada” por la civilización. Entra con el Evangelio en la mente y en el corazón. Vive la bienaventuranza de los pobres, el despojo material, dando su vestido, dejándose despojar de todo.
  • 2. Una misión de paciencia y de integración. No todo era idílico en los contactos con los huaorani: estaban de por medio intereses crematísticos en las petroleras, que veían de forma muy distinta el contacto con este pueblo. Estaba la relación con el Instituto Lingüístico de Verano, organización misionera evangélica de Estados Unidos. Y Alejandro, hombre cortés y diplomático por opción y talante personal, tuvo que contar con estas mediaciones.
  • 3. Una misión desde los derechos del pobre. Leyendo las cartas personales y oficiales y la Crónica Huaorani, llama la atención el respeto y sensibilidad que tuvo Alejandro con el tema de los derechos humanos. Escribe en Crónica Huaorani: “Por otra parte, la labor conjunta de las compañías petroleras, instituciones de Gobierno y misiones religiosas puede obtener la integración de esta interesante minoría amazónica, sin menoscabo de sus derechos humanos” (Crónica Huaorani, p.24).
  • 4. La misión desde la cultura del hombre desnudo.
  • 5. Una misión de la no violencia. Un corazón, en fin, que late con anhelos de entregar toda su vida a la misión hasta derramar su sangre por la fe.

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De la misión al martirio

Desde su infancia había cantado un himno misionero: “Mi premio ha de ser, oh Madre, al pie de un árbol morir. De todos abandonado, de todos menos de ti. Bendita mil veces, diré al expirar, la hora en que me enviaste la fe a propagar”. Y en China va a permanecer de 1947 a 1953. Son casi siete años en los que el corazón de Alejandro latió a nivel universal. China fue la misión añorada y nunca olvidada. Su mente y su corazón se abrieron a la cultura milenaria de un pueblo que no conocía a Cristo. El impacto de China durará toda la vida.

Y la última etapa, la más larga (1954-1987), más de 33 años de su vida, la va a pasar en Ecuador, patria del corazón. Llega a Ecuador con 34 años, en plenitud de vida, y entrega todas sus energías a la labor pastoral en la sierra y la costa del país. Pero es cuando contacta con los pueblos ocultos amazónicos, donde descubre especialmente su verdadera vocación misionera. Ciertamente que su corazón ha vibrado a impulsos eclesiales universales en la última etapa del Concilio Vaticano II, donde se fraguó una nueva idea de misión: las semillas del Verbo.

Y de su corazón y de su pluma brotaron las páginas de Crónica Huaorani, su legado misionero, su ideario, la plasmación de su ideal en páginas llenas de fuego. Las escribió muchas de ellas en la misma selva, en las chozas de los huaorani.

El 21 de julio de 1987, monseñor Alejandro y la hermana Inés fueron llevados en helicóptero a una apartada región de la Amazonía donde vivían los tagaeri. Descendidos sobre una vivienda de ellos, fueron acogidos por las mujeres y los niños. Más tarde llegaron los adultos cazadores y decidieron matarlos.

La hermana Inés contempló la muerte cruel de su obispo, el rito de clavarle 17 lanzas y punzarle con 80 heridas. ¿Y ella? Parece que no querían matarla. Pero un joven guerrero clavó su lanza en su frágil cuerpo. Otros cuatro le imitaron. Tenía 70 heridas en su cuerpo. Y allí quedaron, tendidos en la selva, dos cuerpos desangrados. El del obispo, desnudo como el de Jesús en la cruz.

Corazón, pues, que derramó hasta la última gota de su sangre para regar la selva amazónica. Corazón que dejó de latir aquella tarde del 21 de julio de 1987, pero que sigue siendo el símbolo de una entrega misionera hasta el martirio. Corazón enterrado bajo las losas del pavimento de la catedral de Coca, en aquel mismo lugar donde un 9 de diciembre de 1984 se extendió en el suelo para su consagración episcopal.

Ahí está enterrado para brotar en siembra de ideales misioneros. Corazón universal: misionero de China, misionero de América. Una acción misionera antítesis de una evangelización impuesta arrasando las culturas. La antítesis de una misión que no respeta a los evangelizados. Ahí está ese corazón que clama por una nueva evangelización de amor, de respeto, de entrega hasta dar la vida. Hoy la Iglesia de Aguarico espera que él y la hermana Inés sean reconocidos como mártires de la caridad misionera.

Pliego íntegro publicado en el nº 2.948 de Vida Nueva. Del 4 al 10 de julio de 2015

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