J. L. CELADA | Una adolescente, con su mochila y su trompeta a la espalda, recorre en bici las calles desiertas de Budapest. De pronto, una jauría de perros sin control irrumpe en escena. “Eran nuestros mejores amigos”, nos advierte el enigmático reclamo promocional de White God. Pero no tardaremos en ir descubriendo por qué han dejado de serlo. Quien ser encarga de explicárnoslo es el húngaro Kornél Mundruczó, un director que, desoyendo el conocido consejo del maestro Hitchcock, se ha atrevido a trabajar con animales y con niños. Un envite del que, tras haber rodado con 274 canes y a tenor del resultado final, sale ciertamente airoso.
Su interesante propuesta se imagina una normativa según la cual los dueños de perros que no sean de pura raza (primer mordisco a ciertas políticas migratorias occidentales) deberán pagar un elevado impuesto. La consecuencia más inmediata es su abandono y el desbordamiento de las perreras y refugios. Víctima de este control canino y de las consiguientes redadas municipales es el protagonista de esta historia, al que su joven dueña se ve obligada a renunciar por imposición paterna.
Arranca así la aventura en solitario de una pareja hasta entonces inseparable: los esfuerzos de ella, entre ensayo y ensayo de la orquesta en la que toca, por localizar a su fiel compañero; y la huida del sufrido chucho mientras se defiende de la crueldad humana. Ambos periplos nos permiten entrar en contacto con lo mejor y lo peor de nuestra condición. La rebeldía, el valor y la pureza de sentimientos de la chica contrastan con el submundo de mendicidad, compraventa de mascotas, salvajes adiestramientos y peleas clandestinas que recorrerá el indefenso animal.
Superado este trago –no apto para todas las sensibilidades–, la cinta se adentra en el territorio de la fábula, recreando una distopía con múltiples resonancias literarias y cinematográficas. La venganza que emprenden las supuestas bestias (hay miradas caninas que irradian más ternura que muchos humanos) contra sus despiadados opresores nos remite a títulos como Rebelión en la granja o El planeta de los simios; sin desmerecer a otras referencias no menos evidentes como Los pájaros o Amores perros.
Arropado por una banda sonora que conjuga el fragor del tráfico o los ladridos de sus atípicos personajes con las Rapsodias húngaras de Franz Liszt, el realizador magiar nos brinda una magnífica oportunidad para reflexionar sobre el dolor que supone perder a alguien a quien quieres, ya sea una hija o un perro. También para denunciar, a través de una alegoría social en clave de revuelta canina, esa “cultura del descarte” que tanto preocupa al papa Francisco y la quiebra de la solidaridad cuando la irrupción del extraño, del diferente, la pone a prueba.
Suele decirse que la música amansa a las fieras, aunque no se especifica a cuáles. A las de nuestra especie, si todavía albergan una mínima conciencia, esta turbadora película no les consentirá tregua ni sosiego.
FICHA TÉCNICA
Título original: Feher Isten.
Dirección: Kornél Mundruczó.
Guión: Kornél Mundruczó, Viktória Petrányi, Kata Wéber.
Fotografía: Asher Goldschmidt.
Música: Craig Armstrong.
Producción: Eszter Gyárfás, Viktória Petrányi.
Intérpretes: Zsófia Psotta, Sándor Zsótér, Lili Horváth, Szabolcs Thuróczy, Lili Monori, Gergely Bánki, Tamás Polgár.
En el nº 2.947 de Vida Nueva