¡Pobre Dios!

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de Sevilla   CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

Tan traído y llevado. Utilizado su santo nombre para justificar descomunales acciones violentas, imposiciones injustas, proselitismo que anula por completo la libertad y la capacidad de decidir. En su nombre se destruye el derecho y la moral, la dignidad de las personas y hasta la paz y la armonía del universo. Enarbolar el estandarte de lo divino para animar al combate contra el hermano es una blasfemia, un deshonor para el padre común de la familia humana. Una miserable actitud en la que no cabe más explicación que la de la soberbia, el orgullo y la prepotencia.

Nadie puede adueñarse de la voluntad divina y, al fin, aunque no se diga explícitamente, el deseo de hacerse como Dios, que puede decidir a su antojo en cualquier circunstancia, por mala e injusta que fuere. Aquí está el origen del primer pecado y de todos los que vinieron después.

El relativismo, eficaz y maligno corrosivo de motivaciones, ideas y conductas, se lleva por delante convencimientos y firmezas, deja a la razón por los suelos y a la creencia en la más desoladora de las intemperies. El ponerlo todo en solfa desinfla la fuerza del interés por la investigación, el estudio y el conocimiento de las realidades humanas y tangibles y, mucho más, de las trascendentes y divinas.

No deja títere con cabeza sin aportar razonamiento convincente alguno. Prefiere permanecer en la indolencia posmoderna que se acompaña de eslóganes casi publicitarios en los que se dogmatiza, sin escrúpulo científico alguno, acerca de responsabilidades y compromisos. Nada sirve para nada. Ni responsabilidad nos cabe sobre el pasado ni compromiso alguno tenemos con el futuro. Más que llamada al esfuerzo por construir el presente, es una declaración invitando a dejarse morir. Como placebo que inutiliza cualquier sensibilidad para la superación.

Ateísmo y agnosticismo merecen un capítulo aparte. Sin querer justificar, en forma alguna, estas maneras de pensar, sí que requieren una equilibrada y seria meditación filosófica, bien purificada de racionalismo, acerca de las conclusiones a las que se ha llegado fruto de serias reflexiones, de estudios perseverantes, de sinceras conversaciones lejos de cualquier prejuicio, a un convencimiento de la inexistencia de Dios o de la imposibilidad de llegar al conocimiento de lo Absoluto.

Adueñarse de la condición de verificador de las garantías que ofrecen las fuentes del conocimiento no es solo vana pretensión, sino declaración de incompetencia, máxime si se trata de un intelectual, un científico. El corazón tiene sus razones, según el pensamiento pascaliano. Y el intelecto también las suyas, así que será mejor no aferrarse y meterse en el castillo del interesado triunfo, pues se acaba aherrojado en las mazmorras de la pérdida de la libertad de pensamiento y de búsqueda sincera de la verdad.

La riqueza de la luz proviene de fuentes diversas. Es tan peligroso como necio el querer cegar los caños de una fuente que tanta abundancia de buen conocimiento produce. La filosofía tiene sus razones y la teología también. Son dos salas imprescindibles para poder volar en libertad.

En el nº 2.947 de Vida Nueva

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