¿Necesita la Vida Consagrada de la misericordia?

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Dos jubileos casi contemporáneos ha convocado el Papa en poco tiempo, uno sobre la Vida Consagrada y el más reciente sobre la misericordia. ¿Necesita la Vida Consagrada de la misericordia? ¿Quién de nosotros no necesita de la misericordia? Necesitar de la misericordia es lo mismo que necesitar de Dios. Pero también las consagradas y consagrados necesitamos poner mejor en práctica el consejo de Jesús: sean misericordiosos como su Padre es misericordioso (Lc 6, 36). Las palabras del Papa que me han inspirado este artículo dicen así:

“Hablar mal del propio hermano en su ausencia equivale a exponerlo al descrédito, a comprometer su reputación y a dejarlo a merced del chisme. No juzgar y no condenar significa, en positivo, saber percibir lo que de bueno hay en cada persona y no permitir que deba sufrir por nuestro juicio parcial y por nuestra presunción de saberlo todo. Sin embargo, esto no es todavía suficiente para manifestar la misericordia. Jesús pide también perdonar y dar. Ser instrumentos del perdón, porque hemos sido los primeros en haberlo recibido de Dios. Ser generosos con todos sabiendo que también Dios dispensa sobre nosotros su benevolencia con magnanimidad” (Misericordiae Vultus, n. 14b).

Juzgados sobre el amor

La que Francisco ha mencionado es sólo una dimensión en la que puede expresarse la mencionada misericordia, es decir, la de no hablar mal de nadie, lo cual antes que ser un acto de misericordia debería ser uno de justicia, y al parecer esto es necesario en la Vida Consagrada, donde nos conocemos tanto unos a otros, pero donde nos falta muchas veces tanto amor, de modo que más bien llega a cumplirse a veces aquella terrible frase atribuida a Voltaire: “se juntan sin conocerse, viven sin amarse y mueren sin llorarse”.

Pero también la misericordia entre consagradas y consagrados, especialmente entre aquellos que viven bajo un mismo techo o son cobijados por una misma provincia, debería ser un signo de la reconciliación que todos deseamos para Colombia: ¿cómo podemos añorar la paz y la reconciliación cuando a veces nos damos tan duro unos a otros en nuestras comunidades? Dejar caer el rencor, la rabia, la violencia y la venganza son condiciones necesarias para vivir felices (9c). A veces hacemos todo lo contrario de lo que Dios hace: es más fácil que contengamos la misericordia y que demos rienda suelta a la ira.

Manifestar la misericordia a través de nuestros actos, de nuestras palabras y de nuestros gestos es un signo de que ya nosotros hemos experimentado personalmente la misericordia de Dios: ¿cómo podemos dar rienda suelta a la misericordia si no la hemos sentido primero nosotros? Por eso este Jubileo de la Misericordia en el Año de la Vida Consagrada es también una invitación a redescubrir el sacramento de la Reconciliación (n. 17c), también para nosotros religiosos y religiosas de hoy. Necesitamos de la gracia y de la fuerza de este signo del amor misericordioso del Padre, a través del ministerio de la Iglesia, para experimentar íntimamente la ternura, anchura y profundidad del amor de Dios, de tal manera que nos haga capaces de ser apóstoles y misioneros y misioneras de la misericordia divina (n. 18).

Seguramente necesitamos de esta conversión de las consagradas y consagrados a la misericordia, para saber aceptarnos como somos, perdonarnos, ver lo bueno de los demás, evitar el descrédito de los otros, defenderlos, olvidar las ofensas, no aferrarnos al pasado, acabar con los rencores (alguien decía que el rencor es un veneno que tomamos esperando que haga daño a los otros…), porque hay a veces en nuestras comunidades religiosos y religiosas que no se hablan ni se dan la paz o que se odian a muerte; evitar las conductas escandalosas en materia de vida en común (y en todas las demás), para ser en verdad un signo del Reino para este mundo en el cual la Vida Consagrada es un anticipo escatológico, y porque al atardecer de nuestras vidas seremos juzgados sobre el amor.

Orlando Escobar, C.M.

Teólogo de la Conferencia de Religiosos de Colombia

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