Misión compartida para una nueva humanidad

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El caso de la Fundación Chaminade

El viento mueve la basura a media tarde. Las casas de lata se suceden en El Recuerdo, donde el frío se hace más intenso y el sol andino hiere la piel. Panorámica de la destrucción. Sucesión de techos. Desde la altura, se mira, grave, el deterioro de la tierra en el sur de Bogotá. Ciudad Bolívar, mirador de la gran cantera y de la mancha erosionada en rápida expansión. Venta de arena y grava. Las construcciones se trepan a las lomas. Caudillos de mala reputación venden lotes y calculan votos por vía ilegal. Alto riesgo y cúmulos de historias. Las niñas y niños duermen en uno de los jardines de la Fundación Chaminade.

Cuando la obra comenzó, ya hace varios años, muchas familias enviaron a sus hijas e hijos a estudiar porque solo así podrían garantizar que, de paso, recibieran alimentación. Tal sigue siendo uno de los primeros atractivos del jardín en medio de un contexto en que se sufre hambre. Otro atractivo es el acceso a un servicio sanitario en un lugar donde el agua solo llega puntual con las lloviznas.

Lo que más necesita la población infantil del sector es afecto. A ello sabe responder la fundación en barrios donde a la pobreza se añaden variedad de formas de hacer daño que pasan por la familia, toman control de las calles y se vinculan, en ocasiones, a estructuras organizadas del crimen en el país. El lema “Acoger, educar y alimentar para una nueva humanidad” sintetiza el esfuerzo de una institución en que se materializan, a su vez, nuevas maneras de hacer comunidad a partir de la misión compartida entre religiosos y laicos.

Del templo a la calle

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La Fundación Chaminade nació como expresión del trabajo social de la parroquia de los marianistas en el barrio Palermo Sur (localidad de Rafael Uribe Uribe). El padre Rodrigo Betancur convocó a jóvenes sensibles por el servicio a la comunidad para liderar procesos educativos en beneficio de niños y niñas en situación vulnerable. Entre aquellos jóvenes se encontraba Alexander Peña, aún hoy docente en el proyecto de aulas, quien acompaña a niñas y niños de la zona alta de la parroquia en jornadas que enfatizan el fortalecimiento en las áreas de español y matemáticas.

También Sandra Tamaro, actual directora de la fundación, fue invitada a participar de dicha experiencia. Como recuerda, pronto se vio la necesidad de brindar alimentación a las niñas y niños vinculados al proyecto. La población infantil del sector, expuesta al abuso y al consumo de drogas, tuvo, así, un lugar donde nutrirse correctamente, ser acogida y recibir educación en un ambiente tranquilo que favorecía su crecimiento en medio de una localidad convulsionada. Por otra parte, quienes participaron del proceso regalando su tiempo descubrieron en el servicio promovido por los marianistas una ocasión para profundizar sus opciones de vida. Por ejemplo, Sandra hace parte de una de las fraternidades en que desde el laicado se profundiza el carisma del beato Guillermo José Chaminade como don no solo para la Vida Religiosa sino también para todo el que se descubra inspirado por su estilo de vida.

Nuevos desafíos

Así como la vivencia del carisma ha adquirido nuevos rostros a través de los años, la fundación ha debido abrirse a nuevos desafíos conforme avanza su percepción de las necesidades de la gente.

Después de la creación de aulas y de comedores comunitarios, siguió el surgimiento de jardines infantiles. Ello respondió al interés de prevenir más temprano los peligros a los cuales se ven expuestos niños y niñas en barrios como Buenos Aires, San Ignacio o San Martín. Se sabe que algunos provienen de familias que han sufrido el desplazamiento forzado. Hay casos de niñas o niños cuyos padres son adictos a la droga. El trabajo informal es la constante más visible como forma de ingreso y hubo un tiempo en que las calles eran habitadas por hijas e hijos sin los debidos cuidados.

DSC01943Esperanza Sanabria y Yaneth González, docentes en el jardín de Buenos Aires, afirman que entre los logros de la fundación en este campo se encuentra poder brindar estabilidad y una mejor calidad de vida no sólo a los estudiantes sino también a sus familias. Se apoya a las familias a través de reuniones de orientación y acompañamiento. En algunos casos, a través de alianzas interinstitucionales, se ha logrado gestionar acceso a ofertas laborales para acudientes. Hay un interés por conocer las condiciones en que viven los niños y niñas y por hacer del ámbito educativo un espacio real para la promoción humana tanto de estudiantes como de profesionales.

La educación está en el centro del carisma marianista. Verónica Melo se vinculó desde niña a la parroquia y hace 15 años forma parte del Movimiento Juvenil Michel, creado en memoria del religioso marianista Miguel Ángel Quiroga. Con el movimiento aprendió a conocer la realidad de la localidad y a aportar su parte en la búsqueda de mejores condiciones para la gente. En la actualidad está vinculada al trabajo de la fundación como docente en el jardín del barrio Voz de Alerta. El servicio que allí desarrolla es una prolongación del camino que ha hecho desde temprana edad y que le ha permitido ponerse en los zapatos de los demás y asumir su propia vocación como educadora.

 

Acoger, educar y alimentar

La organización se halla presente en las localidades de Ciudad Bolívar y Rafael Uribe Uribe, donde trabaja por el desarrollo de niños, niñas, jóvenes y adultos mayores en situación de vulnerabilidad. Intervienen en la fundación laicos y religiosos inspirados en el carisma del beato Guillermo José Chaminade, quienes dan de sí a partir de la creación e implementación de programas y redes de apoyo social en ámbitos como el educativo, el nutricional, el cultural y el espiritual.

 

Las montañas se contestan

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Un niño se atarea amarrando su maletín escolar a un arco de fútbol sin red. Alguien le pregunta qué hace y contesta, espontáneo, que quiere evitar que su mamá lo zarandee por cuenta de un robo eventual. Después de clases, en el arenal sus compañeros ya iniciaron el partido. Sale la gente del colegio y deja basura a su paso. Sobre sus cabezas y a unos metros de la escuela cruzan cables de alta tensión. Las torres de energía eléctrica determinan el paisaje. 

El ministerio del padre Manuel Martínez en Ciudad Bolívar y el apoyo económico de los marianistas de Colombia y España hicieron posible que la fundación ampliara su radio de acción a esta otra parte del sur de Bogotá. Nuevas aulas, comedores y jardines se abrieron en tres focos poblacionales: El Recuerdo, Alpes, y Vista Hermosa, cada uno más arriba del anterior.

Las montañas en que se haya asentada actualmente la institución se contestan: al oriente, las lomas de Rafael Uribe Uribe, donde todo empezó; al occidente, las de Ciudad Bolívar, a donde nos han traído de vuelta las palabras. Termina la jornada en el aula de Alpes y un grupo infantil colabora organizando y dejando limpio el lugar. Avanzada la tarde, las niñas y niños del jardín de El Recuerdo estarán de regreso a sus casas. La buseta que nos llevará de vuelta al valle de las canteras invisibles se detendrá un instante. En una curva peligrosa, un conjunto de jóvenes echarán un buen vistazo y recibirán su cuota oportunamente, a cambio de dar la vía libre. Esa es la realidad y así son los barrios; hay fronteras y conflictos junto al hambre. Y es allí donde, justamente, la fundación promueve otra forma de humanidad.

Miguel Estupiñán

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