Al servicio de la familia obrera

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Las Hermanitas de la Asunción: 150 años en el mundo y 75 años en el país

Consuelo tenía cerca de 18 años cuando la hermana Helena Santamaría llegó al barrio Villatina, en la comuna ocho de Medellín. En posición fetal y extrema delgadez, la meningoencefalitis la tenía paralizada. Las uñas abrieron surcos en las manos, creciendo entre la presión de sus dedos contraídos. Inamovibles, talones y nalgas se tocaban en igual tensión. “La he llevado a los médicos y dicen que no hay nada que hacer”. A estas palabras pronunciadas por la mamá de la joven la hermana Helena contestó: “hay que confiar; vamos a hacer lo posible y lo imposible; yo voy a venir”.

Fue un recorrido de años, de amor y de reconocimiento mutuo. Fisioterapeuta, Helena había conseguido puesto en el Seguro Social con los obreros del León XIII. Madrugaba para ir a trabajar y a su regreso al barrio, pasadas las cuatro de la tarde, visitaba a Consuelo para hacerle terapias y curaciones. Poco a poco, Consuelo abrió las manos. Con mucha dificultad, más adelante logró estirar las piernas y comenzó a caminar. Aprendió a hablar articuladamente. Después de los 22 años sus senos crecieron, le vino la menstruación y se desarrolló como mujer.

IMG_3868Se cumplen 75 años de la presencia de las Hermanitas de la Asunción en Colombia. Hay cosecha de historias para agradecer un carisma surgido hace 150 años, cuando Esteban Pernet, uno de los primeros Agustinos de la Asunción, reaccionó ante el dolor de los arrabales de París con una intuición: “Aquí hace falta una mujer y una mujer religiosa”. De la mano de Antonieta Fage fue creada una congregación de mujeres dedicadas específicamente a ser apóstoles por vocación en el interior de las familias de clase obrera y pobre. La revolución industrial aumentaba el número de los desarraigados. La miseria agudizaba sus enfermedades. Debajo de los puentes o en el domicilio de quien pudiera necesitar de sus cuidados, las religiosas fueron comparadas con golondrinas por ir de un lado a otro, gratuitamente.

Dejar el hábito

También en Colombia han procedido así: desacomodándose, por eso la lista de lugares en que han trabajado es larga: Cali, Bogotá, Manizales, Medellín, Barrancabermeja, Palenque, Popayán, Sincelejo y Duitama.

“Ayuda mucho a hacer estos procesos la manera como hemos aprendido a llegar a los barrios: nosotras no llegamos con grupos establecidos, con programas hechos”, señala la Hna. Blanca Marina Rojas. Se trata de ir con sencillez a donde la gente, compartir su vida sin tanto tapujo y advertir desde la cotidianidad cuáles son las verdaderas necesidades de sus familias. Frente a ello, responder con lo que cada una puede hacer en campos como la enfermería, el trabajo social, la educación o la pastoral.

Así nació, por ejemplo, Creaciones Vivir, una unidad productiva de economía solidaria que tuvo su origen hace 25 años en el barrio Diana Turbay, de Bogotá. Mujeres en proceso de gestación y en condiciones de pobreza se organizaron con la ayuda de algunas religiosas para bordar en procesos de psicoprofilaxis. Con el tiempo fueron generando ingresos y adquiriendo conciencia de su valor como personas. Recibieron capacitación, conocieron a otras personas y participaron en eventos que les permitieron ampliar sus horizontes de vida y mejorar su situación familiar.

No son las asuncionistas una congregación de obras propias. Lo suyo es permear poco a poco ambientes, promoviendo alternativas de vida en articulación con otras instituciones religiosas u organizaciones sociales, fomentando el liderazgo laical. Una constante: la inserción en medios populares.

El Concilio Vaticano II y la Conferencia de Medellín fueron claves para que ellas optaran por un estilo de vida que hablara más de servicio que de privilegios. Dejar el hábito: una expresión del desapego frente a las seguridades y de la disposición para confrontar las estructuras. Un estilo de vida cautivador y, al mismo tiempo, sospechoso.

Durante un reciente encuentro de familias en Funza, Cundinamarca

Durante un reciente encuentro de familias en Funza, Cundinamarca

Bajo sospecha

Lo anterior está presente en los recuerdos de la Hna. Lilia Amparo Ruíz. “Conocí a las hermanitas en Medellín y me impactó verlas vivir en medio de la gente, en una casa de arriendo, situadas en esa realidad”. Mientras a ella el ministerio de las religiosas la cautivaba, en su familia creaba sospechas.

También sospechó el estado cuando las religiosas compartieron las luchas por la falta de agua de los habitantes del barrio Florencia, en el occidente de Bogotá. Era la década de 1980. El trabajo evangelizador estaba unido a procesos de concientización. Según les contó un vecino, las autoridades habían diseñado un plan para vigilarlas. “Teníamos que ponernos claves para hablar”, recuerdan. En un documento que recoge su apostolado en aquellos años describen cómo el problema social se recrudecía; la doctrina de seguridad nacional minaba todo intento de organización popular. Bajo una aparente normalidad, se gestaron atropellos de toda índole.

“La Vida Religiosa se situó a partir de un punto de referencia: el seguimiento de Jesús en los pobres”. De ello participó la congregación en el país. El cambio estuvo acompañado de una reflexión teológica seria y sistemática sobre la manera como los religiosos y las religiosas podían cooperar en el proceso liberador del pueblo. Y puesto, que pasadas varias décadas, la liberación todavía sigue pendiente, las Hermanitas de la Asunción continúan su trabajo. El punto de referencia cambió para muchos creyentes. Para ellas no.

Con gestos sencillos

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Al municipio de Soacha, como a tantas regiones periféricas de las grandes ciudades colombianas,  llegan muchas de las familias desplazadas debido a la guerra y a la pobreza en los campos. Junto a las Hermanas Auxiliadoras, en un equipo intercongregacional, la Hna. Ilda Coronado atiende mujeres en un puesto de salud ubicado en Altos de La Florida. En El Salvador descubrió cómo el sufrimiento se encarna en el cuerpo, la mente y el espíritu. A través de la medicina alternativa promueve el autocuidado en gestos sencillos como un masaje. La danza, la pintura y la escucha en reuniones de mujeres son escenarios donde hoy actualiza su deseo de servir a la familia obrera. “Yo estudié enfermería y me siento la persona más realizada prestando un servicio desde allí, pero eso mismo me llevó a ir modificándolo (…) nunca he dejado la enfermería pero he ido viviendo mi Vida Religiosa de otra manera”.

Esa otra manera de hacer Vida Religiosa es la que muchos valoran en estas hermanitas obreras. Alguna vez, un seminarista fue enviado para investigar los procesos de evangelización de la congregación. También dentro de la Iglesia han sospechado de ellas. El seminarista obedeció, pero tiempo después decidió colgar los hábitos para dedicarse a ayudarlas.

Texto: Miguel Estupiñán Foto: Asuncionistas

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