Las arrugas de la creación

Alberto Iniesta, obispo auxiliar emérito de Madrid ALBERTO INIESTA | Obispo auxiliar emérito de Madrid

Un conocido fabricante de ropa fabricó hace algún tiempo una ingeniosa frase que ha tenido éxito: La arruga es bella. Y se podría preguntar: ¿y en la creación, hay arrugas? Por lo pronto, no hay ni una sola recta. Entonces, ¿tiene arrugas? Pues sí, aunque arrugas bellísimas

En realidad, todas las culturas nos hemos hecho una imagen de la belleza un tanto casera, y si nos sacan de nuestros esquemas, todo nos parece feo. Inclusive, dentro del campo conocido, somos muy selectivos. Por ejemplo, en un rosal lo que nos llama la atención son las flores, pero no nos fijamos en la belleza de las ramas y las hojas, que también son hermosas.

Con la tecnología actual y la nanometría se puede conocer la naturaleza con mayor perfección que nunca. Las abejas nos parecen encantadoras, con su laboriosidad y su vida social, pero si les toman una fotografía muy ampliada tienen un encarado que con la estética habitual podría parecernos desagradable. No digamos nada de los ácaros, que ahora hemos descubierto que los tenemos en todas partes y los llevamos encima sin saberlo, y con la microfotografía podrían parecernos dragones peludos a punto de tragarnos.

Pues bien, aquí quería yo llegar. Los que miramos la naturaleza como creación de Dios asociamos todo lo bello como imagen suya, como chispas de esa luz infinita.

Entonces, tendremos que ir ampliando nuestro concepto de belleza, adaptándolo mejor al de Dios, y aprender a extasiarnos de los nuevos bichos que han venido fuera del catálogo estético hasta ahora habitual.

Sin ir más lejos: si creemos que Dios lo ha creado todo, y todo lo ha hecho bien, y lo ha creado por amor, ¿por qué ha creado las moscas, tan molestas y tan sucias? Si somos coherentes, ¿no tendríamos que amarlas, agradecerlas y respetarlas? No llegaría yo a llamarlas hermanas, como Francisco de Asís, pero sí, al menos, primas o parientas lejanas. Son las bellas arrugas de la creación.

En el nº 2.945 de Vida Nueva.

 

ESPECIAL ENCÍCLICA ‘LAUDATO SI”

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