Las mujeres, protagonistas sin maquillajes

JOSÉ BELTRÁN, director de Vida Nueva

“Basta con que se eduque a la mujer para que cambie la relación entre hombre y mujer”. Lo defendía Lucetta Scaraffia un 30 de mayo de 2015. Una petición tan necesaria como histórica, más de un siglo después de que los fundadores del XIX descubrieran que esa era la vía del progreso de la sociedad, de la familia.

Vamos lentos. Dentro y fuera de la Iglesia. Perdidos en luchas de cuotas y aparentes derechos sin deberes, cuando cojea lo fundamental: el cambio de actitud. Solo desde ahí, no caerán en saco rato los gestos de Francisco para liderar un dicasterio y vayan más allá de la notoriedad pública correspondiente en el engranaje vaticano.

Ni el Papa busca maquillaje ni ellas quieren darse unas mechas sin más. El cambio, si se quiere de verdad, es más profundo. De ahí la urgencia por acabar con muros como la masculinización en Occidente y estigmas como la violencia contra la mujer, especialmente en los países menos desarrollados. “Es un escándalo para la Iglesia”, denuncia sor Rita Mboshu. Se queda corta.

En esta estrella de mil puntas radica la razón de existir del I Seminario Internacional Donne Chiesa Mondo. No busquen en la Casina Pío IV un foro en el que reivindicar una birreta púrpura. Solo –y ya es– reflexión. Propuestas. Y memoria. La de la eremita urbana Antonella Lumini, para caer en la cuenta de “la fuerza liberadora de la emancipación femenina que siempre ha ido ligada al cristianismo”.

Y uno se acuerda de la hemorroísa, la hija de Jairo, la suegra de Pedro, la samaritana. Jesús las rescata de la nada, donde la sociedad las tenía recluidas. A ellas y a otras tantas que no se nombran en el Evangelio ni en ningún documento porque no contaban para nadie. Salvo para Jesús, que las hace protagonistas de sus vidas. Él marca también el camino. Redefine las relaciones hombre-mujer en un momento en el que ni tan siquiera existían.

Desde esta perspectiva, toca redefinir el modelo de identidad del uno y de la otra. “La Iglesia puede tener un papel clave para redefinir estos papeles desde una óptica imprescindible: la complementariedad”, sentencia Scaraffia.

Vincenzo Paglia la secunda: “La Iglesia, desde su patrimonio, es la que tiene más recursos para proponer nuevos modelos de familia que respondan a la realidad de este tiempo”. Y remata: “Es un deber de todos llevarlo a cabo”.

Y yo, ensimismado ante tanto discernimiento del genio femenino, solo me queda encomendarme a Teresa de Jesús. Ella supo redefinir a la Iglesia en tiempos de corrupción todavía mayor que la actual y redefinirse como mujer cuando para muchos era invisible. Como pocos. Como pocas: “Ni aborrecisteis, Señor de mi alma, cuando andabais por el mundo a las mujeres; antes las favorecisteis siempre con mucha piedad y hallasteis en ellas tanto amor… Y más fe que en los hombres”. Palabra de doctora de la Iglesia.

En el nº 2.944 de Vida Nueva

 

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